“¡Mamá!”. Prácticamente, a todos los padres les ha pasado de que se les hiele la sangre con el grito destemplado de uno de sus chicos desde su dormitorio. Las pesadillas son algo normal en cualquier persona. Pero cuando los temores y pesadillas son muy frecuentes y no ceden o van en aumento, es síntoma de que algo le está pasando al niño y será su médico de cabecera quien dirá como proceder.
Terrores nocturnos
Los terrores nocturnos se producen, aproximadamente, a las 3 ó 4 horas de que el niño se haya dormido. Durante estos episodios, grita, gesticula y se agita pidiendo ayuda, como si quisieran atacarlo. No es raro que se levante o se siente en la cama, con expresión de terror y musitando palabras, no siempre comprensibles. No reconoce a las personas que acuden a sus llamados y si se le hacen preguntas, no contesta con coherencia. Se supone que se trata de etapas inmaduras del sueño, en las que el chiquito tiene dificultad para hacer la transición del sueño profundo al sueño más superficial. Pueden repetirse durante varias noches, generalmente a la misma hora. En este caso, el niño puede sentirse más cansado durante el día que lo normal. Es bueno tener en cuenta que estos pánicos suelen cesar solos, no son causados por tensiones y que no tendrán efectos traumáticos para él. ¿Qué se puede hacer en estos casos?
* Tranquilizarse. Una buena propuesta es abrazarlo y tratar de calmarlo y pasarle una toalla húmeda para refrescarle el rostro mientras el nene vuelve lentamente a la realidad.
* Regular los horarios de sueño. Eso ayuda a que madure su patrón de sueño y a que descanse lo suficiente.
* Consultar el tema con el pediatra. A igual que en el caso de pesadillas reiteradas hay que comentarlo con el médico, el profesional decidirá que hacer y qué medida tomar.
Pesadillas
A diferencia de los terrores nocturnos, las pesadillas pueden ser aterradoras para el chiquito y son resultado de sentimientos de inseguridad, ansiedades, miedos o preocupaciones. Muchos pueden ser los motivos que las provocan: un familiar enfermo, la separación de los padres y el consiguiente temor de perder a uno de ellos, el nacimiento de un hermanito, el comienzo de las clases, un cambio de colegio, un viaje, un programa muy violento de TV, alguna amenaza de parte de los padres…
Otra característica que las distancian de los terrores nocturnos es que, a pesar de que el niño grita, transpira y respira agitadamente mientras está dormido, puede ser despertado rápidamente y recordará el sueño o algunas de sus partes. Aunque el niño, por su edad, no sea capaz de decir exactamente qué le está afectando, su comportamiento o través de juegos compartidos con los padres, se pueden llegar a visualizar alguna que otra clave.
Para ayudarlos cuando sufren un sueño aterrador, es recomendable:
* Despertarlo y tranquilizarlo. Darle por medio de palabras y caricias la seguridad que todo está bien, que nada ocurre.
* Evitar la excitación antes de dormir. No permitirle ver programas violentos o de terror, tampoco contarle historias sobre esos temas, ni que realice juegos bruscos antes de dormir. Puede ser de gran ayuda limitar las horas frente al televisor.
* Brindarle información acorde a su edad. Por más chico que parezca su hijo, es necesario explicarle con palabras sencillas y en forma concisa lo que está sucediendo o lo que va a suceder a él o a su entorno. Los chicos son como esponjas que todo lo absorben y lo que procesan no siempre es lo correcto y puede generarle una gran angustia que termina apareciendo durante el sueño y convirtiéndose en una pesadilla.
Ante pesadillas muy reiteradas, el mejor consejo es hacer una consulta con el pediatra.
Estrategias para la hora de dormir
Algunas medidas que pueden hacer que el niño se sienta defendido de los malos sueños: dejar una luz tenue encendida durante la noche, enseñarle a rezar una oración determinada pidiendo protección contra los monstruos, dormir junto a su muñeco de peluche favorito o esa frazadita que lo acompaña desde bebé. Recostarse unos minutos junto a él.
Lo que nunca hay que hacer
* Discutir con él. Hay que ser firme para que el chiquito no se salga con la suya. Además hay que hacerle notar que pueden existir consecuencias negativas como irse a la cama más temprano la próxima noche, o perder algún privilegio al otro día.
* Permitirle dormir regularmente en la cama de los padres. En la mayoría de los casos se convierte en un hábito difícil de erradicar. Por lo tanto, sin demasiadas contemplaciones, hay que llevarlo a su habitación y meterlo de nuevo en su camita. Conceder el famoso “un ratito más”. Ni otro cuentito, ni un programa más de televisión, Hay que saber poner límites, también en este tema.
Texto: Adriana Aboy.