La música es parte de todo ser humano y algo que tenemos todas las personas. Trasciende las épocas y la cultura. La música nos acompaña aún desde antes de nacer, dado que está comprobado que el feto escucha, por eso hay padres que eligen las melodías que quieren que oiga la “panza”. Lo que no saben, al menos conscientemente, es que ya desde ese momento están estimulando la formación o la inclinación musical de su hijo.
Las formas de acercarse a la música o de estudiarla son diversas y lejos están de agotarse en la ejecución de un instrumento. Da igual el abordaje elegido: en cualquier caso, la influencia será positiva. Al respecto, Dolores Stabilini, de la sede Pilar del Conservatorio Grassi, que dirige el conocido músico Angel Mahler, sostiene que “aprender música en la niñez aporta elementos valiosos para la educación, porque amplía la imaginación y permite una comunicación universal, además de expresar emociones y sentimientos. De hecho, cientos de estudios investigaron y descubrieron que la educación musical mejora el aprendizaje de la lectura, idiomas, matemática y un cabal rendimiento académico. Además, y esto es fundamental, la música aumenta la creatividad y mejora la autoestima”.
Estudios como la teoría de las inteligencias múltiples, planteada por el neuropsicólogo Howard Gardner, afirman que la inteligencia musical influye en el desarrollo emocional, espiritual y corporal. No es poco, realmente.
Introducción a la música
Como explica Dina Poch, asesora pedagógica del Departamento Niños del Collegium Musicum, “hay diversas formas de iniciarse en la música. Primero, hay instrumentos más sencillos que otros, dado que algunos no tienen tanta técnica y le permiten al niño hacer música rápidamente. A su vez, están el canto y los coros, que son una práctica accesible desde muy pequeños. Luego están los instrumentos que requieren de mucho estudio y práctica y hasta hay algunos para los cuales deben ser más grandes, de edad y físicamente, como un saxo o una flauta travesera; una guitarra o un violín se fabrican en tamaños más pequeños, pero no así un clarinete, por ejemplo”. Cuando se hace música en grupo, las perspectivas son otras, señala Poch: “hacer música solo o con otros supone trayectos y resultados diferentes. Al hacer música en grupo aparece la noción de lo social. Se comparte con otros, que tienen y exhiben otras habilidades. Cada uno aporta su experiencia y lo mejor de sí. Lo importante y lo que los une a todos es la sensación de disfrute y la confianza en uno mismo, porque no importa qué parte le toque a cada uno: todos son necesarios”. Por su parte, Ángel Mahler agrega: “todos los niños pueden estudiar y acercarse al mundo del arte en todas sus expresiones. No es necesario tener un talento único para aprender, ¡es un lenguaje accesible para todos!”.
El estudio, otro cantar
Muchos chicos quieren estudiar música, muchos no. Está en los padres evaluar cuándo su hijo realmente quiere estudiar. A veces les interesa y se prolonga en el tiempo; otras, al tiempo se dan cuenta de que no es lo que querían o lo que creían. “Encarar la formación musical –señala Poch- como aficionado da placer y moviliza, mueve emociones y hace aflorar sentimientos. El que estudia porque sí, por gusto, no piensa en ser profesional. El chico disfruta de sus progresos, sus avances, que son algo tangible y que a veces da más satisfacción que el colegio, donde lleva tiempo ver los resultados. En cambio, cuando se estudia música, en poco tiempo ya se pueden disfrutar de algunos logros”. El estudio de un instrumento permite desarrollar destrezas intelectuales, auditivas y la motricidad. “Estudiar –agrega Poch– propicia la imaginación y el juego con los sonidos”.
Algunos empiezan a estudiar por mandato familiar, porque en su casa hay músicos. O porque hay un instrumento. ¿Está bien esto? “En realidad –dice la asesora del Collegium Musicum– hay que respetar los deseos del chico. Si en la casa hay un piano y al niño le interesa la guitarra, debería estudiar guitarra. Y preguntarle si quiere estudiar música, porque a lo mejor es el deseo de los padres, no de la criatura. A la vez, si empieza y luego quiere dejar, respetar el deseo. También sucede que algunos chicos buscan logros inmediatos en poco tiempo y, sin práctica suficiente, no hay logros y sin progreso, hay decepción. Lamentablemente, muchos chicos quieren las cosas ya y no es así. Todo tiene su proceso”.
La pregunta del millón es si hace falta ser talentoso para abordar el estudio de un instrumento musical. Dice Poch: “el que tiene condiciones innatas, un don que Dios le dio, seguramente alcance resultados más notorios, tiene un extra sobre el resto. Pero eso no impide que el que tiene menos condiciones naturales no pueda disfrutar de hacer música. Es similar a lo que sucede en el deporte: el talentoso quizás se destaque más, pero todos lo van a pasar bien, van a ser felices. El chico no busca ser fabuloso, quiere pasarla bien, escucharse hacer música y tocar lo que le gusta. Todos tienen la posibilidad de disfrutar con la música”.
Lo que a veces no saben los padres es a qué edad pueden comenzar. Stabilini señala que “en general, los instrumentos desde los 5 años; comedia musical, desde los 3 años y danzas, desde los 4 años”.
En ese sentido, Dina Poch señala que el método Susuki ha acercado el estudio a mucha más gente, no sólo chicos, pero también hace hincapié en otro aspecto: los padres. “La ciencia ha avanzado mucho en lo relativo a las funciones del cerebro. Hoy sabemos que todas las personas nacen con un potencial y si no se lo estimula, esa inclinación musical va decreciendo. ¿Cómo se la estimula? Desde la panza y luego toda la vida. La música forma parte de la vida”.
Método Susuki
Shin’ichi Suzuki (1898-1998) fue un violinista y pedagogo musical japonés, creador del llamado Método Suzuki para aprendizaje musical. Originalmente era para violín, pero ahora figura en libros y grabaciones para diferentes instrumentos, como piano, viola, flauta traversa y dulce, violonchelo, arpa, guitarra contrabajo, canto y charango, entre otros. Si bien se pensó para chicos, también sirve para adultos. Suzuki partió de la hipótesis de que la habilidad musical no es innata, sino una destreza que se puede entrenar, tal como ocurre con la lengua materna: el potencial pude ser desarrollado. Su objetivo no era entrenar a músicos profesionales, sino ayudar a los niños en la posguerra a desarrollar sus capacidades: “Mi propósito no es enseñar música, sino formar buenos ciudadanos, personas nobles. Si un niño oye buena música desde que nace y aprende a tocarla, desarrolla su sensibilidad, disciplina y paciencia”.
Texto: Florencia Romeo
Fotos: Istockphoto.