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3 de noviembre, 2014

¡Sin mi osito, no!

El osito de peluche, la muñeca de tela que le regaló la abuela o esa mantita que chupa desde que nació... Lo cierto es que cuando el bebé descubre que es una persona, más allá de la presencia de papá y mamá, ese amigo peludo se convierte en su talismán.

 

El pequeño se encariña con un objeto que está a su alcance desde los primeros meses de vida, dotándolo de vida propia, con sentimientos. Puede que esté confeccionado de algodón, peluche, lana, goma, inclusive plástico; no importa el material, sino que sea suave y agradable de acariciar. Este objeto cumple, principalmente, dos funciones: lo acompaña en la fascinante y atemorizante aventura de descubrir el mundo, como un amigo fiel que lo escucha, comparte su afecto y juega con él; y lo ayuda a sobrellevar mejor el miedo, la frustración, la sensación de soledad o abandono que le genera su recién descubierta independencia.  Su olor y su tacto familiares le brindan la tranquilizadora sensación de estar siempre en casa y  de que «todo permanece inalterable«.

 

Amor incondicional
Lo más probable es que el niño, cada vez que tiene que salir de casa -a la guardería, la casa de los abuelos, de amigos, de paseo o de viaje- se aferre a su chiche, inclusive antes de que lo terminen de vestir. Ante la desesperación de mamá, su chiquito irá hecho una belleza, limpito y perfumado, abrazado a su –muchas veces sucio o roto- muñeco de tela.
Se recomienda no negarle al bebé que lleve a su «fiel compañero» a todas partes, porque no sólo lo ayuda a enfrentar ciertas experiencias que, aunque lo angustian, le permiten darse cuenta de que es un ser autónomo, que sigue existiendo a pesar de la ausencia de sus padres.
De todos modos, no todas son rosas en esta relación tan especial: a veces, el chiquito reta a su inanimado amigo, inclusive lo patea y le pega o lo deja abandonado en un rincón. Estas reacciones, que suelen asombrar mucho a los padres, se deben a que su hijo puede encauzar este tipo de sentimientos a través de ellas. Pero este enojo y distanciamiento dura poco; sólo hasta que el pequeño deba enfrentar una situación desconcertante o llega la hora de dormir, momento en que, con una vocecita que suena a ruego, volverá preguntar por su osito de peluche o su querida mantita.

 

El momento del adiós
En líneas generales, el niño va desprendiéndose de su talismán cuando deja de necesitarlo emocionalmente.  Ya no lo lleva cuando sale de casa, ni lo busca a la hora de dormir. Si bien es cierto que para cada pequeño el tiempo de dar este paso es diferente –en el caso de los más tímidos o que tienen dificultad para dormir se puede prolongar- se produce hacia los cuatro años, cuando está psíquicamente preparado para hacerlo a un costado. Aunque la realidad es que no lo abandonan del todo. Su «compañero» estará siempre presente y guardado en un placard hasta que sienta que lo vuelve a necesitar.
No es conveniente presionarlo para que lo deje, aunque si pasa el tiempo y sigue emperrado en ir a todos lados aferrado a él (cosa que puede generarle problemas con otros niños o limitarlo en sus afanes exploratorios), es aconsejable alentarlo con palabras y actitudes que le inspiren confianza. A través de ellas, es bueno, darle a entender lo grande en que se está convirtiendo y lo contentos que están papá y mamá por ello y por sus logros; ese apoyo emocional hará que se dé cuenta de que ya no necesita de su «amigo de trapo» para enfrentar al mundo exterior.

 

¡¡¡Se perdió!!!
El drama que puede generarse ante la pérdida de la mascota puede llegar a desestabilizar a cualquiera. Desde ya que no sirve comprarle otra ya que, aunque parezca igual, el chiquito puede llegar a rechazarla, porque él quiere la suya, aunque sea fea y sucia. Por eso es que sugerimos algunas sencillas medidas que pueden evitar esta verdadera hecatombe familiar.

* Tome como costumbre asegurarse de que el muñeco vuelve con el niño a casa, después de una visita, un paseo, al dejar el jardín o la guardería.

* Si se rompe, habrá que repararla. El pequeño aceptará un parche, unas puntadas o lo que sea para que vuelva a jugar con «su querido amiguito». Hay que tener en claro que su valor tiene que ver más con lo afectivo que con lo estético.

* Aproveche mientras duerme para lavarla; así el bebé se acostumbrará a que su osito tenga olor a limpio y no tendrá que llevarla siempre sucia a todos lados.

 

Texto: Adriana Aboy
Asesoramiento: Lic. Marina Doeyo, psicóloga especialista en niños y adolescentes.