“Yo no sé si soy un artista al que le interesa lo social, o alguien con vocación social que, además, pinta”, cuentaMilo Lockett, mientras enciende un cigarrillo, rodeado de sus inconfundibles obras, que llenan de vida la esquina de Cabrera y Humboldt, en el corazón del barrio de Palermo. Ahí, en su “casa” porteña, el artista chaqueño recibe a Mujer Country, dispuesto a charlar sobre su vida, su vocación artística y este presente exitoso que aún lo sorprende y lo conmueve.
A los 43 años, se podría decir que ya casi no requiere presentación. Ni él, ni su obra, que en pocos años ha traspasado las puertas de las galerías para meterse de lleno en la vida social-cultural argentina. “Yo no me imaginaba esto. Pero además, ni siquiera fantaseaba. Para mí, ya era todo un éxito poder dedicarme a pintar”, dice con una modestia natural el artista, que descubrió su pasión por la pintura y el dibujo en la infancia, pero recién hace algo más de diez años resolvió “ser artista”.
–¿Cómo fue esa decisión?
–Yo era empresario textil y fabricaba remeras. Y con la crisis de 2001 me empezó a ir mal. Entonces pensé que para hacer algo en lo que no me iba del todo bien, mejor me dedicaba a pintar, que era lo que me apasionaba. Y cerré la fábrica y empecé a pintar. En realidad, yo ya desde chico nunca había dejado de pintar, salvo en la adolescencia, que dejé porque hacía mucho deporte y los chicos me cargaban porque decían que dibujar era cosa de nenas. Pero después retomé. Y en 2000 tomé esta decisión, que me cambió la vida. Fue una necesidad más espiritual que económica.
–¿Cómo pasaste de ese comienzo en tu atelier en Resistencia a este presente en el que vendés cuadros de a decenas, recibís premios y sos reconocido en distintos lugares del mundo?
–Las cosas se fueron dando de una manera inesperada. Y la verdad es que soy consciente de que esto le pasa a muy pocos artistas. Y por eso soy
un agradecido. Pero no porque las cosas se me fueron dando así fueron fáciles. Diría que para mí el camino fue accesible, pero también trabajé y trabajo mucho.
–Lograste algo que muchas veces los artistas no consiguen, que es la popularidad. ¿Eso fue también una decisión personal y una búsqueda?
–Yo creo que el arte tiene que, naturalmente, ser para todos. Creo que el arte se refiere mucho a la inclusión, al contrario de lo que se ha hecho creer, o algunos intentan hacer creer, de que el arte es algo elitista. Y me parece que mi carrera en un punto viene a modificar esto. Creo que, por mi manera de concebir y vivir el arte, colaboré a desestructurar y a romper con algunos paradigmas que había en este mundillo hasta este
momento.
–¿Y cómo fuiste recibido en el mundillo?
–Al principio fui muy bien recibido, porque era un chico joven que venía de la provincia. Pero ahora, que me va bien, a lo mejor soy una molestia para un montón de personas a las que no les interesa que el arte sea popular o accesible. Pero a mí no me preocupa eso.
–¿Aunque te discutan como artista?
–No, la verdad es que no me doy permiso para esa discusión. Porque creo que es un debate posterior. Es decir, que hay que esperar a que pase
el tiempo para analizar cuál es el aporte que determinado artista le hizo al arte y al lenguaje artístico. Hay muchos artistas que creen que son seres superiores, que lo que ellos dicen es lo que está pasando. Y yo creo que es el tiempo el que va a decir si yo soy o no soy, o qué soy en todo caso. Creo que todavía es muy pronto para decidir.
–¿Qué creés vos que tiene tu obra que te ha vuelto tan popular en tan poco tiempo?
–Yo creo que el arte no se explica. Y entonces el gusto o la elección del público, tampoco. Pero si hay algo que se puede decodificar, me parece que mi obra tiene el atractivo de ser muy simple y sencilla. Es un lenguaje muy directo y, sobre todas las cosas, no tiene pretensión de ser obra de arte. Creo que eso es lo que más la acerca al público. Porque lo hace sentirse cómodo. Muchas veces los artistas nos equivocamos cuando subestimamos al público, porque creemos que el otro, al no pertenecer a nuestro lenguaje, no entiende. Yo no soy tan soberbio como para descalificar al público que no me elige a mí, o que prefiere a otro artista. Justamente creo que hoy lo interesante del arte es la diversidad y por eso rechazo los paradigmas únicos de validez que algunos intentan aplicarle.
–Sin embargo, desde el premio Revelación de ArteBA 2006, recibiste muchos galardones. ¿Te importa ese reconocimiento?
–Todo reconocimiento es lindo y gratificante. Además esos premios a mí me impulsaron. Pero creo que hoy tenemos que estar más predispuestos a acercarnos a la gente. Yo pienso que sin público no hay artista y que no alcanza con ganarse un premio por un dictamen de un jurado compuesto por tres personas. Es importante, claro, pero es el reconocimiento del público el que te convierte en un artista del momento. Y eso te genera un vínculo con la realidad que te rodea. Para mí, estar en contacto con la realidad es fundamental para mantener el equilibrio. Si
no, la cabeza se puede convertir en un enemigo y, por ahí, terminás creyendo cosas que no son.
–A diferencia de la mayoría de los artistas, que son personas solitarias y hasta un poco encerradas, a vos se te ve siempre
rodeado de gente, tanto cuando trabajás como por tus constantes actividades sociales. ¿Tiene que ver con esto que decís?
–Sí, claro. Yo siempre estoy rodeado de gente. Siempre lo estuve. Cuando tenía la fábrica porque era imprescindible, pero cuando empecé a pintar, enseguida tuve esa necesidad también. Quizá porque rápidamente apareció un rumbo y yo no podía solo, pero además creo que es una necesidad profunda mía. No me interesa ser yo solo. Y necesito involucrar a más gente y compartir lo que me pasa. Por eso también, casi en paralelo a empezar a pintar, comenzaron los proyectos sociales. Yo sentía que no me alcanzaba con pintar cuadros. Y así fue como empecé primero recorriendo Chaco; luego, el Norte argentino y después, el país.
–¿Podría decirse entonces que la vocación solidaria nació con la decisión de dedicarte al arte?
–En verdad, se fortaleció un poco más con lo del artista. Pero siempre fui generoso y sensible con las carencias ajenas. La vida conmigo fue muy buena y yo no sólo me siento agradecido sino comprometido con mis pares, en especial con los que menos tienen. Fueron mis padres los que
me transmitieron esta sensibilidad. Mi casa siempre fue un lugar abierto en el que venían los chicos a tomar la leche y a comer, y mi mamá,
además de criarnos a nosotros, crió también a unos chicos de la calle. Pero además, mis padres me enseñaron la austeridad en la manera de vivir y para mí eso hoy es un valor fundamental.
–Aún cuando ya sos un artista popular, igual sigue funcionando esto de que Dios está en todas partes pero atiende
en Buenos Aires, ¿no?
–Sí, no hay otra. Yo tengo que estar acá, porque digamos que acá es donde se mueve todo, por decirlo de alguna manera. Así que estoy yendo y viniendo de manera constante. No paro un segundo. Siempre a las corridas, porque no es fácil. Mi casa y mi familia están en Resistencia (está casado con una psiquiatra y tiene una hija de 15 años). De todas maneras, no dejaría Resistencia, porque allá están mis raíces y mi mayor cable a tierra.
–¿Te genera una responsabilidad mayor con lo social el hecho de ser famoso?
–Sí, porque cuando te das cuenta de lo que sólo tu presencia puede generar, aunque sea para darle visibilidad a un tema o a gente que está sufriendo, la verdad es que uno siente responsabilidad. Además, a mí me sacude mucho cada una de estas experiencias y me hace reflexionar sobre dónde está mi verdadera misión. Quizá es lo social y la pintura no es más que un medio, o un refugio…
Las elecciones de Milo
Un pintor: Jorge de la Vega.
Un cuadro: Las meninas, de (Diego) Velázquez.
Un color: el rojo.
Un lugar de vacaciones: Punta del Este.
Una música para pintar: María Callas.
Texto: Ana Césari.
Fotos: Diego García.