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14 de abril, 2018

Mónica Socolovsky, la creadora de Sathya: «Mi vida espiritual es el respaldo de todo lo que hago»

A los 18 años se fue a Israel, el único lugar al que sus padres la dejaron, se casó y se fue a París, se separó y se volvió a casa, esta vez en Nueva York. Tuvo tres hijos en total y dos del corazón. Entre todo eso, construyó una marca con identidad y calidad y se convirtió en una guía turística-espiritual de la India.

 

Dice que desde muy chica tuvo algo con la ropa: “Yo me compraba las telas y me la mandaba a hacer. Siempre me hacía cosas originales y mi mamá creía que estaba medio loca”. Pero hubo un larguísimo recorrido, en su vida, sus búsquedas y en viajes por el mundo hasta que Mónica Socolovsky se convirtió en la dueña de Sathya: pasaron tres maridos, cuatro países de residencia, formación espiritual diversa aquí y allá, regreso a la Argentina y maternidad. Y ahora, a los 74 años, con cinco hijos, una marca reconocida y una identidad como diseñadora, un lugar de referente de conexión con la India y especialmente con Sai Baba, Mónica duce que todo eso, su vida, es un gran viaje y a la vez una misión: “Veo un camino que se fue ensanchando y que abarca tantísimas cosas todo el tiempo. Y que en ese caminar hubo sobre todo aprendizaje, un gran aprendizaje. Eso fue y es mi vida”, dice la diseñadora, pionera en la conexión de la Argentina con la Sai Baba, madre de cinco hijos, pionera en muchas cosas y ahora también en la organización de viajes a la India.

A los 18 se fue a Israel a estudiar Economía. “Yo siempre sentí, y en ese momento mucho peor, que la Argentina era un país muy ortodoxo y estructurado. Y yo era un espíritu libre. Siempre lo fui. Y me quería ir a toda costa y mis padres lo que me dejaron fue Israel porque, si bien no eran practicantes, son judíos y era un lugar que sentían que tenía una contención”. Se fue a estudiar Ciencias Económicas pero enseguida dejó y se puso a estudiar educación física “porque era lo que me dejaba más cerca de la playa”, se ríe. Estuvo viviendo en algunos kibutz, donde aprendió hebreo y conoció a su primer marido, un francés que les pidió la mano a sus padres y con el que se fue a París. La familia de él era la dueña de lo que luego fueron las Galerías Lafayette. “Por un lado me acercó al mundo de la moda porque mi suegra se vestía con alta costura y me casé con un vestido Pierre Cardin. Era la burguesía de la burguesía. Pero yo no dejé de ser quién era: siempre rebelde, decía lo que pensaba… Mientras iba a los desfiles. Aprendí muchísimo allá…”.

-¿Y qué pasó?
-Me aburrí mucho de esa vida, me agoté, yo quería salirme. Yo siempre fue muy pero muy independiente y ahí yo me encontré atada a una familia a los 20 años. No sabía cómo irme y no me dejaban… No porque me tuvieran encerrada, pero él me lloraba. Y bueno: ¡Me escapé! Conseguí una amiga que se iba a España y me consiguió un trabajo allá. Así que dije que me iba de vacaciones con ella y no volví más. En España produje películas y ahí conocí a mi segundo marido, que era americano. Así que de ahí me fui a Nueva York con él. Tenía 25 años.

-¿Ahí profundizaste en la moda?
-Ahí empecé a trabajar en la industria de la moda, como traductora en realidad de una casa muy sofisticada para que les hiciera la búsqueda y fuera nexo con los países en los que compraban, porque yo hablo cinco idiomas. Y después, como ellos hacían ropa para cazadores que iban a África, pero hacían solo de hombre. Así que les propuse producir blusas y prendas para las mujeres que iban a los safari… ¡Se vendió volando! Fue el sentido común. No es que tuve una idea genial. Pero para esto el sentido común es fundamental. Creo que es lo que me salvó en la vida. Y lo que me llevó a meterme en la moda de contramano.

-¿Y cómo siguió?
-Me ofrecieron un trabajo para ser compradora de moda de una súper tienda en Nueva York que era Bloomingdale´s. Me pagaban mucho menos que en lo otro pero me ofrecían una carrera… Y ahí fui, casi cuatro años intensísimos en los que me mandaron a Londres… Ahí entrené el ojo de fashion buyer que está presente siempre en mí y por eso mis colecciones de Sathya tienen esa variedad y esa impronta. Crecí un montón pero después tuve a mi hija mayor y ahí, como no la veía nunca, decidí dejar y dedicarme a criarla.

-¿Cómo llega la espiritualidad a tu vida en tanto frenetismo?
-Empecé a tener experiencias espirituales muy fuertes. Siempre me había pasado pero empezó a ser súper intenso: se me aparecía el que después iba a ser mi maestro que me decía que yo tenía que volver a la Argentina. Hacía 12 años que me había ido. Y decidí volver: sentí que era un llamado poderoso. Y empecé a volver de a poco: iba y venía con la nena, fabricaba y vendía en Estados Unidos ediciones limitadas de prendas como pulóveres o camisas. Hasta que se vino una catástrofe económica, era justo antes de la dictadura, y chau. Ahí nacieron “las blusas de Mónica”.

-¿Fue la prehistoria de Sathya?
-Algo así: hacía unas blusas antiguas y salía a venderlas en Recoleta. Y me empecé a ser famosa. Siempre fui inquieta, pero además yo siempre sentí como una especie de protección divina. Yo lo siento así: tengo un socio infalible, que es Dios, es como una sensación de pertenencia. No no tengo que preocuparme porque tengo un respaldo. Tengo que ocuparme. Entonces siempre arranco desde la confianza, nunca desde el miedo.

-¿Cómo llega Sai Baba a tu vida?
-Es un larguísimo recorrido. Yo fui sin saber haciendo ese camino desde muy temprano. Por ejemplo, en Europa yo estudié Psicología Transpersonal en la década del 60 cuando eso todavía era desconocido. Después fui la primera argentina que fue a ver a Sai Baba en 1969, después fundé la Organización Sai Baba de la Argentina.

-¿Y cómo nace Sathya?
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-Mi ropa naturalmente se empezó a llamar “La ropa de Mónica” y en un viaje a la India Baba me invita a una charla allá y cuando termino de hablar él me pregunta qué hacía. Le conté lo de mi fábrica de ropa y el nombre. Y me dijo: “Vos sos la gerente, pero la ropa es de Dios”. Y Ese día decidí llamar a la marca Sathya porque él se llama Sathya Sai Baba. Y también me dijo que tenía que llamar Sathya a mi hija. Sathya quiere decir verdad. Así que la ropa, y mi hija, que nació en la India, se llamaron Sathya. Yo tenía 41 años cuando la tuve y mi otro hijo a los 46. Eso fue un milagro. Porque yo no podía tener familia. Ellos vinieron después de todo esto. Ellos fueron con mi marido acá en Argentina, con el que estuve 24 años.

-Y también adoptaste dos hijos…
-Son dos hijos del corazón que por distintas razones terminaron criándose conmigo, una es la hija de una ex pareja y otro es un hijo al que yo ayudé a encontrar a su mamá. Y después de que ellos vinieron a vivir conmigo y todo, quedé embarazada las dos veces.  

-¿Y tus padres qué decían?
-Mis viejos ya estaban quemados conmigo: nunca entendieron bien de dónde les había salido esa hija que nunca les había dado bolilla. Así que un poco se tenían que conformar. Yo creo que no querían que yo volviera tampoco, porque era como la hija loca: se murieron sin entender por qué me había dedicado a la moda o por qué había hecho todo ese vínculo con la India y Sai Baba.

-¿Cómo te inspirás para crear las colecciones?
-Elijo los colores meditando. No sigo la tendencia. Medito antes de empezar la colección y es por eso que siempre estoy adelantada a lo que va a venir. Por eso y porque además yo trabajo en India mucho, con gente que trabaja para la alta moda, y entonces veo los bordados de los diseñadores internacionales para dos temporada después.

-¿Cuál es el espíritu de la marca y cómo la producís?
-Hago mucho acá y mucho en India, busco texturas y cortes nuevos siempre. Mi ropa tiene creo que dos sellos exclusivos: la originalidad y la calidad. Para mí la ropa tiene un significado muy transformativo, porque las personas se transforman cuando sienten que la ropa las acompaña. Y en ese sentido busco siempre algo especial y trabajo de manera muy artesanal y sólo con telas naturales, que respiran. Yo no uso polyester, porque no podría pensar en que les doy a las mujeres una prenda que contamina su cuerpo.  Mi foco es ese. Yo nunca busqué hacerme millonaria sino hacer algo que tuviera sentido.

-¿Cómo te sentís hoy a los 74 años? ¿No quisiste largar un poco todo y dedicarte a viajar?
-No, yo me jubilé pero sigo trabajando. Yo pienso que cuando vos dejás de crear y disfrutar con lo que es tu vida, sonaste. He visto gente envejecer. Yo a los 74 años me siento una mujer plena, por todo lo que hice, porque no me quedé con ganas de hacer nada en la vida, lo hice todo. Para mí la vida es un entusiasmo, una alegría, y no puedo entenderla de otra manera.

 

Texto: Paula Bistagnino.