Hace tiempo que trabaja con el mismo método. La primera vez que Min Agostini diseñó sobre el cuerpo de una mujer fue cuando tenía cuatro años y quiso cambiarle el look a su muñeca Barbie con una capa de pana verde que hizo junto a su abuela durante las largas tardes en Colón, provincia de Entre Ríos, donde se crió. Sin embargo, cuando creció, decidió no estudiar diseño de indumentaria sino arquitectura. Se recibió, trabajó en el país y se fue a perfeccionar a Inglaterra. En su mejor momento profesional, dijo basta, viajó a Italia y se puso a cortar telas, a confeccionar prendas y a vestir mujeres.
Hoy, Min hace ya más de diez años que lo hace y considera que es una buena diseñadora, justamente, porque estudió lo que estudió, porque la arquitectura la formó para pensar en tres dimensiones. Por eso, logra crear estructuras no convencionales que rompen con lo tradicional, piezas que se adaptan a cualquier contextura y edad, sin un proceso determinado y con el foco puesto en la innovación y en entender que el proceso creativo empieza en el cuerpo de la mujer y está delimitado por las características de cada tejido.
Su tienda está en Palermo Viejo, pero sus diseños pueden encontrarse en toda América Latina y en los Estados Unidos. El diario The New York Times dijo sobre su local que es uno de los «Top 5 luxury shops de Buenos Aires«. Mostró sus colecciones varias veces en el extranjero, pero aún nunca en la Argentina y asegura que su trabajo contribuye a dar una nueva mirada y un nuevo uso al prèt-â-porter, al prèt-â-couture y al haute couture.
–¿En qué momento descubriste tu profesión?
–Desde muy pequeña fui súper coqueta y soñadora, y me encantaba crear, inventar. Cuando a los cuatro años le corté esa capita de pana verde a mi muñeca, muy del estilo de las cosas envolventes que hago ahora, mi madre me preguntó quién la había hecho porque no podía creer que hubiera sido yo. Creo que fue en ese momento en que descubrí mi carrera.
–¿Cómo fue tu camino desde la arquitectura hacia el diseño?
–Surgió naturalmente. Yo tenía muchas ganas de empezar con la indumentaria, había vivido en Londres por un año y volví con muchas ideas; pero justo en ese momento me surgió un trabajo con un estudio muy importante, que no pude rechazar porque era buenísimo para mi carrera de arquitecta. Mis compañeros de esa época siempre se acuerdan que hablaba todo el tiempo de mi amor por las tijeras. Me gusta el diseño desde todos sus abordajes posibles: desde el de un objeto, un mueble, una casa. Cuando diseñás una obra de arquitectura, siempre trabajás para un comitente y a veces te piden cosas en las que no estás dispuesta a aflojar. La definición de la parte estética para mí es algo fundamental en el proceso de diseño, poder ver el sello que me representa en cada pieza que creo para mí es algo muy gratificante y eso es parte de la libertad que te da la indumentaria. Diría que dedico mi trabajo 99% al diseño de indumentaria, pero siempre dejo un espacio para crear algún objeto, diseñar un mueble o pensar un interiorismo. La arquitectura influye en el lugar desde donde diseño, que es el diferencial que tengo a la hora de armar una pieza. Gracias a la arquitectura aprendí a pensar en el espacio, en los llenos y los vacíos, y eso hace que mis diseños tengan recorridos. No son frente y espalda, como suele pasar cuando aprendés a pensar sólo en un boceto de papel.
–¿Cómo surgen tus diseños?
–Poder pensar espacialmente me permite romper o cambiar las tipologías tradicionales de indumentaria. Mi visión está definida por la apreciación del espacio y me permite producir piezas que se pueden adaptar a cualquier mujer, más allá de su estilo o edad. Diseñar directamente sobre el cuerpo, observando cómo cada género se comporta y se adapta, da como resultado piezas de avant gard femeninas y sentadoras al mismo tiempo. Tengo clientas que tienen 15 años y otras que tienen 70, porque pueden usar las mismas prendas de diferentes maneras.
–De todo el proceso, ¿cuál es la parte que más disfrutás?
–Disfruto del proceso de creación completo de principio a fin, aunque no todo en la vida de un diseñador argentino es creación. En primera instancia, me inspiran los géneros, me gusta mucho encontrar texturas y estampados interesantes dentro de esos rollos escondidos. Cuando me enamoro de alguno, suele ser el hilo conductor que me ayuda a imaginar todo lo que quiero que acompañe, desde la paleta de color al tipo de morfologías. Además, trabajo sobre el maniquí, por lo que me abre mucho el juego. Una vez que van surgiendo algunos recursos ya tengo la inspiración suficiente y lo demás va surgiendo solo como resultado de esas líneas conductoras.
–¿Qué buscás que transmitan tus prendas?
–Busco muchas cosas, pero sobre todo que cada mujer se encuentre a sí misma y se sienta linda. Quiero que cada prenda la destaque.
–¿Cómo ves a la mujer argentina respecto de otros países?
–La mujer argentina es monísima, pero todavía hay una gran parte que sigue demasiado la moda y no busca su estilo, que es lo que la va a llevar a ser diferente, a ser realmente una mujer distinguida. Una persona que sigue la moda a rajatabla jamás se distingue.
–¿Qué significan para vos los reconocimientos?
–Es muy lindo ser reconocido por lo que hacés y te da muchas fuerzas para seguir adelante. Haber sido distinguida dentro de los cien mejores diseñadores de moda contemporáneos, en el libro de la editora española Paz Diman, fue muy fuerte para mí.
–¿Y cómo definirías tu propio estilo en diseño?
–El hecho de haber vivido en varios países me ayudó a formar mi propio estilo escultórico, que refleja mi íntima relación con los materiales y el entendimiento del espacio. Me sumerjo en un proceso creativo que tiene como punto de partida el cuerpo y busco que cada aspecto del diseño evolucione desde la figura tridimensional. Trato de innovar no sólo en mis diseños sino también en el modo en el que trato al género, en las terminaciones de las prendas, en cada detalle de las piezas que produzco. Defino lo que hago como «construcción al cuerpo«.
Ping pong para un autodiseño
Una palabra: paz.
Un color: blanco, el no color.
Un aroma: el jazmín.Un sabor: el curry.
Una textura: la seda.
Un sonido: el del viento.
Un sueño: vivir en un mundo en armonía.
Un lugar: cualquiera cerca del agua.
Una cualidad: positiva, la creatividad; y no tan positiva, el perfeccionismo.
Texto: Dolores Caviglia.
Fotos: gentileza Min Agostini.