Apenas terminó de cantar, Arthur Laurents se paró, caminó hacia ella con sus 93 años, le tomó la mano y le dijo: “You´ve got it”. Josefina se tapó la cara con el libreto y empezó a llorar. Laurents también lloraba; llevaba tiempo buscando a la protagonista de la nueva y última puesta de West Side Story (Amor sin barreras), su obra escrita y estrenada en 1957 en teatro y en 1961 en cine con Natalie Wood. A Josefina la había visto por un video en You Tube, pidió que la contactaran, le hizo una audición a la distancia y le mandó un pasaje para que fuera de inmediato a Nueva York y se confirmara que la protagonista que buscaba llegaría desde el extremo sur del continente. “No lo estaba buscando y apareció… Fue todo una locura: a los 25 días estaba viviendo allá. Y me terminé quedando cuatro años”, cuenta ahora Josefina Scaglione (25), relajada, en un bar de la calle Corrientes, mientras se despierta con un café con leche y tostadas en un viernes gris de lluvia intensa. Está feliz de estar otra vez en Argentina.
Her Story
Cuando se fue, Josefina tenía 21 años y una gran formación, pero recién estaba empezando su carrera profesional. Nacida en Trelew y criada en Rosario desde los 5 años, había llegado a Buenos Aires siguiendo su vocación apenas terminó el secundario y después de casi tres años de clases de canto, teatro y danza. En 2009, a la tercera audición a la que se presentó, consiguió su primer rol: nada menos que en el musical Hairspray, con Enrique Pinti. Mientras hacía esa obra, audicionó para Christine en El fantasma de la ópera; y quedó. “En ese momento era mi sueño ese rol, así que estaba feliz con lo que me estaba pasando, aunque me costaba dejar Hairspray… Y apareció lo de Broadway. Pero, obviamente, fue un sí de cajón. Así que sin tiempo de pensar nada, hice la valija y me fui”. Durante dos años hizo ocho funciones por semana, fue elogiada por la crítica, ovacionada por el público y recibió una nominación como Mejor actriz a los premios Tony –los Oscar del teatro-. Cuando eso terminó aparecieron más oportunidades: un filme que aún no se estrenó (Hairbrained), participaciones en televisión y varios workshops de obras de teatro. Entonces sí, en noviembre de 2012, se tomó el avión que ya estaba esperando ansiosa: el que la traía a Buenos Aires no ya para visitar a su novio –Julio Bassan, actor y bailarín de tango-, a su familia y sus amigos, sino para quedarse por un buen tiempo cerca de todos ellos y otra vez, ya consagrada, subirse a los escenarios porteños. Y no pasó mucho desde que aterrizó hasta que empezaron a surgir trabajos para la argentina que conquistó a la Gran Manzana con su talento, compromiso, carisma y belleza: en junio estrena Borrachos, una “instalación musical” con Leo Bosio, Florencia Benítez y Pablo Martínez en Sala Siranush de Palermo, y en julio vuelve a la Calle Corrientes, al Teatro El Nacional, con un musical: Vale todo, versión argentina de la obra de Cole Porter Anything goes, con Enrique Pinti, Florencia Peña y Diego Ramos.
–Llegaste a Broadway directo al protagónico, ¿cómo te recibieron siendo tan joven y venida desde tan lejos?
–Me recibieron muy bien, con muchísimo respeto. Tan bien que, por momentos, yo necesitaba que alguien se anime a ¡darme un beso! Allá ponen al protagonista en un lugar demasiado lejano y distante para mi gusto. Y yo, en realidad, no necesitaba tanto ese lugar: yo llegaba desde Argentina con el mate abajo del brazo pidiendo que me contengan, me hablen y formemos un equipo… Mil veces me quedé pagando con la cara al aire queriendo dar un beso. ¡Mil veces! Esas cosas al principio son raras, pero después nos fuimos acostumbrando y conociendo entre todos; el elenco a mí y yo al elenco. Imaginate que cuatro terminaron tomando mate y fernet.
–Probablemente muchos te digan: ¿Cómo vas a dejar Broadway?
–Sí, muchos me lo dijeron. Pero cada vez que venía de visita, tenía más ganas de quedarme que de volver. Sólo lo sabe el que lo vive en carne propia… La vida es un camino, si bien acompañado de todos los seres que uno va encontrando, finalmente individual. Y hoy mi corazón me dice que yo tengo que estar acá. Y acá estoy, feliz. Porque además volví y me convocaron para hacer un musical con Pinti otra vez, que no sólo es un gran artista sino una hermosa persona. La verdad es que es muy significativa la vuelta. Y, además allá no cerré ninguna puerta. Al contrario, antes de venir hice varios workshops de obras, que es como hacer toda la obra sin la puesta, para mostrar a sponsors y productores; allá todo el proceso de poner una obra dura años. Así que es probable que salga alguna y vuelva otra vez.
Un camino sin dudas
Dice que no se acuerda cuándo fue que empezó a cantar, pero ya en El jardín del sol, en Trelew, era la cantante de su salita. “Cantaba sin parar, al punto de agotar a mis padres, una canción interminable del jardín y tengo la foto con el traje de sol con el que la canté a los cinco años, en la fiesta de fin de año”, dice y se ríe. A esa edad también ya tocaba el piano. Aunque es hija de una odontóloga y un cirujano, dice que siempre estuvo rodeada de música y se acuerda de un abuelo paterno melómano y sus dos abuelos maternos violinistas. A los 9 años, ya en Rosario, empezó a estudiar comedia musical en el mítico Teatro El Círculo con Nora González Pozzi y en la producción de fin de año, debutó como Annie. “Lo mejor que me dejó toda esa experiencia fue la oportunidad de pisar un escenario, y ese tan importante, desde chica. Porque eso me hizo perderle el miedo y, por suerte, jamás tuve esos nervios a la salida a escena. Lo que sí siento en bambalinas, cuando estoy por salir, es una ansiedad de empezar ya. Me siento como un león encerrado”.
–Tu primera pasión fue la ópera. ¿Alguna vez quisiste ser cantante lírica?
–Sí, me encanta la ópera y en mis primeros años, cuando la cosa empezaba a ser más en serio digamos, pensaba que me iba a dedicar a eso. Aunque al final no, agradezco haberme formado como cantante lírica porque eso me dio una base de técnica vocal que hoy me permite adaptarme a un montón de estilos sin problemas. Es como el bailarín que hizo clásico. Lo que pasa es que es bueno si uno puede trascenderlo y que no quede teñido de ese color. Yo, gracias a un montón de laburo y de estudio, lo logré.
–¿Y cuándo fue el momento en el que dijiste: Listo, me voy a dedicar a esto?
–Es que no hubo eso. Desde que me acuerdo, esto siempre estuvo como lo que quería hacer. Y desde muy chica, desde que empecé, lo hice con el mismo compromiso y tenacidad con que lo hago hoy. Como que había una convicción en mí de que era esto lo que iba a hacer. No es que un día dije: Este es mi sueño. Ni tampoco jamás me pregunté qué es lo que quiero hacer. Fue siempre muy natural, sabía que era esto y simplemente lo hice. A los 14, cuando gané la beca para venir a Buenos Aires a estudiar con Valeria Lynch, a los 15 cuando gané otra para ir tres meses a Estados Unidos a Point Park College, en Pensylvania.
–¿Tus padres no podían más que acompañar semejante convicción o lo tomaban como un hobby?
–Mi santa madre y mi santo padre siempre me bancaron. Nunca fueron de los padres que llevan a la nena al casting; ni de los que les dicen a los hijos que tienen que seguir su misma carrera o alguna tradicional. Creo, también, que la vocación estuvo tan marcada en mí desde tan chica, y con tanta claridad, que no vieron espacio para otra cosa que acompañarme todo lo que pudieron. Aunque esto no es fácil para los padres y por eso lo valoro mucho. Por ejemplo, hicieron cosas como traerme desde Rosario, todos los viernes a la salida del colegio, a Buenos Aires para que pudiera estudiar en lo de Valeria Lynch.
–¿Qué te fascinó del estilo de los musicales?
–Yo me considero una actriz y cantante que baila. Y me gusta la manera homogénea en la que se integran esas tres disciplinas o artes en el musical… Que el actor que acaba de ponerse una pierna en la cabeza y hacer una escena increíble, también está cantando. Esa versatilidad me parece fascinante. Pero no sólo me interesa el musical, aunque primero fui cantante. Tengo muchas ganas de hacer distintas cosas: bailo tango y quisiera hacer algo con mi novio, quiero hacer teatro de texto, quiero hacer cine…
–Además de talento, ¿qué se necesita para esta carrera?
–Entrenar, sin parar. Disciplina, mucha… Como en todo, ¿no? Aunque claro, depende cuál sea el fin. Si el fin es hacer arte, es esto. Ahora, si el fin es tener exposición y estar en un escenario más allá de lo que hagas, seguramente habrá otros medios para acceder a ese lugar. En mi caso, fue siempre tenacidad, mucho trabajo, compromiso y amar lo que hago. Creo que la vocación, cuando es verdadera, trae todo esto naturalmente.
–¿El musical está ganando terreno en la Argentina?
–Me da pena que después de tantas oleadas de Bailando… y Cantando… y mostrando, sólo se busque eso que se ve. Yo tengo un compromiso con mi vocación y no me interesa la popularidad; porque si no, estaría bailando en el caño de Tinelli. Sí me interesa que me reconozcan los artistas a los que yo admiro y mi país, claro. Pero creo que el público argentino hoy es muy exitista y no me gusta. Igual no me quiero quedar con eso. Creo que hay un público que quiere ver y valora otra cosa.
Josefina x Josefina
Una persona clave en mi carrera: Gerardo Gardelín, director de comedias musicales. “A los 14 vine a Buenos Aires y lo conocí por contacto de contactos. Me reuní, me escuchó cantar y me dijo: cuando termines el secundario, venite y llamame. Y a los 2 años estábamos trabajando juntos. El, de alguna manera, me apadrinó.”
Un rol que me gustaría interpretar: “Sally Bowles en Cabaret. Es la antítesis de todos los personajes que se me plantearon hasta ahora. Sería un desafío”.
Una cualidad que valoro en las personas: “La voluntad”.
Una actriz de musical que admiro: “Patti LuPone”
Un objetivo que cumplí y uno que me gustaría: “Haber vuelto a la Argentina, a mi país, es un objetivo cumplido. Y uno por cumplir, es lograr tener una carrera internacional haciendo base en mi casa. Poder viajar, volver a Nueva York y seguir abriendo puertas en Londres, en España”.
Texto: Paula Bistagnino.
Fotos: Diego García.