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17 de junio, 2013

Esmeralda Mitre: Sangre, sudor y lágrimas

Es lo que Esmeralda Mitre dice haber derramado por su profesión. En esta nota, a poco de haber estrenado “Incendios” en el teatro, habla del peso del apellido, su lucha para seguir su vocación y el amor con Darío Lopérfido.

 

 

Quizás no sea tan conocida para el gran público, pero hace más de una década que Esmeralda Mitre viene construyendo una sólida carrera artística. Sin prisa pero sin pausa. Uno de los puntos más altos fue su Ofelia en la versión que de Hamlet hizo años atrás en el Teatro Alvear, junto a Mike Amigorena, dirigidos por Juan Carlos Gené. Y ese es el punto de partida para charlar con ella.

–Ofelia es uno de esos personajes clásicos y enormes con el que toda actriz fantasea alguna vez…
–Hay algo de eso. Gené es mi maestro y siempre conversamos sobre proyectos. Y un día así salió la oportunidad de hacer Ofelia. La verdad es que lo viví como un sueño, casi un milagro, porque si alguna vez estuvo en mis fantasías, nunca llegué a pensar que podía hacerlo a mi edad. Entonces, lo viví como un premio. Ya el hecho de estar haciéndolo era para mí un éxito, más allá de las críticas, de las repercusiones, de que vinieran nominaciones y premios o no. No pensaba en eso, sino que viví el proceso intensamente y con un gran compromiso y muchísima humildad.

–La historia de Ofelia es profundamente dramática, ¿cómo entra eso en tu vida?
–Así como creo que debo haber tenido una gran obsesión con este personaje, como para que me llegara tan pronto, mientras lo hacía me di cuenta de que no era casual. Siento que Ofelia y yo tenemos muchas cosas en común. Pero la diferencia es que yo torcí el camino y me salvé. Ofelia termina loca y luego muerta. Yo, por suerte, pude torcer mi destino, mejorarlo, ser cada vez más feliz y, digamos, elegir el bien.

– ¿De dónde viene esa conexión tan estrecha?
–Viene de que mi abuela materna era una mujer depresiva, que tendía a la locura. Y yo sufrí mucho la locura de mi abuela en mi madre. Sufrí mucho viéndola sufrir a ella. Me acuerdo de ir de la mano con mi mamá a visitar a mi abuela y sentir su dolor… Todo lo que ella tuvo que hacer en la vida para poder zafar de esa pena tan grande y de la culpa que te debe generar tener una madre loca. Entonces, yo siento que me puedo meter en la piel de eso, porque lo tengo muy cercano. Porque cuando la locura está en la familia, es fácil ir para ese lado. Pero yo quise salvarme.

– ¿Qué te salvó?
–En primer lugar, me salvó encontrar mi vocación. Y poder desarrollarla. Por algo elegí la actuación, que es un lugar de catarsis muy fuerte. También me salvó, te diría, ante todo, el psicoanálisis. Empecé desde muy chica, adolescente, cuando se separaron mis padres. Yo considero que mi vida fue dura, pero creo que todas las vidas lo son. Me parece que cuando alguien no ve su vida como dura, es porque algo está mal. Quien no siente que la vida es difícil es porque la vive superficialmente. En cambio, la gente profunda siente la dureza de la vida y también los miles de momentos de mucha felicidad que tiene. Pero sin sufrimiento no hay salvación. Y salvarse requiere de sacarse de encima los mandatos y torcer el destino que a uno le toca. Ofelia, en el 1500, no pudo hacerlo. Y por eso terminó así. Ella obedeció a su padre y traicionó a su amor. Y ahí es donde viene la famosa frase de Hamlet: “Fragilidad, tu nombre es mujer”. Uno tiene que zafar de obedecer al padre, porque si no nunca puede ni tener una pareja ni armar una familia, ni hacer el propio camino.

– ¿En qué desobedeciste vos a tu padre?
–Creo que todos, cuando elegimos nuestro propio camino, estamos desobedeciendo. Al elegir la persona que quiero elegir y realizar mi vocación, rechazando la persona o la profesión que siempre se imaginó para mí, uno está sacándose de encima los mandatos de los padres. Yo creo que nunca el hombre que uno elige es el que el padre o la madre soñaron. Es así, aunque mi novio (Darío Lopérfido) se lleva bárbaro con papá. Y lo mismo con la profesión, tampoco pega con lo que ellos soñaban o imaginaban para mí. De todas maneras, hay una admiración muy grande de ellos hacia mí por haber podido hacerlo.

– ¿Sufriste esa presión de saber que no estabas haciendo lo que se esperaba de vos?
–Mis padres siempre tuvieron un cuidado conmigo. Me respetaron y me dejaron libre. Dentro de lo que podían, claro, evitaron bajarme línea. Pero, aunque uno concientemente lo evite, el mandato igual sale por los poros y corre por la sangre. Ellos se esforzaron para no hacérmelo pesar y ,además, al ser la más chica de cinco hermanos, también fui la más libre.

– ¿Y cómo te parás frente a los mandatos más convencionales que te tocan por ser mujer?
–Me liberé un poco. Antes soñaba con casarme de blanco y hacer una gran fiesta. Pero una vez que me fui acercando a mi propio ser, empecé a darme cuenta de que me iba alejando de eso. Creo que el casamiento es una celebración y me gusta, pero creo que es una consecuencia de algo que funciona y no una apuesta. La fiesta me parece algo tan ficticio que me paniquea un poco. Porque siento que es todo para afuera y no sé hasta qué punto me interesa eso. Ojo, no lo juzgo, porque de hecho me encantan las fiestas. Y también lo ficticio, en un punto, porque a eso me dedico. Pero siento que es algo de lo que me alejé. Sí me quiero casar, quizá cuando tenga un hijo, como para darle cierta formalidad que yo tuve en mi infancia y que me gustó. Pero, más que nada, me interesa el vínculo verdadero.

– ¿No hay amor para toda la vida entonces?
–Ya no necesito pensar que algo tiene que ser para toda la vida. Me cuesta aceptarlo, porque yo ahora estoy con Darío y siento que me muero si le pasa algo a él. Pero uno tiene que saber que la vida es así y hay que aprender a ser cada vez más desapegado. Porque un día puede pasar algo, o puede no funcionar más, o podés querer otra cosa. Y yo no quiero vivir nada como si fuera el fin del mundo… Es una nueva meta que tengo: dejar de pensar en el fin de las cosas, y poner mi cabeza y mi inteligencia en mejorar mi calidad de vida y mi manera de ser. Me cuesta mucho, porque soy una persona obsesiva y competitiva, pero intelectualmente empecé a trabajar en despojarme más y aprender a soltar un poco.

– ¿Darío tiene que ver con esto?
–Sí, mucho. Porque es un hombre brillante. Parezco una idiota diciendo esto, pero es muy inteligente. No hablo de la sabiduría de libro, que la tiene porque es cultísimo. Sino de la sabiduría del ser. Para mí esa es la verdadera inteligencia. Darío tiene algo excepcional, que es que todo el tiempo procesa para evolucionar. Y cuando el llegó, fue como que le dio un sello a mi vida. Selló mi entrada a otro mundo.

– Llevás una década de carrera, ¿qué ves cuando mirás para atrás?
– No me gusta la palabra carrera, porque es demasiado ambiciosa. Y como te digo, he dejado de pensar en el fin de las cosas. Pero cuando miro atrás, pienso que si volviera a tener 15 o 16 años, no sé si tendría la fuerza para volver a hacer todo lo que hice y sufrir lo que sufrí. Porque yo derramé sangre, dolor y lágrimas por esta profesión. Porque si bien la vocación es muy grande, sufrí para llegar acá. Primero por mi propio desafío de poder sentirme actriz. Después, por poder ingresar en este mundo, que es muy difícil, y hacerlo luchando contra los prejuicios que implica que una chica como yo, que viene del mundo que vengo, se dedicara realmente a la actuación y en serio, no de una manera frívola, sino genuina. Creo que en cualquier ámbito uno tiene que superar los mandatos, pero en mi caso eso era más fuerte, porque vengo de una familia con mucha historia y demasiado grandilocuente. Una familia genial, pero que en muchos momentos pesa. Todo ese camino, cuando es verdadero, es duro. Porque el arte en sí es profundo. Tuvo que pasar tiempo para que se estabilizara todo eso y para que yo me lo creyera. Ahí, cuando me corrí del mandato y me lo creí, los demás también se lo empezaron a creer.

Los últimos retoques de maquillaje se los da ella misma. Le pide al peluquero que le haga lagunas ondas más y entonces sí, está lista. “¿Les gusta lo que traje? A mí me vuelven loca todas las opciones, así que ustedes me dicen”, dice mientras muestra el exquisito vestuario que eligió para esta producción, mientras se prueba un vestido. Entonces sí, se planta frente a cámara y posa con la misma e intensa soltura, gracia y pasión con la que transita su vida.

Esmeralda íntima

Una época en la que le hubiera gustado vivir: “Me gusta mucho y me apasiona vivir en mi época, pero sueño con haber vivido en muchas otras, en especial en la época de Shakespeare y, si es posible, haber sido su amiga”.

Un personaje de la historia que la inspira: “Shakepeare, Juana de arco, Bette Davis y Visconti”.

Un momento de ocio ideal: “Un domingo con mi familia, y amigos, todos juntos, al mediodía, almorzando con música de fondo en el jardín de casa. Y otro en mi cama con mi novio viendo películas toda tapada con mi plumón blanco, con diarios al lado, compu, libros y revistas. El tercero, lo mismo con mis amigas en casa, música y mi perro.”

Un lugar en el mundo: “Las montañas rocas de mi campo en Uruguay, Aguaverde.

Siempre está en mi alma y es el lugar más mágico del mundo. Aunque ahora se pobló demasiado. Me gustaba más cuando yo era chica y la luz era a motor, habían caballos, montañas, agua de pozo y la playa a diez minutos”.

Un lujo que no resigna: “En general, trato de que mi vida sea de lujo interno y cuidado propio. Trato de pasarla cada día mejor, pero no hay lujos materiales que me vuelvan loca. Me gusta vivir muy bien, pero hacer lo que puedo. Descontrolar con los gastos me hace más mal que bien. Gasto en crecer como persona y en construir, pero no más”.

 

Textos: Ana Césari.
Fotos: Diego García.
Locación: Moreno Hotel. www.morenobuenosaires.com
Vestuario: Solo Ivanka
Peinado y maquillaje: Walter Palavecino y Celeste Valsecchi para Gino Lozano.