Nació y se crió en Munro, provincia de Buenos Aires. Dejó el secundario y su primer trabajo fue en el taller mecánico de su padre, donde sólo, casi por impulso, empezó a escribir cosas en papeles sueltos como una forma de escapar de esa fosa y de ese universo. “A mí la literatura me mostró que existía algo más que los límites de Munro y del taller. Que habían muchos otros mundos. Que yo, aun encerrado ahí, podía escapar”. Y así lo hizo, primero con la actuación y desde ahí, ahora, con la literatura. Mientras cada noche protagoniza en el Metropolitan la obra “Perfectos Desconocidos” junto a Agustina Cherri dirigido por Guillermo Francella, acaba de publicar su primera novela “Construcción de la mentira” (Editorial Alto Pogo). Y también estrenó en cine “No llores por mí Inglaterra”, con Diego Capusotto y dirigido por Néstor Montalbano.
-Nada que ver con lo que hasta ahora, en casi dos décadas de carrera de actor, venías haciendo.
-Sí, nada que ve. Por eso me llamó la atención. Y a la vez, se lo dije apenas llegó, le conté que yo con la actuación ya no tengo ninguna ambición artística de nada. Que no me interesa ganar ningún premio, que no estoy buscando ni trabajar con Pedro Almodóvar ni ir a Cannes, que ya no tengo ambiciones con la actuación. Y que solo quiero pasarla bien, divertirme y trabajar. Y él me dijo que le parece maravilloso eso.
-¿Y qué te desafiaba del cambio de rol y registro y género?
-Eso. Cuando leí el guion, me acuerdo que en la página 30, le dije a Brenda (Gandini, su mujer): “Esto es un delirio y la verdad es que me dan ganas de hacerlo: por esto, por género nuevo, por construcción nueva de personaje, de registro. Me gustó verme en ese lugar.
-Digamos que ya tenías un lugar cómodo. ¿Te daba miedo algo de eso?
-Sí, no estar a la altura. Igual eso es algo que me pasa siempre, con cualquier proyecto. Siempre tengo la paranoia de que no voy a estar a la altura, de que se equivocaron de actor, de que tendrían que haber llamado a otro pero que nunca me lo dicen en la cara. Pero siento que hay un rumor de fondo y que todos comentan.
-Decías que no te interesa ni Cannes ni Almodóvar. ¿Cuándo cambió eso?
-Y, al principio estuvo eso: ni siquiera Cannes, ¡ganar un Martín Fierro! Eso era como la aspiración y todo lo que rodea a eso.
-¿Qué te bajó de ahí?
-No es que algo me haya bajado. Creo que la forma de expresión mutó. Afortunadamente. Tengo 36 años y me parece genial seguir apasionado con algo. Me parece vital en mi vida y en cualquiera. Podría estar en mi casa de Nordelta viendo proyectos y haciendo asado… Pero tengo otras ambiciones.
-¿En qué está puesto ahora ese deseo?
-En la literatura mucho más. Acabo de publicar mi primera novela y escribir y leer y escribir. Es lo que estuve haciendo los últimos 4 años. Ser padre –de Eloy y Alfonsina- me llevó a muchas más preguntas, a cosas en la cabeza. No para exorcizar ni hacer catarsis. Para buscar una voz propia. Es la vida de un actor que busca su propia identidad.
-¿Cómo fue el descubrimiento de la literatura?
-Yo trabajaba con mi viejo en el taller mecánico y me pasaba que sentía que eso no podía ser todo, todo lo que había, que lo que mis viejos me habían sabido dar o podido dar no era todo. Yo estaba en Munro y para mi cruzar la avenida General Paz era como cruzar el desierto y era un mundo medio de ficción para mi realidad.
-¿Hubo un profesor o alguien que te llevara la literatura?
-No, yo no terminé el colegio. A los 13 o 14 años me encontré tirado “El túnel” de Ernesto Sábato, de una de esas colecciones de diario. Y fue descubrir un universo, que se me metieran voces en mi cabeza, y me rompieran esa burbuja. Y se me instalara en la cabeza que yo quería salir de ahí. Y empezar a escribir también. Y ahí empecé a descreer en los límites que tenía mi vida. Porque yo tendría que seguir en Munro.
-Cuando la entrevistamos a Brenda dijo que a ella la maternidad la puso más egoísta y menos tolerante y a vos al revés: que a vos te había vuelto “más bueno”. ¿Lo sentís así?
-Si ella lo dijo no la voy a contradecir. No creo haber sido malo antes y tampoco quiero ser bueno ahora.
Texto: Ana Césari.