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15 de septiembre, 2014

Damián Szifron: con los pies en la tierra

El director argentino pisa firme para ser el candidato a los premios Oscar con Relatos Salvajes, el filme con el que regresó a la pantalla grande y que desató más de una polémica. Sereno, modesto y reflexivo, el chico de Ramos Mejía dice que trabaja movilizado por sus espectadores.

 

Un zorro rojo. Ese es el animal que Damián Szifron (39) eligió para representarse a sí mismo en los títulos de Relatos Salvajes, donde cada uno de los actores y del equipo técnico está identificado por un ejemplar del mundo fáunico. “Sobre todo por el color”, dice él y se niega a hacer otras asociaciones de carácter o aptitudes tales como inteligencia, sagacidad, voracidad o agilidad. “Lo elegí por el tono”, bromea. Aún en el momento de mayor popularidad e internacionalidad de su todavía joven carrera, el cineasta nacido y criado en Ramos Mejía vive más cerca de la tierra que de la fantasía de la fama internacional. Así se mueve en su vida privada, así se mostró en el Festival de Cannes cuando lo aplaudieron de pie y así también en el hotel de Buenos Aires en el que presentó para la prensa su nueva película. “Me considero más un afortunado y un trabajador que un talentoso”, asegura mientras se sienta en un gran sillón después de saludar uno por uno a los periodistas que lo van a entrevistar –la cuarta rueda del segundo día de notas-.

-Sabés que esta película viene como para hacerte dar la vuelta al mundo…
-(Sonríe incómodo) No estoy pensando en eso.

-Pero con producción de Pedro y Pablo Almodóvar, ovacionada en el Festival de Cannes, derechos comprados para todos los continentes y ya se habla de la candidatura al Oscar…
 -Genial si llega a todos lados. Porque yo hago cine para que lo vean todos, muchos, en todos lados. Pero no estoy pensando a dónde me va a llevar.

-¿Y qué es lo que realmente  te moviliza?
-Los espectadores. Contar historias, hacer películas que se puedan disfrutar. Que el cine sea una experiencia de entretenimiento, de fantasía, que lleve al espectador a algún otro lugar. Recuperar esa magia que me conmovió a mí cuando era chico y mi papá me llevaba al cine al centro. Lo que yo me propongo es hacer el cine que me gusta a mí. Ojalá lo logre.

-Reuniste casi un dream team en la película: Ricardo Darin, Leonardo Sbaraglia, Oscar Martínez, Darío Grandinetti, Érica Rivas…
-Sí, son todos actores que en cualquier película son protagonistas. Y yo los puedo tener a todos juntos gracias a que son seis historias y cada uno de ellos puede ser protagonista de una.

-La película generó polémica. ¿Imaginabas esto?
-No la hice con esa intención y creo que está bueno que la gente se ponga a pensar por qué la película le dispara cosas. Me interesa generar eso. Pero el problema es que hagan una interpretación política o que tomen lo que es ficción como una propuesta para la vida real. Eso es un error, que no es mi responsabilidad.

-El eje de las historias es la concreción de la venganza frente a situaciones que generan indignación: la injusticia, la corrupción, la burocracia, el maltrato, la infidelidad. ¿Son tus propias fantasías?
-Yo soy un ser humano, como vos, como todos. Entonces la unión entre nosotros es inmensa en múltiples niveles. Así es que yo supongo que, cuando algo a mí me parece natural, muchos otros se van a poder reconocer en eso que siento y pienso. Son fantasías un poco universales que yo llevo a la práctica en materia de una historia. Y lo hago porque pienso que va a ser disfrutable para los demás también. Claro que algunos nos parecemos más que otros, pero creo que tenía conciencia de que hay un punto en el que nos conectamos muchos, que es el imaginario colectivo. No hice un ejercicio tan analítico de decidir cuáles eran las historias que iban a ser más populares.

-¿Cuál es para vos el equilibrio entre la verosimilitud y la fantasía?
-Creo que la verosimilitud tiene su base en que son situaciones que parten de recuerdos del cotidiano; sensaciones que tuve realmente en la vida, en el planeta tierra y en la sociedad en la que vivo: me ha llevado el auto la grúa, me ha pasado que venga un auto más potente, me haga luces y casi me lleve puesto señalándome lo insignificante que soy, me ha pasado odiar y fantasear con matar a un tipo ruin que ha dañado o acechado a mi familia.

-El relato más largo, en el final, es el del casamiento. ¿Viviste algo así?
-Estuve en casamientos en los que hay un exceso de costos y una extrema necesidad de que todo sea perfecto; tan perfecto como irreal. Que sea un exceso en todo sentido: un exceso de lo feliz que hay que estar ese día porque hay alguien que está demostrando “el triunfo eterno” de las relaciones entre los hombres y las mujeres… La exhibición del matrimonio como un logro, como una especie de trofeo; la necesidad de jurarse felicidad y fidelidad para toda la vida… Cosas que resultan a simple vista “injurables”. Esa institución nos atraviesa cultural y socialmente y se nos propone como una meta a alcanzar. Y me pasó de ver tensión en los protagonistas y en los invitados porque había algo de base que no estaba bien. ¡Pero no importa! Es la fiesta, que salió carísima, y hay que ser exageradamente feliz. Una especie de gran pantomima.

-La idea de los animales que identifican a cada uno y el título hablan de ese “instinto animal” latente, o controlado, que tenemos los seres humanos…
-De eso habla la película también. El ADN del ser humano incluye el ADN de todas las otras especies que vinieron antes y que lo fueron prefigurando. Estuve leyendo mucho sobre el tema para otra película que estoy haciendo, de ciencia ficción. Entonces no es casual esa reacción animal que a veces tenemos, sobre todo cuando nos atacan.  Hay algo en nosotros, en algunos más exacerbado, que nos vincula directamente a ese origen.

-¿Somos animales?
-Somos animales sociales, sin duda. No es mi opinión: somos parte del reino animal. Lo que pasa es que no solemos llegar a los extremos de la película –aunque basta ver el noticiero para saber que muchos llegan- porque tenemos la capacidad de reprimirnos. Pero no porque no tengamos el deseo, sino porque podemos medir las consecuencias en el tiempo y darnos cuenta de que no nos conviene. Pero el deseo de acostarte con alguien que te atrae, de golpear a alguien, incluso de matarlo, de romper todo… esas pulsiones las tenemos todos, cada día de nuestras vidas. Y sólo las reprimimos porque es mejor negocio a largo plazo. Yo disfruté de cumplir eso: el goce de la venganza que nunca voy a concretar en la realidad.

-¿Qué te lleva a vos a la animalidad?
-Creo que la injusticia es la gran base de estas reacciones que uno puede controlar o reprimir. Creo que ahí, en esa sensación de lo injusto es donde está la base de esta violencia que cuenta la película. Que quiero aclarar que está hecha como ficción y es en esa libertad absoluta de contar historias en la que me muevo y por eso me atrevo a extremarlas.

 

De Ramos Mejía al mundo
Cuando le preguntan a Szifron por su pasión cinéfila, no hay dudas: “Fue mi papá el que me transmitió este amor. Mis mejores recuerdos infantiles son las salidas al centro con él, para ir al cine. Y en casa él tenía una Súper 8 y armaba mini películas con nosotros. Nunca fui un chico de potrero, porque además no existo jugando al fútbol”.
Bernardo, el papá, falleció en 2013 y apenas llegó a ver dos trailers de la película que probablemente consagre a su hijo. Tampoco conoció a Eva, la menor de las hijas de Szifron con la actriz María Marull, que nació este año. La otra es Rosa, que nació en 2009.
Formado en la Escuela Técnica ORT -en la especialidad de Medios de Comunicación-, estudió Teoría del Cine y la carrera de Dirección Cinematográfica en la Universidad del Cine.
Inició su carrera en Telefe, como productor. Empezó en el cine con cortometrajes y debutó en largometrajes con El fondo del mar (2003) que recibió premios en el Festival de Cine de Mar del Plata, en San Sebastián, en Toulouse, en Brasilia y en Cataluña. Luego llegó Los Simuladores, la serie que lo consagró en  la Argentina con el Martín Fierro de Oro –entre otros premios- y lo hizo popular en España, México, Chile y Rusia –donde se hicieron versiones- y que podría llegar al cine en un futuro próximo-. Luego siguió en tele con Hermanos& Detectives –vendida a México, Chile, España, Italia, Turquía y Rusia, y en breve a Francia y Estados Unidos-, que también fue multipremaida.  En 2005 volvió al cine con Tiempo de valientes (2005): fue este film el que llamó la atención de Pedro y Agustín Almodóvar –dueños de la productora El deseo-. “Hace tiempo que esperaba un proyecto como este para producir”, dijo el director español sobre Relatos Salvajes, que además de su respaldo tiene nada menos que el de la compañía hollywoodense Warner.
Hoy tiene su propia compañía, Big Bang, desde donde desarrollan productos de televisión y cine. Y a los 39 años ya tiene un Premio Konex de Platino como mejor director de televisión de la década 2001-2010. Queda por ver si en 2015, antes de los cumplir 40, puede ser el más joven de los argentinos –y unos de los más jóvenes de la historia- en recibir el Oscar.

 

Texto: Paula Bistagnino
Fotos: gentileza Relatos Salvajes