Playas brasileñas las hay de a docenas, desde las sureñas en Florianópolis hasta las norteñas de Maceió. Sin embargo, cuando se cree que ya se conoce todo, el vecino país siempre tiene escondida alguna sorpresa. En general, se trata de destinos que han evitado la masividad y de la mano de su bajo perfil, pudieron mantener un entorno agreste y salvaje, que permite disfrutar de la naturaleza como en pocos lugares. Este es el caso de Itacaré y Jericoacoara, dos tesoros a descubrir.
Jericoacoara, un paraíso terrenal
Cuesta memorizar el nombre, por largo y complicado. Por eso, sus habitantes directamente hablan de Jeri. Antes que nada, hay que aclarar que Jericoacoara no es para todos, sino para auténticos amantes de una vida más natural o, al menos, para quienes quieren probar algo diferente. Para dirigirse hasta ahí, la opción es llegar hasta Fortaleza en avión, luego tomar un micro durante varias horas y hacer el último tramo en jardinera, una suerte de colectivo sin puertas, que parece endeble y, sin embargo, le hace frente a las dunas que es necesario atravesar para llegar a destino. Gracias a este medio de transporte se arriba al pueblo costero, cuna de pescadores, que no tiene alumbrado público ni asfalto, ubicado en el nordeste de Brasil, en el estado de Ceará, a 300 km al norte de Fortaleza. Tanto trastorno para llegar, tiene su premio: no hay forma de que Jeri sea demasiado masivo, precisamente, por la dificultad que implica trasladarse hasta allí. Claro, un paraje tan agreste requiere algunas precauciones: se recomienda llevar linterna, para las noches sin luna y hay que manejarse con dinero en efectivo, porque no todos los locales aceptan tarjetas de crédito y no hay bancos, cajeros automáticos ni casas de cambio.
Enclavada entre dunas, es un lugar único, que permite disfrutar de la salida y la puesta del sol en el mar. Además, cuenta con olas lo suficientemente interesantes para practicar deportes náuticos, como windsurf y kitesurf. Jericoacoara tiene el privilegio de combinar diversos paisajes, desde enormes dunas móviles hasta lagunas de agua cristalina, cocotales, playas de ensenada con mar de aguas tranquilas y playas de océano con grandes olas, playas rocosas y cavernas. Por eso es que para evitar la depredación que caracteriza a los lugares turísticos que se ponen de moda, buena parte del lugar fue declarado Parque Nacional. De hecho, esta clasificación impide la construcción de grandes hoteles. Lo que sí se puede disfrutar es de pequeños hoteles, algunos lujosos, y posadas rústicas, acordes al paisaje reinante.
Entre otros paseos, se puede andar en buggy hasta Nova Tatajuba, a 36 km, otro pueblito de pescadores, con dunas que se desplazan por acción de los vientos, lo que incluye el cruce del Río Guriú en balsa, y concluir el paseo con un trago a orillas del mar. Si no, el turista se puede quedar en las inmediaciones de la ciudad y disfrutar de sus lagunas, para recorrer con kayak y bucear con snorkel. De todos modos, nada se compara con la puesta de sol en la Duna do Por do Sol, de 30 m de altura, lo que da una idea del espectáculo que se puede apreciar.
Finalmente, por supuesto, en materia gastronómica mandan los pescados y los frutos de mar, aunque también se puede disfrutar de restoranes con comida internacional.
Itacaré, tierra del surf
Esta playa es el secreto mejor guardado entre los amantes de la tabla y las olas. Ubicada al nordeste de Brasil, forma parte del estado de Bahía y está enclavada al sur de Salvador y 70 km al norte de Ilhéus. Se llega en avión hasta Ilhéus (hay aviones desde Buenos Aires) y desde ahí se sigue por ruta, tanto en bus como en auto hasta el lugar.
Itacaré cuenta con 7 barrios: Porto de Trás, Marimbondo, Passagem, Centro, São Miguel, Pituba y Concha. Buena parte de su encanto radica en su sencillez y tranquilidad, lo que deriva de su situación hasta hace unos años. Itacaré, durante mucho tiempo, vivía del cultivo del cacao y nada sabía del turismo, merced a que se accedía a esta ciudad por una ruta que durante más de 50 km era de tierra. Hasta que en 1998 se construyó una ruta (la primera ecológica del país) que la comunica con Ilhéus y el turismo se convirtió en una variable económica importante, porque Itacaré se convirtió en símbolo de ecoaventura.
Si algo la distingue es esa mezcla salvaje de playa y selva, a la que estamos tan poco habituados. Entre las olas del Océano Atlántico y la intensidad de la selva tropical, se alza este destino soñado para los amantes del turismo de aventura.
El litoral de Itacaré se caracteriza por una sucesión de playas y colinas cubiertas de vegetación. Las playas más recomendables son las más cercanas a la ciudad y, de hecho, son las más concurridas. Las más lejanas son más desiertas, pero con accesos más difíciles. Algunas de esas playas son tan chicas y están tan escondidas, que ni figuran en las guías turísticas. Entre otras, se pueden mencionar Ribeira, Siriaco, Coroinha, Pontal y Resende.
Itacaré es un lugar realmente especial, porque combina selvas, ríos, cascadas, bosques y playas. Esto permite disfrutar tanto de las aguas cálidas y transparentes del mar como de los paseos en canoa por el río de Contas. Como destino turístico, permite combinar rafting, travesías en canoas, surf y rappel, además de paseos por caminos selváticos junto a playas exóticas que han sido declaradas áreas protegidas.
Para los amantes del surf, este es “el” lugar. Si bien tiene buenas olas durante todo el año, la mejor época para practicarlo es el otoño y el invierno, porque las olas llegan a los 3 metros de altura. De hecho, el mes de julio es el punto de encuentro de surfistas locales y de todo el mundo. Hay que tener en cuenta que la temperatura promedio ronda los 25 grados y que en verano llega a los 40.
Claro que al día le sigue la noche y, en ese sentido, Itacaré es un auténtico pueblo de playa, con bares donde el forró y el reggae se destacan por sobre otros ritmos, aunque en muchos bares se escucha la deliciosa Música Popular Brasileña, la clásica MPB. El punto de encuentro es Pituba, su calle principal. Son apenas 3 cuadras, pero allí se suceden los bares, negocios y hasta una feria artesanal. Los pubs ofrecen música en vivo y es usual que enseguida se conviertan en divertidas pistas de baile, en las que los lugareños les enseñan a bailar a los turistas. Uno de los puntos divertidos, son los bares y restaurantes en la playa de la Concha, con sus bares y restaurantes con música en vivo y exhibiciones de capoeira. Y el que quiere, luego puede ver el amanecer en la playa, cuando el sonido de la música es reemplazado por el canto de los pájaros y el ruido de las olas contra las rocas.
Cómo llegar
– A Jericoacoara por avión Bs.As.-Fortaleza y de allí hay que recorrer 371 km en ómnibus o vans.
– A Itacaré. Por avión Bs.As.- Ilheus, y por ruta asfaltada que une Ilheus con Itacaré en un recorrido de 1 hora 40 minutos.
Texto: Florencia Romeo.
Fotos: Gentileza Embajada de Brasil.