Tiene esa clase de perfección que por momentos la hace parecer una maqueta: decenas de colores que contrastan con una armonía mágica, de casa a casa, de balcón a balcón, y de calle a calle. Todas empedradas, con faroles de película, florecidas, Santa Rita todo el año y vendedores de pescados y frutas al hombro que recorren las calles a pie e invitan a la imaginación y a viajar siglos atrás en la historia, cuando Cartagena de Indias era uno de los principales puertos de la corona española en América y centro de comercio de esclavos traídos de África.
Esa fue la función que le dio nacimiento a esta bella ciudad, una de las más viejas de nuestro continente y que además es la puerta de ingreso al paradisíaco Caribe colombiano, donde la arena es blanca, el mar cálido y turquesa y la gente amable como el clima.
Un tesoro detrás de las murallas
Desde el mar apenas puede divisarse una gran muralla sobre la que flamea, a toda hora y en cualquier época del año, una enorme bandera colombiana. Pero basta con asomarse al otro lado del paredón gris para encontrarse con un universo de colores, música y comidas tropicales. A un lado y otro, el termómetro marca entre 25 y 30 grados, nada de qué preocuparse si no fuera porque el 90% de humedad es la condición meteorológica más estable en estas latitudes.
Cartagena fue fundada en 1533 por el madrileño Don Pedro de Heredia. Desde entonces, su importancia comercial como puerto de salida del grueso de las riquezas de América hacia Cádiz y Sevillala convirtió en objeto de deseo de conquistadores ingleses y franceses que querían apoderarse de ella. Para protegerla de invasores y piratas, los españoles decidieron construir primero un fuerte –hoy Fuerte del Pastelillo- y más tarde distintas fortificaciones hasta rodearla casi por completo, entre los siglos XVII y XVIII. Pero ni siquiera eso la salvó de ataques devastadores, que en varias ocasiones estuvieron a punto de dejarla completamente en ruinas.
Pero el destino y la defensa que su población hizo de ella, hicieron que sobreviviera para más de cinco siglos después, dar testimonio de una época. Por ello, en 1984 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La fortificación es la más completa de América del Sur y en su tiempo dividía a la ciudad en 5 zonas o barrios: Santa Catalina, donde está la catedral y los palacios de estilo andaluz; Santo Toribio, residencia de la pequeña burguesía y los comerciantes; La Merced, sede del batallón fijo; San Sebastián, zona de viviendas de un solo piso, y el arrabal de Getsemaní, el barrio de los artesanos y trabajadores portuarios.
Cartagena es una ciudad para ser recorrida a pie. No sólo porque su tamaño lo hace posible sino porque a cada paso hay una excusa para detenerse. La arquitectura de la ciudad es uno de los mayores atractivos, ya que se conserva intacta casi toda la construcción de los tiempos de la colonia. Pero, además, en cada esquina hay una historia para escuchar y conocer. Entre las citas obligadas que le hace a sus visitantes, está el Palacio de la Inquisición, establecido en 1610, cuando llegaron los primeros frailes del Tribunal de Penas del Santo Oficio, que hasta que se firmó la Independencia, en 1811, fue autoridad temible e indiscutida de vigilancia y represión de cualquier culto que no fuera la fe católica. Hoy funciona como museo. Su visita es imprescindible para comprender cómo era el funcionamiento de la sociedad en tiempos de la colonia.
No hay un circuito preestablecido que deba seguirse. Al contrario. Es recomendable caminar sin rumbo fijo, aunque siempre con un mapa, decidido a perderse en sus callecitas hasta ir encontrando sus distintos atractivos: el Portal de los dulces, el Templo de Santo Domingo, la Catedral, la Casa de la Aduana, la Iglesia y Convento San Pedro Claver, la casa del Marqués de Valdehoyos, el Museo del Oro, el Baluarte de San Francisco y la más moderna Torre del Reloj, mandada a construir por el Cabildo en 1876 en el lugar en que estaba la puerta de entrada a la ciudad. Y mientras se va de aquí para allá, seguro aparecerán otros atractivos ocasionales: las palenqueras, mujeres descendientes de esclavos que visten típicos trajes multicolores y hacen equilibrio con grandes fuentes de frutas y dulces, o algún vendedor de café, o un grupo de ballenato que invita a mover un poco el cuerpo.
Es una ciudad de ensueño, de esas que no le dan descanso a los ojos y que ha sido maravillosamente inmortalizada por Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera.
Navegando hacia el paraíso
Si bien es una ciudad costera, las playas continentales de Cartagena no son para nada atractivas y suelen desilusionar bastante a los visitantes que hacen por aquí su primera incursión caribeña. Pero la decepción es apenas momentánea: desde el Muelle de los Pegasos, a apenas unos metros del centro histórico de la ciudad, a media hora de lancha o dos de catamarán, se llega al verdadero oasis caribeño. Ubicado a apenas 35 kilómetros de la costa, el Archipiélago del Rosario es la tierra prometida. Es un conjunto de 27 islas coralinas, algunas de las cuales son tan pequeñas que solo tienen una casa, y otras en las que hay poblaciones. Hay tours para visitarlas en el día y un gran abanico de opciones, de todos los presupuestos, para disfrutarlas durante estadías prolongadas: desde resorts y complejos de hoteles cinco estrellas, como en las islas Cocoliso y Barú hasta la opción de dormir en hamaca o en carpa, como en Playa Blanca. Horizonte turquesa para donde sea que uno mire, además del relax y la playa, estas islas son ideales para el snorkeling y el buceo. Todo esto con el agregado de que el pescado y los frutos de mar son aquí la dieta del día y se consiguen a buen precio y exquisitos: ostras, langostinos, cangrejo y langosta recién sacados del mar.
Belleza, historia, cultura y diversión. Todo eso se respira en Cartagena de Indias y es todo eso lo que la ha convertido en el principal destino turístico de Colombia, elegida tanto por los amantes de América Latina como por quienes disfrutan del lujo y la exclusividad.
Texto: Ana Césari.
Fotos: Ana Césari y Silvina Fiszer.