Siempre se dice que su vida da para una película. Entonces, ¿cómo no iban a ofrecerle a Martín Palermo escribir su biografía, (que bien podría ser una novela) si sólo hace falta plagiársela al destino, que tanto empeño puso en escribirla? ¿Cómo no planificar una película, si el guión vino escrito por el mismísimo personaje, y el protagonista es una mezcla de taquillero superhéroe de acción y yerno perfecto; si esa cabellera, larga o con flequillo, rubia o con claritos, dejó una marca indeleble, por estilo inclasificable y estadísticas contundentes? Aún retirado, el nombre de Martín Palermo sigue rebotando en los oídos del amante del deporte y de los neófitos. Porque presentó un libro contando su vida y su carrera y vendió 50.000 ejemplares con la misma facilidad con la que definía ante el arco. Porque, en otra de sus locuras, junto con su amigo y ex compañero Roberto Abbondanzieri, se subió a un automóvil del Top Race y participó de una competencia, lo que le valió que Mary, su mamá, expresara su breve enojo en los medios de comunicación. Porque el retiro fue corto: luego de unos meses de relajación, el ídolo de Boca, el de la vida de película, hoy es entrenador, junto a su amigo Abbondanzieri, con guien dirigen a Godoy Cruz. “Me gusta poder transmitir lo que aprendí y viví en los años que pasé como jugador, volver a trabajar con un grupo. Pero primero necesito descansar un tiempo, no me pongo plazos, más allá de la ansiedad lógica por empezar con este nuevo camino. Lo mejor es no apurarse”, apunta Martín, de 39 años, en el año que cumplirá sus primeros 40.
–¿Cómo se te ocurrió trasladar tu historia a un libro?
–Cuando empezamos a escribir el libro junto al periodista Miguel Bossio (de la redacción de Clarín Deportes y de TN), nuestro lema era hacer entrar toda una vida de película dentro de un solo libro. Por suerte lo logramos. Estoy muy contento por cómo quedó mi autobiografía y por cómo la gente la aceptó.
Y fue un éxito, por supuesto: “Mi vida es muy conocida, pero creo que faltaba el relato en primera persona de todo lo bueno y todo lo malo que me pasó. Mi estilo nunca fue de tirar bombas ni de polemizar, pero creo que toqué todos los temas y conté cosas que nunca había dicho: el reto de Bielsa después de errar los tres penales contra Colombia en la Copa América 99, cómo viví mis lesiones, cómo los mellizos Barros Schelotto pasaron de ser mis enemigos a mis mejores amigos (Guillermo, de paso, terminó siendo el jugador que mejor entendió su olfato), mi pasión por la velocidad y los monos, el encanto de ser Palermo y de significar muchas cosas para la gente”, describe. Y todas esas situaciones, enmarcadas en un personaje carismático, provocaron la empatía, sazonada convenientemente, claro, por una cantidad record de goles. El físico, justamente, fue el que le marcó el límite en junio de 2011, más precisamente, la rodilla derecha, la más intervenida por el bisturí. Estiró su carrera más allá de los primeros seis meses de ese año para redondear la despedida merecida, concretada en el 1-1 ante Banfield en una Bombonera a reventar (al punto, que fue investigada por sospechas de que se vendieron más tickets de lo permitido por capacidad). De todas maneras, las lesiones, aunque suene raro decirlo, fueron necesarias para el relato, el condimento épico del mismo. Cuando en 1999 se rompió el ligamento cruzado anterior de la pierna derecha, ya dolorido, convirtió su gol 100 con la camiseta de Boca. En 2001, festejando un gol en el Villarreal de España, sufrió doble fractura de tibia y peroné porque se le cayó ¡una pared! sobre la pierna. En 2008, ya en la recta final de su historia, otra vez la rodilla derecha volvió a padecer. De todas se recuperó y retornó potenciado. Como de los citados tres penales fallados ante Colombia. Como del fallecimiento de un hijito de días. Para rematarla con una de sus resurrecciones. “No me arrepiento de haber tomado la decisión de retirarme. Es algo que estuve analizando durante mucho tiempo. Todavía hay momentos en los que me duele la rodilla”, detalla una de las consecuencias de su tránsito de guerrero.
– Ahora ya encontraste tu rumbo nuevamente, ¿cómo sobrellevaste el vacío de ya no ser futbolista?
–Uno estuvo ocupado toda la vida y es complicado abandonar esa actividad, más si sos una persona inquieta. Pero descansé… aunque sentí la falta de gol, la sensación de hacer un gol. Y a mí me pasaba que si no conseguía marcar uno, no podía irme contento de la cancha.
–¿Y el berretín del automovilismo ayudó, mientras esperabas que saliera algún equipo para dirigir?
–Siempre me gustó el automovilismo, pero pasó más por darse un gusto. Exige dedicarle tiempo, es una responsabilidad muy grande. Me sentí cómodo al volante, con más seguridad en cada vuelta. Pero el objetivo pasó por hacer una tarea digna.
¿Con qué número corrió el Loco en el 4 de septiembre de 2011 en el Autódromo de Buenos Aires? Sí, su Chevrolet llevó grabado el 9. “El auto andaba espectacular. Fue una linda oportunidad, ir rápido en el autódromo entrega una adrenalina especial, sin embargo no la podía comparar con cosas que me dio el fútbol, como un gol o un título. Todo tiene un gusto diferente. Por eso, en mi mente, para el mediano plazo, estaba otra vez el fútbol, el proyecto como entrenador, que finalmente se dio en Mendoza”. Finalmente, fue Godoy Cruz el que confió en la dupla que formó con Abbondanzieri. “Estoy dispuesto a dirigir otros equipos, excepto a River y a Gimnasia, por una cuestión de sentido común: estoy muy identificado con Boca y con Estudiantes. Pero eso será en el futuro, mi actualidad con el tomba es lo que quería”.
Los goles al Real Madrid en la final Intercontinental. Los gritos a River en serie. Las conquistas en el 4-0 a Arsenal en 2010, que lo convirtieron en el máximo goleador de la historia de Boca. Vaya si tiene instantáneas para elegir Palermo. Sin embargo, la imagen mediante la cual optó por inmortalizarse en la tapa de su libro es la de la celebración del gol postrero ante Perú, en las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica, cuando el empate incaico amenazaba con dejar afuera de la competencia global al conjunto que dirigía Diego Maradona y el Loco Martín hizo magia bajo la lluvia torrencial, para resaltar al máximo la gesta. Esa anotación fue el pasaporte a su único Mundial, nada menos que con 36 años. Y en la tierra de Nelson Mandela, siguiendo su estrella, hasta logró convertir el 2-0 a Grecia, en un hito de la participación argentina, más allá de que ya se encontraba clasificada para los octavos de final. “Ese fue uno de los momentos más emotivos de mi carrera. Por eso, a Diego le voy a estar agradecido toda la vida. Es una persona por la que tengo gran respeto y admiración”, tributa Palermo a esa chance inigualable, cuando ya no la contaba. Sí la manejaba en el 99, en pleno auge de sus cualidades, en aquella Copa América de Colombia, la de los tres penales fallados. “Si lo había, no sé si hubiera pedido el cuarto. Cada vez que me acerqué a la pelota, lo hice convencido de que podía convertir el penal”, avisa. De ahí, obvio, el apodo con el que lo bendijo otro artillero (y el coach que le sacó más jugo), Carlos Bianchi: el optimista del gol. Después de ese tropiezo, sí, los siguió ejecutando en sus clubes. Y con efectividad…
–Como técnico, ¿respaldás a tu delantero centro como lo hizo con vos la mayoría de los técnicos en las malas rachas?
–Por supuesto, lo banco a muerte. Ese es uno de los ejemplos que tomé de los técnicos que me dirigieron, a mí siempre me bancaron en los malos momentos, tuve la suerte de que me dieran confianza.
–Las cosas que hiciste marcaron tendencia. Desde tus festejos, hasta los estilos de peinado.
–Es lindo y una responsabilidad que los chicos te sigan y te vean como a un referente. En cuanto al pelo, el flequillo estuvo de moda, el platinado también… Fue cambiando de acuerdo al gusto y al momento.
–¿Soñaste alguna vez con conseguir el respeto que acumulaste, con alcanzar todo lo que lograste con Boca?
–Cuando se concretó mi transferencia, yo lo tomé como el pase a un club importante, tenía la ilusión de ayudar a que consiguiese alguna vuelta olímpica. Mentiría si dijera que imaginaba vivir todo lo que viví. Por eso soy un agradecido. Y al hincha también le agradezco por tanto cariño. Hasta los que no son de Boca o de Estudiantes siempre me han hecho sentir bien, con una palabra de aliento o el pedido de un autógrafo o foto.
Una máquina de coleccionar records
Nació el 7 de noviembre de 1973 en La Plata, hijo de Mary y Carlos, y se inició profesionalmente en Estudiantes. Debutó en Primera en 1992, pero luego, con poca continuidad, estuvo cerca de pasar a préstamo a San Martín de Tucumán. Se quedó en el Pincha y la jugada le salió bien: se destacó (marcó 36 goles en 99 partidos) y lo compró Boca. Allí comenzó la leyenda. Con la casaca azul y amarilla consiguió 14 títulos (incluyendo dos Copas Libertadores y una Intercontinental) y anotó 236 goles, convirtiéndose en el máximo anotador de la historia del club de La Ribera y erigiéndose como ídolo indiscutible. Con la camiseta de la Selección, por su parte, disputó 15 encuentros y marcó nueve goles (uno, ante Grecia, en su único Mundial, el de Sudáfrica 2010). También jugó en Europa. Acumuló 106 partidos y 25 goles en tres conjuntos españoles: Villarreal, Betis y Alavés (Segunda División).
La herencia
Que sus goles hayan pasado a ser exclusividad de los picados entre amigos y los entrenamientos del equipo que dirige, no significa que los gritos de Palermo se hayan apagado. ¿Cómo es eso? Es que Ryduan, hijo del Titán y de la modelo Jacqueline Dutrá, juega en las Inferiores de Estudiantes. Y de delantero, con la 9 tatuada en la espalda, claro. ¿Recorrerá un camino similar al de Martín? “Ver a mi hijo es una gran satisfacción. Lo sigo, y es como verme a mí en mis inicios. No me gusta presionarlo, lo dejo ser. Es un orgullo”, se enternece Martín.
Texto: Pablo Cavallero
Fotos: www.tusidolos.com