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8 de septiembre, 2014

Fue el amor su vida y su elemento

Domingo Faustino Sarmiento fue un hombre apasionado por la vida, en general, y las mujeres, en particular. Aurelia Vélez supo estar junto a él, uno de los hombres más fuertes y polémicos de la Argentina del siglo XIX, en las buenas y en las malas.

 

A los 16 años, Aurelia Vélez se enamoró por primera vez de su primo Pedro Ortiz Vélez (36 años, médico, unitario, divertido y muy atractivo). Él le correspondía. Se casaron a principios de 1853 pero a los pocos meses la pareja se separó abruptamente. Parece que Aurelia se había deslumbrado con el secretario de su marido y él la descubrió in fraganti. Pedro era de reacciones rápidas: tomó su pistola y le apuntó al hombre, acabando con su vida. Después llevó a Aurelia a la casa de su padre y no volvió a verla nunca más.
Así comienza la historia amorosa de Aurelia Vélez. Como puede apreciarse, no era una niña “formal” como correspondía a la hija de una de las familias más prestigiosas y tradicionales del Buenos Aires del siglo XIX. Sin embargo, la vida enseña y la gente madura. Esta mujercita menuda, no demasiado bonita, llegó a ser la compañera imprescindible de uno de los grandes protagonistas de nuestra historia: Domingo Faustino Sarmiento.

 

Ardores de una adolescente
Aurelia Vélez, primera hija de Dalmacio Vélez Sarsfield y Manuela Vázquez Piñero, nació el 8 de julio de 1836 en una casona de la calle La Plata, hoy Rivadavia al 800. Su padre, quien fue el redactor del Código Civil, era el abogado de mayor reputación en los tribunales de Buenos Aires.
Después del escándalo de la ruptura matrimonial con Pedro Ortiz Vélez, Aurelia, de 19 años, conoció a Sarmiento, de 44. Era chiquita, le decían “la petisa” y no muy linda, pero altiva, orgullosa, inquieta, andariega. Muy mimada por su padre (quien siempre la protegió y apañó su relación con Sarmiento), inteligente, llegó a tener profundos conocimientos de política. Verse y enamorarse fue para Aurelia y Domingo Faustino una sola cosa. No tardaron en ser amantes.
Para imaginar tal flechazo hay que librarse de la imagen que maestras y láminas escolares nos han “vendido” del gran maestro, malhumorado, director de escuela, enojadísimo con los chicos que se hacen la rabona.
Sarmiento era un hombre vivaz y fortachón, a quien le encantaba hacer chistes y reírse hasta de sí mismo. Le gustaban los paseos, los viajes, las fiestas, las mujeres, las plantas y los animales. La distinción honorífica y que más apreciaba (y la lucía en un cuadro a la vista de todos) era la medalla conmemorativa de la creación del Corso del Carnaval (una de las gestiones durante su Presidencia), con su caricatura con corona de emperador de máscaras en el anverso. No era rico ni elegante ni buen mozo y sin embargo atraía a las mujeres. “Extraño fenómeno reconoce él mismo. Desfavorecido por la naturaleza y la fortuna, descuidando hasta las formas convencionales de la vida civilizada, desde mis primeros pasos sentí casi siempre a mi lado a una mujer, atraída por no sé qué misterio…”. Y, pensando en Aurelia, se pregunta: “¿Por qué una beldad ama a un hombre feo?”.

 

Secretos de alcoba
Tendría poco más de veinte años cuando, durante su primer exilio en Chile, Sarmiento trabajó de peón en la mina de plata “La Colorada”, cuyo dueño era don Domingo Castro y Calvo, un poderoso hombre de negocios, quien lo invitaba a participar en las veladas en su casa después del trabajo. Ese señor estaba casado en segundas nupcias con una sanjuanina. Cuando don Castro enviudó, Domingo Faustino puso sus ojos en la joven sobrina, Benita Martínez Pastoriza, que se había casacón con el anciano tío cuando Sarmiento los visitaba durante su segundo exilio en Chile. En el invierno de 1844 Benita quedó embarazada y el 25 de abril del año siguiente dio a luz a Domingo Fidel, que pasó a la historia como Dominguito. Poco después su esposo falleció. Lugones, en su Historia de Sarmiento, afirma que la relación de Benita y el gran sanjuanino venía desde antes de que ella enviudara y que Dominguito no era hijo del viejo minero sino del propio Sarmiento.

 

El gran amor
Cuando don Domingo Faustino regresó de su viaje por Europa y América del Norte enviado por el gobierno chileno, se casó con Benita viuda de Castro y adoptó a Dominguito. El matrimonio no fue feliz. Y en esto tiene que ver Aurelia Vélez, su gran amor. Sarmiento tardó dos años en trasladar a su familia desde Chile a Buenos Aires. La presencia de Benita complicó la relación con Aurelia. Y sin embargo, durante dos años más mantuvo su romance al tiempo que continuaba su matrimonio con Benita.
Benita tuvo la certeza del engaño de su marido a través de Dominguito. Un día de 1862 lo envió al correo para buscar cartas de su padre, que estaba en San Juan, y el muchacho se enteró entonces de las que le enviaba a su amante. Con esta prueba, Benita se encargó de desparramar la noticia por todo Buenos Aires. Estalló el escándalo. Enviado por su madre, Dominguito viajó a San Juan para intentar una reconciliación. Pero él ya había tomado una decisión: no volvería con Benita.

 

Según pasan los años
Los años pasaron. Sarmiento viajó a Estados Unidos en misión diplomática. Las cartas que se envían con Aurelia son conmovedoras. El sanjuanino le pide que se reúna con él, pero ella no se decide. Más de cinco años están separados. Él aguarda sus cartas con ansiedad, no solo por los juegos de seducción que se mantienen frescos entre ellos. También porque Aurelia le informa de los acontecimientos políticos, lo previene y le aconseja. Ella, desde Buenos Aires, prepara su candidatura para Presidente de la República. Él lo reconoce en un artículo (Un viaje de Nueva York a Buenos Aires, de 23 de junio al 29 de agosto de 1868): “Hay una mujer que ha dirigido mis actos en política; montando guardia contra la calumnia y el olvido; abierto blandamente puertas para que pase en mi carrera, jefe de estado mayor, ministro acaso; y en el momento supremo de la ambición, ha hecho la seña convenida para que me presente en la escena en el debido tiempo”.
Nunca se casaron pero sus vidas permanecieron unidas hasta el fin. Cuando en 1888, ya muy enfermo, Sarmiento viajó a Asunción con su nieto Augusto Belín Sarmiento, tal vez intuía su muerte. Esto es lo que cuenta el nieto: “Las últimas horas antes de morir las dedicó a escribir cartas cariñosas a todos sus amigos que aún vivían, como si estuviese empeñado en depositar su tarjeta de despedida para el misteriosos viaje en cada hogar donde tenía simpatías”. Una de esas cartas fue para Aurelia, donde le reprocha no visitarlo al Paraguay. Con humor y galantería finge que es un “Príncipe Encantador” que, de vuelta de mil batallas por el mundo, le ha llegado la hora de despertar a su “Belle Dormante” y disfrutar de la vida. “Aunque el vulgo diría trop tard al ver lo que queda del que se llamó Charmant”. Y termina con esta frase: “Venga, que no sabe lo que se pierde del Príncipe Charmant”. La carta llegó a destino cuando el “Príncipe” ya había muerto.

Ella lo sobrevivió treinta y seis años. Vivió hasta los 88, entre viajes a Europa y a Córdoba, visitando a sus sobrinas. Fue fuerte y valerosa, inteligente y audaz.

 

 

Fuente principal: “Aurelia Vélez, la amante de Sarmiento”, de Araceli Bellotta. Editorial Planeta.