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9 de junio, 2020

Mamadera: ¿hasta cuándo?

Flavia Tomaello, autora del libro "Rutinas felices", explica cuándo es el momento de sacarle el biberón a los chicos, y lo más importante: ¡cómo lograrlo!

El biberón es el primer contacto no materno que el niño tiene con el alimento. Así como para algunos puede ser difícil empezar a tomar de él, para otros es costoso abandonarlo.

Arrancar la rutina del uso de la mamadera puede requerir algunas adaptaciones paulatinas, pero es un paso necesario previo a la ingesta de alimentos sólidos. Que el niño experimente un elemento ajeno a su madre que puede saciar su hambre es un excelente avance. Para colaborar con ese paso puede ser útil dársela cuando tenga hambre, demostrar lo importante que es ese paso, dejarlo jugar antes de la primera ingesta para que conozca el elemento antes de comer de él, que se la dé el papá o dársela cuando esté un poco dormido.

El bebé que ronda los dos años conoce bastante poco de todo lo que le rodea y se aferra a cada cosa que posee de una manera muy intensa. Esos pilares son sobre los que se sostiene para seguir descubriendo el mundo. Precisamente este es uno de los fundamentos de las rutinas: que se apoyen en ellas para salir a explorar.

A la hora de dejar la mamadera la angustia es lógico que se instale. De todos modos, cada niño cuenta con un ritmo propio y será adecuado que cada familia siga su fórmula, eligiendo de las recomendaciones aquellas con las que se sientan más afines a sí mismos y a su bebé. Hay bebés que de un día para el otro abandonan el chupete y/o la mamadera, otros que sufren desconsoladamente esa etapa, unos más que en ocasiones se sienten «valientes» y pueden desarrollar su día a día sin ellos y de pronto los vuelven a necesitar…

Dejar la mamadera es, además de empezar a vincularse con los alimentos de otro modo, una expresión clara de crecimiento. El bebé elaborará ese momento a su manera y va a requerir acompañamiento de su entorno. Es adecuado que se superpongan el hecho de dejar el chupete con el de abandonar el biberón. Como un hecho racional es propio que coincidan, sin embargo, habrá que estar lo suficientemente alerta como para no someter a una presión innecesaria al niño.

Todo el proceso deberá concretarse de manera gradual, sin mostrarle ansiedad al pequeño (¡el ya tiene bastante!). Si en los primeros momentos come algo menos, no hay que preocuparse. Si se angustia ante la ausencia de la mamadera, hay que distraerlo con algún objeto de su aprecio: un muñeco, una almohada, una mantita pueden ser buenos sustitutos. En paralelo hay que alentarlo a beber en vaso como hacen los más grandes. Si hay hermanos pueden convertirse en un excelente estímulo.

El abandono de la mamadera puede iniciarse a los seis meses. Desde el primer año ya no es un elementos necesario, salvo en situaciones donde puede resultar una solución práctica. De todos modos, no es grave que un niño mayor la utilice. Cada hogar encontrará el momento ideal y se adaptará a lo que considere posible. Sin embargo, sí es importante que no se tome la prolongación de su uso como algo natural que tarde o temprano el pequeño abandonará por sí solo. Lo común es que cuanto más se extiende el hábito en el tiempo resulta más complejo prescindir de él.

Eva Giberti, una de las especialistas en crianza más reconocidas, suele sugerir un dicho muy positivo para estos momentos: “Ahora que sos grande y tenés dientes y podes morder y masticar… a ver tocate los dientitos. Ahora que podes caminar, subirte a la sillas porque tenés piernas fuertes… ¡Mirá que fuertes que son!…  Entonces ya no necesitás la mamadera que usaste cuando eras chiquito, la mamadera te ayudó a crecer, vamos a darle las gracias a la mamadera y a decirle adiós.  ¡Gracias querida mamadera porque me ayudaste a crecer! Ahora te digo adiós… vamos a guardarla en una cajita y se queda con nosotros, durmiendo”. Seguramente no será una solución eterna. Habrá idas y vueltas, pero si es posible «ver cómo duerme la mamadera» y «mimarla» un poco, tal vez sea un modo de no dejarla del todo, aunque sí no usarla más.

Los adultos deben funcionar como facilitadores. Si cargan su propia ansiedad al proceso o descalifican a los objetos no van por buen camino. Si «son malos», ¿para qué los usaron? Paciencia, acompañamiento, firmeza y tiempo.

Pasando del lactante al comensal

Programar el día a día en casa suele ser un malabarismo para toda ama de casa que, además de serlo, por los tiempos que corren, es común que desempeñe numerosas funciones además de ser mamá. Con lo complejo que es crear una rutina familiar que contemple las necesidades de todos los integrantes, no es muy recomendable implementar hábitos temporales. Por ello es que cuando el bebé empieza a incorporar alimentos sólidos sería ideal que se empiecen a delinear aquellas costumbres que la familia querrá llevar a cabo de aquí en más. Claramente, nada es para siempre, habrá que ajustar, habrá cambios en la familia, en horarios, en trabajos, etc… Cada etapa se irá acomodando a esas modificaciones, pero se recomienda no someter al bebé a sucesivas rutinas que duren poco tiempo.

Cuando se piensa en la estructuración de la jornada del antes lactante, se debería trabajar sobre tres elementos esenciales: vigilia/sueño, juego, alimentación. Esta tríada compone la formación de un niño sano en ese tiempo. Aún para los que deban ser dejados al cuidado de nanas o centros maternales este esquema se mantendrá intacto.

Armar una rutina alimentaria

Mínimamente debería componerse un esquema alimentario que incluya momentos para las cuatro comidas habituales. Sin embargo pueden sumarse dos colaciones a media mañana y media tarde, instancias para sumar frutas o cereales que en ocasiones quedan fuera de la ingesta en las comidas más fuertes.

Para los horarios de un bebé el desayuno suele ser un momento difícil. En una situación ideal, sería fantástico resignar quince minutos de sueño por otros tantos compartidos en la mesa. El bebé requerirá de mayor tiempo para un desayuno completo porque no come al ritmo de los más grandes, pero que se siente a la mesa con el resto de la familia y sea parte de ese momento, lo empieza a sumergir en la rutina que es habitual en su casa. Para los niños en edad escolar es una comida esencial porque necesitan energía para el aprendizaje y rendimiento. Si de pequeños están acostumbrados a esa ingesta, no será un hábito a construir más tarde.

El almuerzo suele encontrar a la familia fuera de casa, cada uno en sus ocupaciones. Aún así, es preciso darle envergadura en los fines de semana y también con viandas o comidas que se tomen fuera del hogar. En el caso de poder participar activamente de este momento con un bebé o con cualquiera de los niños de la casa, es conveniente establecer un horario fijo que se acomode saludablemente a los requerimientos de todos (si no fuera posible, ¡¡flexibilidad!!). Tener los alimentos preparados con anticipación evita la improvisación que sólo llevará a estresarse a quien cocina y a resolver el apurón con comida poco nutricia.

La merienda suele encontrar a los niños con poca gente en casa. Es común que los niños más grandes tengan horarios diversos merced a sus actividades escolares, en tanto los bebés mantengan una rutina más organizada. La propuesta se debe preferir por algo frugal que dé paso a la cena.

La cena suele ser el momento de encuentro más importante de la familia. Es ideal que sea temprano, para los más chicos puedan ser parte, pero también para permitir hacer la digestión antes de ir a dormir.

El momento de comer debe desenvolverse con calma, sin discusiones ni correcciones constantes. Los padres deberán optar por qué cosas ir puliendo en el modo de comer de sus niños. No podrán objetar todo lo que hagan mal, sobre todo si son pequeños. Es mejor ponerse algunas metas, como que se limpie con la servilleta, e ir por ese hábito hasta que lo incorpore.  Recién allí se optará por otro. Siempre será bueno elogiar lo que se haga bien. Sólo se deberían hacer otras observaciones cuando éstas sean en extremo necesarias, como, por ejemplo, que ponga los zapatos sobre la mesa.

Los bebés más pequeños no tienen aún la idea de que primero se come lo salado y luego lo dulce a modo de plato y postre. En ocasiones puede suceder que coman una fruta, luego carne, luego verdura y huevo. En los comienzos es más importante que coman diversos sabores a que tengan el plan organizado como adultos. Un punto extra es que sería adecuado que no coma un único plato por comida, sino que se habitúe a varios sabores de los que se come un poco de cada uno. Así, cuando llegue el momento de principal y guarnición lo verá habitual.

 

Fuente: Rutinas felices. Agenda para padres, de Flavia Tomaello (Paidós).