“Así están las cosas país. Y se las hemos contado”. Las cámaras se apagan y en pocos minutos ya no queda nadie en el estudio. La última en irse es Cristina Pérez, su compañera en la dupla informativa más taquillera de 2012. Queda sólo él, Rodolfo Barili (40). De traje impecable, saluda muy amablemente con esa voz gruesa, inconfundible, que lo ha identificado toda su vida. “Hagamos las fotos y me voy a cambiar. El traje no es lo mío”, dice y se ríe.
Además de informar a miles de argentinos cada noche de 20 a 21, Rodolfo Barili es el gerente periodístico de Telefé. Nacido en Rauch, locutor de profesión y apasionado del periodismo, lleva dos décadas en la televisión y una carrera que se abrió paso a fuerza de golpear puertas y demostrar que podía. “Ese consejo me lo dio Juan Alberto Badía cuando estabaen el segundo año del ISER: Vos hacé que te den la oportunidad. Y después, demostrá lo que sos”. Así lo hizo y logró hacerse un lugar en la jungla porteña y mediática, con la certeza de que la vocación que había nacido en las cuatro paredes de su habitación de adolescente era verdadera.
Es nostálgico y no lo niega. “Yo no nací en Rauch. Yo soy de Rauch, que es muy distinto. Tuve una infancia muy feliz, con fútbol en la vereda, yendo al colegio en bici, volviendo a pata del boliche. Eso no existe más, ni en Rauch ni en ningún lado. Es parte de la pérdida de calidad de vida que tuvimos todos los argentinos”, dice sentado en su oficina de Telefe. Allí pasa entre 10 y 11 horas por día. El resto del tiempo, vive con el celular encendido. Padre de dos nenes, Dante (9) y Benicio (6), se declara cuervo, familiero, amiguero, justiciero y amante del rock. En lo profesional, periodista full time. “Yo siempre digo que uno se da cuenta de que es periodista cuando frente a cualquier paisaje o escena en los que la gente dice qué lindo o qué terrible, uno piensa: ¡Qué buena nota!”.
Camino a la vocación
Su primera experiencia periodística fue a los 12 años, cuando se convirtió en director del periódico de su escuela, “El azul y blanco”. Dice que lo hacía porque era más divertido que estar en clase, sobre todo en la etapa de la impresión con el mimeógrafo; pero ya había en su elección una inquietud. “No sé como nació la vocación, pero apareció”. Unos años después, se armó una radio en su habitación con un micrófono conectado a la antena de televisión. “Me escuchaban algunos vecinos y mi abuela desde la otra cuadra. Y yo me imagina que estaba donde años después estuve, donde ahora estoy”.
A los 16 años empezó a trabajar pasando música para poder comprarse sus “vaqueros”. Vivía con su hermana menor y su mamá. El padre los había dejado cuando eran chicos y ella cumplía todos los roles. “Mi mamá me educó con libertades y límites. Y en la adolescencia me hice quien soy hoy”, cuenta. También a los 16 debutó en una radio de Rauch con un programa de música en el que, por puro instinto, empezó a hacer “periodismo”: “Siempre me indigné ante la injusticia. Y no me callaba nada. Era chico, el pueblo y yo, pero yo decía lo que me parecía. Me acuerdo que en esa época, durante el gobierno de Alfonsín, no te dejaban baldear porque había que cuidar el agua. Y entonces un día vi a la esposa del intendente baldeando la vereda y fui a la radio y lo dije”.
A los 18 se mudó a Buenos Aires para estudiar locución. Entró en el ISER en el primer intento. Pero no fue fácil. Pasó de ser Fido y Rody a un anónimo viviendo en una pensión. Sin plata, los domingos compraba Página/12, que traía un libro de regalo. “Estuve a punto de volverme. La llamé a mi mamá y le dije que no aguantaba más. Ella me dijo: Está bien. Si querés ser un irrealizado toda tu vida, volvete”.
–¿Cómo conseguiste el primer trabajo?
–En primer año del ISER vine a Telefé a decirles que me dejaran hacer un casting. Al año siguiente hice lo mismo. Y al siguiente vinieron ellos a buscar conductores para Red de noticias, que era un canal de cable de noticias que tuvo Telefe y cuando me vieron se acordaron de mí. Hice 14 pruebas y quedé. Ahí empecé.
–¿Te seguís indignando igual por las injusticias?
–Es lo único que me trae a laburar todos los días acá: demostrarle a mis hijos que realmente el mundo se puede cambiar. Yo estoy convencido de eso. Yo tengo que cambiar lo que tengo alrededor y así, si conseguimos muchos más zarpados que piensen lo mismo… No estoy diciendo que sea Robin Hood. Pero creo que es la única manera.
–¿Cuáles son las premisas básicas del periodismo?
–Yo creo que el periodismo empieza y termina en la gente. El periodismo sin la base social no existe. Y una gran parte de personas, cuando vienen las luces, se encandilan y se olvidan de esto. Yo siempre les digo a mis compañeros que uno tiene que irse al final del día con la sensación de que en algo ayudó, de que algo aportó. Porque si no, no tiene sentido. Y si tu jefe no es un “transero” corrupto y si tenés una línea editorial como la nuestra que es neutral, se puede ser honesto, coherente y creíble.
–¿Por dónde pasa la credibilidad de los periodistas?
–Pasa por ser, sostenerlo y parecerlo. Yo no creo que uno no deba ser honesto con uno mismo y con quienes nos ven si tenemos ideas políticas. Pero la verdad es que la raíz del periodismo no es esa… No, muchachos, le están errando. La única militancia alrededor del periodismo es ser lo más fidedignos y serios. Y eso es ir por la verdad.
–Hay como una tendencia del noticiero al entretenimiento, ¿cuál es el límite y qué lugar ocupa el rating?
–Nosotros arrancamos en 2002 y llegamos a hacer 2.3 puntos a los meses de arrancar. Pero no cambiamos la idea. Trabajamos en el formato, por supuesto, pero no fuimos a la receta del rating… Yo sé cómo hacer rating, pero no creo en ese camino. Y mientras yo sea el productor periodístico, va a ser así. Pero también entendimos que el ceño fruncido no es directamente proporcional a la credibilidad. Uno debe ser lo más auténtico posible frente a las cámaras. Yo, salvo el traje que me pongo, soy el mismo tipo que en mi casa con mis hijos, en Rauch con mis amigos. A mí me gusta el rock androll y me di el gusto de cerrar un noticiero al palo con los Sex Pistols. Y también se sabe que soy de San Lorenzo y no lo disimulo. Yo quiero y creo que lo más creíble es que ese tipo que está ahí sea lo más parecido a mí.
–¿Cómo desconectás después de una jornada de 12 horas a pura noticia?
–Mis hijos son la desconexión principal. También la música. La guitarra es una compañera noble que siempre está. Y Rauch y los amigos de toda la vida de allá.
–Tuviste una banda de rock, e incluso debutaste en tu pueblo como telonero de Los violadores, ¿te gustaría hacer algo artístico?
–Sí, tengo muchas ganas. Hace diez años que estoy componiendo y alguna vez me gustaría sacar un disco. Pero por ahora con tocar me alcanza. Estamos viendo con unos amigos hacer algo. Vamos a ver.
Barili por Barili
El personaje más difícil de entrevistar: Néstor Kirchner en 2009, antes de las elecciones que perdió. Tenía la exclusiva y había mucha expectativa sobre qué dijera. Pero fue muy difícil como entrevistado porque el no jugaba el rol, era difícil de seguir y tenía un discurso armado del que no se movía.
La nota más complicada: Cuando fuimos a Japón después del terremoto. Éramos los únicos occidentales, tomando yodo y midiendo la radiación… Uno de esos momentos en los que uno dice, ¿qué estoy haciendo acá? Fue una mezcla de inconciencia y de locura.
La mejor nota: Los informes de Malvinas. Yo sentía una deuda personal con el tema y cuando se cumplieron 30 años viajamos con ex combatientes, acampamos en el Monte Longdon con 6 grados bajo cero. Fueron 12 informes que realmente me generaron mucha satisfacción profesional.
Un personaje que quisiera entrevistar: A la presidenta Cristina Fernández. Pero no 5 minutos; una entrevista de 2 horas que me permita conocer al personaje. Y a Fidel Castro en los mismos términos, tomando mate digamos. Uno que me quedó pendiente fue Juan Pablo II. Apenas entré a Telefe empecé a pedir esa nota. Me decían: “No, el Papa no da notas”. No lo logré pero lo intenté.
La peor notica de dar: Cromañón fue una experiencia horrible de principio a fin. Espantosa, increíble, indignante. Ese tipo de tragedias y las muertes de las personas populares y los ídolos son las peores. Porque uno es un comunicador nomás, pero se siente la carga de ser el que lleva la noticia triste y dolorosa, a la gente.