Imposible describir su totalidad en una única oración. De este a oeste, de norte a sur, Turquía es una tierra de contrastes. Monumentos y construcciones antiquísimas, mercados que invitan a perderse, costas doradas o deslumbrantes formaciones rocosas. Diferentes paisajes en una república que fue cuna de civilizaciones y es dueña de una joven independencia.
Se puede visitar tan sólo Estambul, descubriendo una imponente urbe, que cautiva con su ritmo, arquitectura y grandeza. Pero Capadocia, así como las zonas mediterránea o egea, son pases a nuevas experiencias y miradas que, sin dudas, también son imperdibles. Lo ideal es contar con un par de semanas para disfrutar con intensidad.
Por la puerta grande
El ingreso a la región –que integró el Imperio Romano de Occidente, el Imperio Bizantino y, más tarde, el Otomano– es, nada más y nada menos que por Estambul; la misma que supo ser Nueva Roma, Constantinopla y Bizancio. Es una de las tres ciudades transcontinentales que existe en el mundo con territorios divididos entre Europa y Asia. Su ubicación estratégica (también muy cerca de África) logró que una personalidad histórica como Napoleón Bonaparte declarase: “Si el mundo fuese un solo Estado, la capital sería Estambul”.
Atravesada por el Bósforo y a orillas del Mar de Mármara en el sur y el Mar Negro en el norte, desde que uno pone en pie en la ciudad, se hace eco del sentimiento nacionalista y de pertenencia de los turcos, que homenajean a cada paso a Mustafa Kemal Atatürk, fundador y primer presidente de la República de Turquía, instaurada el 29 de octubre de 1923.
Listos para empezar
El recorrido de Estambul podría comenzar por la Ciudad Vieja, específicamente el área del Sultanahmet o Sultanato, donde se ubican la Mezquita Azul –que recibe este nombre por miles de mosaicos azulinos que cubren sus cúpulas– y el Museo de AyaSofya o Santa Sofía, edificio que fue iglesia y luego mezquita. Uno frente al otro, separados por un florido paseo, son visitas obligatorias.
A pocos metros, está la Basílica Cisterna o Palacio Sumergido –nombrada así por su magnificencia y extensión–, construida en el 532 a.c.
Para completar este circuito, hay que sumar el Palacio Topkapi, la residencia principal de los sultanes del Imperio Otomano. Una de las obras musulmanas más admiradas, en donde se exhiben varias muestras. Después de estos paseos, que se pueden alternar en dos días, es necesario un descanso en el Parque Gülhane; un oasis ubicado al lado del palacio.
La región europea de Estambul está, a su vez, dividida por el Cuerno de Oro, un estuario que desemboca en el Bósforo y se puede cruzar a pie por tres puentes. El más pintoresco y transitado es el Puente de Gálata, que conduce a una costanera bordeada por localcitos y bares óptimos para probar los mejores platos de la región a base de pescado fresco o una suculenta picada mediterránea.
En esta zona, liderada por el barrio de Beyoglu, se encuentran los centros comerciales más modernos, como la larguísima peatonal de Istiklal –que conduce a la neurálgica Plaza Taksim–, elegida por varias marcas internacionales para abrir una tienda. A sus alrededores también hay negocios de onda más bohemia o con propuestas de diseño independiente.
Son visitas obligadas la antigua Torre de Gálata, de inigualable vista panorámica, y el Palacio Dolmabahce, construido durante el Imperio Otomano y luego residencia de verano de Atatürk.
Cambiar de continente
Para conocer la parte oriental de Estambul hay que acercarse hasta alguno de los muelles del servicio de ferry. Por unas pocas liras turcas, uno pasa de Europa a Asia. Si bien los monumentos más importantes están en la región europea, los colores y el ambiente de las calles peatonales del barrio de Kadikoy, así como el mercado de alimentos –en donde se ofrecen desde panes recién horneados hasta la pesca del día–, son una muestra de cómo se mueve la gente de esta ciudad; entre antiguas costumbres y el confort de la modernidad.
Con los ferrys se pueden tocar cada uno de los puertos pero vale la pena tomar el que conduce a las Islas Princesa. Un conjunto de nueve islas sobre el Mar de Mármara en las que se pueden sifrutar de la playa durante los meses de verano. Büyük Ada es la más extensa, aunque se puede recorrer a pie, en bici o en mateo, ya que no se permiten los vehículos motorizados.
De baños y bazares
Si de lo típico se trata, los baños turcos o hamam aplican con seguridad a este ítem. Hay uno, como mínimo, en cada ciudad. En Estambul están los más turísticos, convertidos en spas milenarios que ofrecen desde un simple baño por 30 euros, hasta el servicio “del emperador”, que incluye tratamiento con guantes de crin, masaje seco, masaje con espuma, jugos y tés naturales por 110 euros. Hay sectores para hombres y mujeres, aunque en algunos admiten parejas. En los pueblos menos urbanizados son quizás menos rimbombantes y lujosos aunque más fieles a esta antigua tradición.
Por supuesto, los mercados y bazares son otra marca registrada; y regatear es parte de la experiencia. El Gran Bazar, en Estambul, es la muestra más acabada de estos viejos centros comerciales. Tapices, alfombras, narguiles, cerámicas y bijouterie, se mezclan en los pasillos de este pequeño gran mundo. El Bazar de las Especias o Bazar Egipicio, también en Estambul, ofrece en cambio deliciosas confituras, frutos secos y abrillantados, bombones, cafés, tés y, por supuesto, especias. Pero en cada ciudad hay un mercado digno de visitar que, a decir verdad, ofrece mejores precios y comerciantes más ávidos de vender; aunque siempre dispuestos al juego del regateo.
Otros must go
Para completar la experiencia, se puede llegar hasta Bursa, una ciudad comercial con centro de esquí en invierno, que en los meses cálidos se convierte en un fabuloso paseo al aire libre. Canakkale es otra ciudad cercana a Estambul y, además, paso obligado para visitar las ruinas de Troya.
Hacia el sur, se pueden realizar numerosas excursiones. Éfeso, con su Gran Teatro –con capacidad para 24 mil personas–, es una de las ciudades antiguas más populares de la región, legado de las civilizaciones romana y bizantina. Por allí pasó la Virgen María y, a pocos kilómetros de las ruinas, se encuentra la casa, convertida en santuario, donde vivió sus últimos días.
Para continuar con muestras de la maravillosa arquitectura y monumentos del pasado, Pamukkale –declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO– es ineludible: resguarda la ciudad sagrada de Hierápolis, fundada por los frigios, a orillas de unas termas. Además, la denominación Pamukkale significa “castillo de algodón” y hace honor a las formaciones de piedra caliza y travertino, que se desplazan sobre terrazas, por las que se puede caminar descalzo, hundiendo los pies en las aguas termales.
Para los amantes de la playa y los deportes naúticos, también hay fabulosas opciones (a las que también se puede llegar vía cruceros). En las costas del Egeo y el Mediterráneo están Kusadasi, Marmaris, Bodrum o Dalyan: paisajes soñados y aire marítimo.
Como en los cuentos
Así como Estambul, Pamukkale o Éfeso son lugares únicos; la región de Capadocia, en el centro del país es además de incomparable, un sitio que parece de fantasía. Uno cree estar soñando cuando tiene la posibilidad de levantarse a las siete de la mañana, mirar el cielo y verlo cubierto de alrededor de cien globos aerostáticos. Ni hablar de la experiencia de hacer un viaje en globo, a la que ningún viajero puede negarse.
Göreme es uno de los pueblos donde uno puede alojarse, cercano al parque nacional homónimo. El paisaje es tan particular que recibe el nombre de Museo al Aire Libre. Sus hoteles están construidos en las famosas cuevas o “chimeneas de hadas”; formaciones rocosas erosionadas, donde los antiguos cristianos supieron ocultarse en épocas de persecución. Además, hay ciudades subterráneas de la misma época, que se pueden visitar. Otros poblados, que quedan a pocos kilómetros (se puede llegar en bici o con bus de línea), son Uchisar –famoso por su “Castillo” – y Ürgup.
Panza llena, viajeros contentos
La gastronomía merece un párrafo aparte. Platos especiados con sabiduría, en los que pueden saborearse azafrán, menta, cilantro, canela y vainilla. Las carnes, principalmente de cerdo, se sirven como köfteler (carnes picadas que forman una especie de albóndiga, a veces combinada con cebolla, ajíes y trigo burgol) o kebabs (carne asada sobre un pincho giratorio) acompañados por arroces o verduras. En Bursa, por ejemplo, se sirve el famoso Iskender Kebap –creado en el restaurante que recibe el mismo nombre, fundado en 1867–: una base de exquisito pan de pita con salsa de tomate y yogur, sobre el que disponen la carne, tomates, pimientos verdes y, como toque final, una salsa a base de manteca.
Higos y dátiles rellenos con frutas secas o las tradicionales “delicias turcas”, unos pequeños bombones a base de almíbar, jugo de fruta y gelatina, cubiertos con azúcar impalpable o coco, abundan en la mesa dulce; así como el arroz con leche o las baklavas de masa filo, embebidas en jarabe de miel y rellenas de pistachos, nueces o pasta de chocolate. Placeres culinarios de una Turquía que invita a recorrerla, degustarla y observarla con todos los sentidos.
Tips de viaje
• El 95% de la población es musulmána. Al ser un país laico, la mayoría de las mujeres no usa velo. Sin embargo, para ingresar en mezquitas y lugares sagrados, es necesario cubrirse la cabeza y las piernas.
• Las distancias entre cada sitio son grandes, por lo que es recomendable combinar aéreos o alquilar un auto y, así, aprovechar para ir parando en pueblos menos turísticos pero, no por eso, menos atractivos.
• A las distintas regiones también se puede llegar en micros que son sumamente confortables y con servicio de calidad. Además, todas las compañías de larga distancia ofrecen transfers gratuitos desde la oficina donde se compra el pasaje –generalmente, siempre hay boleterías en las áreas céntricas y hoteleras– hasta la terminal y viceversa.
• Un souvenir infaltable es el Nazar u Ojo Turco, el amuleto contra el mal de ojo que abunda en las más diversas formas. Pulseras, tazas, dijes o imanes con este símbolo protector son el vicio de los turistas… Como también de los lugareños.
Texto y fotos: Geraldine Palmiero