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19 de abril, 2013

Julieta Arroquy: Una chica de historieta

Es la creadora de Ofelia, esa niña-mujer entrañable que es tan dramática como inteligente, política como romántica, sensible como frontal. Empezó a dibujar hace 7 años después de cortar una relación y al año estaba publicando en Ohlalá. A los 38, acaba de agotar su segundo libro en Ediciones de la Flor.

 

El disparador de la explosión creativa fue una relación que se terminó cuando no había ni empezado. A los 31 años, después de haber tenido experiencias amorosas variadas, Julieta Arroquy se encontró muerta de ansiedad, nervios y desesperación por un músico con el que había estado apenas un mes y desaparecido sin aviso. Periodista de profesión, esta vez las palabras no le alcanzaban para expresar o exorcizar sus emociones. Y se puso a dibujar. El resto fue pasando: casi sin buscarlo, al año empezó a publicar en la revista Ohlalá; a los dos años se presentó con su bloc de notas en Ediciones de la Flor y Daniel Divinsky, histórico editor de Quino, le dio la oportunidad de publicar su primer libro, ¡Oh, no! Me enamoré. De los dibujos de objetos y frases que hacía para la revista; ahí, casi por casualidad, mientras firmaba ejemplares en la Feria del libro dibujó una nena para dedicarlos. Hoy, Ofelia, esa niña personaje y sus ocurrencias, se publica en la revista Mujeres de México, tiene casi 50 mil seguidores en Facebook y agotó la primera edición de su primer libro –el segundo de Julieta–. “Pasó todo muy rápido y todavía me sorprendo de lo que ha pasado con Ofelia”, dice la autora, en el living de su casa, en el barrio de Almagro, donde convive con una francesa, dibuja por las mañanas y sigue trabajando como periodista en una agencia de comunicación institucional y como freelance.

De la catarsis a la profesión

Uno de los primeros dibujos que hizo fue un teléfono rodeado de velas e inciensos, que tenía la leyenda: ¡Llamame! “Era un ejercicio catártico. Pero por algo, no sé por qué, la catarsis apareció por el dibujo, y no por la palabra, que era a lo que estaba más acostumbrada. Quizá fue un poco la necesidad que tuve de reírme de mi misma y no sé por qué el humor me salía en el dibujo”, recuerda.

–¿Antes habías dibujado?

–Sí, yendo a la infancia, hay un antecedente de historieta en particular. Yo nací en Bahía Blanca, pero me crié en Coronel Suárez y solía pasar tiempo en el campo de mis abuelos. Me recuerdo ahí dibujando a la hora de la siesta. Había creado un personaje que se llamaba Pupi y era parecido a Ziggi –un personaje de Tom Wilson, muy popular en los 70 y 80–. Siempre hubo algo de lo artístico, pero después lo del dibujo se perdió. Y reapareció a los 31, en un momento de extrema necesidad de expresarme. No es casual: creo que dibujar es crear un mundo donde refugiarse, lo era cuando fui chica y también apareció de esa manera en esta nueva etapa.

–¿Cómo puede una relación de un mes generar tanto desborde creativo?

–Con el tiempo pude entender que había algo contextual en lo que me estaba pasando. Yo había terminado, por decisión mía, una relación de tres años; después había tenido otra historia y, al toque, apareció este… Y yo creí, me imaginé, que era el hombre de mi vida. Fue una relación corta pero intensa –dice y se ríe a carcajadas–. En realidad ¡la intensa era yo! Eso lo pude ver después, porque en el momento sufrí, claro. Todo ese combo me estalló. Y lo curé poniendo esas emociones tan extremas en papel y con humor.

–¿Cuándo empezaste a creer que podía haber no sólo un ejercicio terapéutico o de expresión en eso?

–Lo hice como un año sin blog ni nada. Iba con mi block en la cartera, dibujaba y lo mostraba a amigos, familia y compañeros de trabajo. Me daba cuenta que funcionaba, que a la gente le gustaba, pero no pensaba en hacer algo con eso. Hasta que por un jefe de la agencia de comunicación en la que trabajo llegué a una editora de Ohlalá y me empezaron a publicar en abril de 2008; así, sin escalas. Yo no tenía ni scanner en ese momento, así que le sacaba una foto a los dibujos y los mandaba. Igual tampoco es que sumé tantas herramientas tecnológicas hasta ahora.

–¿Cómo llegaste a Ediciones de la Flor?

–Al año de empezar a publicar, decidí mandarle un mail a Daniel Divinsky. Ediciones de la Flor es como “la” editorial de historietas… Y me dijo que le llevara mi material, y ahí fui con mi block y mis dibujos. Creo que ese mail a Divinsky fue una de las pocas cosas que busqué. El resto pasó casi solo, por casualidad, una cosa fue llevando a la otra.

–Hasta ahí sólo dibujabas objetos y Ofelia nació como una creación espontánea… –Sí, firmando ejemplares de ¡Oh, no! Me enamoré en la Feria del Libro. Después tuvo un nombre y ahora tiene una personalidad.

–¿Fue pensada o se fue forjando de a poco?

–El nombre fue pensado. Antes de Ofelia –que es el nombre de su mamá– pensé en Martirio. Pero sentí que la iba a condenar llamándola así. Y a la vez no quería un nombre actual porque eso la iba a ligar a personas reales. En cuanto a su personalidad, es difícil de definirla… Es una persona reflexiva que por lo general ve el vaso medio vacío. No es histérica, le gusta confrontar, es analítica y tiene un gran deseo de amar y ser amada; pero siempre hay un conflicto por resolver frente a eso. Y es muy sensible a un montón de causas que tienen que ver con las mujeres, desde cuestionar el cliché de que los productos de limpieza son para nosotras, hasta luchar por causas como la trata o la violencia de género. Creo que lo más fuerte es su sensibilidad y su honestidad; porque la mayoría de las mujeres tenemos pensamientos locos que a vecs no compartimos… Muchas veces conectamos irracionalmente, sacamos unas conclusiones y hacemos unas teorías completamente delirantes, algo que es divertido, pero a veces también doloroso e insoportable.

–Hay una huella muy fuerte de las mujeres de tu generación  en cuanto al papel de la mujer en la sociedad y los mandatos.

–Sí, sin duda. Yo diría que tienen un 70% de mí en eso. No literalmente en las anécdotas, pero sí en las emociones que se juegan en cada situación o conflicto. Todo esto que nos pasa a muchas mujeres de mi generación, que estamos llenas de preguntas sobre los mandatos, que nos cuestionamos si queremos ser madres y formar una familia, tener amantes, ser profesionales o irnos a viajar por el mundo. Estamos en ese medio entre dos generaciones, una que ya tenía el camino marcado y otra que viene que crece con la libertad de hacer lo que quiera y como quiera sin presiones. Y la estadística me devuelve que la mayoría de las lectoras tienen entre 25 y 35 años, que es el núcleo de esta bisagra del cambio.

–El cuerpo de niña con reflexiones más adultas recuerda un poco a Mafalda, ¿hay inspiración en personajes de tu infancia?

–En realidad el cuerpo de nena es porque me salió así, pero yo quería hacer más a una mujer joven. Y la inspiración no me viene de la historieta sino más bien de ciertas lecturas, también un poco de las letras de canciones, de las conversaciones con amigas, de las historias que vivo y que me cuentan. Tampoco fui una lectora de Mafalda en la infancia porque me llegó de grande. Cuando era chica, leía Snoopy, Asterix y Condorito.

–Desde que cerró el diario Libre, donde  publicabas, no tenés un lugar en medios argentinos, y sin embargo Ofelia sigue creciendo… ¿Sentís la necesidad de volver a los medios?

–La verdad es que no. Yo siempre digo que nací en esto ya con Facebook y tengo un lugar ahí que me hace estar presente sin necesidad de estar en un medio. Pero además de eso, y de lo que esa herramienta me permite para llegar y encima tener una devolución de lo que pasa con lo que hago, han pasado cosas con Ofelia que me dan muchas más satisfacciones que las que podría darme estar en un gran medio. Desde lo que pasó con la circulación de la tira que hice sobre la trata de personas, que fue tomada por quienes luchan por esa causa, hasta que un chico me pida que le haga una Ofelia para pedirle casamiento a su novia, que es fanática, o que alguna me cuente que lleva los dibujos a terapia. Esas cosas me llenan.

Las elecciones de Julieta

Un libro de historieta de la infancia: Asterix.
Un personaje entrañable: Snoopy.
Una mujer admirada: Frida Khalo.
Un dibujante: Quino.
Una música inspiradora: las canciones de Elvis Presley.

 

Texto: Paula Bistagnino.
Fotos: Diego García.
Ilustraciones: Julieta Arroquy.
Montaje: Omar Panosetti.