Hay lugares que quedan en la memoria por sus paisajes, otros por sus maravillas naturales, hay algunos que atraen por su historia, su cultura o su gente, también están los que con su gastronomía nos dejan una huella imborrable en el paladar, los que nos dan experiencias adrenalínicas y los que simplemente nos invitan al descanso. Y también están los que tienen todo eso. Puerto Madryn es uno de ellos y es por eso que siempre es un destino imperdible.
Ubicado en la costa noreste de la provincia de Chubut, Madryn es en verdad el punto de partida y puerta de entrada para la visita de toda esta bella comarca patagónica, cuyo polo magnético es la Península Valdés. Como un tallo que penetra en el Océano Atlántico para abrirse en flor aguas adentro, la península se inicia en el Istmo Ameghino a través de un estrecho enmarcado por los golfos San José, al norte, y Nuevo, al sur. En sus 4 mil metros cuadrados de superficie, este pedazo de Patagonia, desde 1999 Patrimonio de la Humanidad, es un reservorio natural absolutamente único: en ella se dan cita las especies marinas más misteriosas y atractivas del hemisferio sur, la imponente ballena franca austral, las esquivas orcas, los elefantes y lobos marinos y los famosos pingüinos de Magallanes, además de las numerosas especies de fauna terrestre y de aves marinas que la pueblan y que durante todo el año regalan espectáculos maravillosos a cada paso.
Temporada de estrellas
Con el comienzo del invierno empieza a montarse la escena de este gran espectáculo natural que utiliza a la Península Valdés como escenario. Y como corresponde, las primeras en llegar son las estrellas de este gran show de nivel internacional: la ballena franca austral, que con sus entre 13 y 15 metros de largo y 40 toneladas de peso promedio, es el mamífero más grande del que se tenga noticia en la tierra. Habitantes de las aguas heladas que rodean la Antártida, sólo suben en busca de aguas más cálidas para su reproducción. La temporada se extiende a partir de junio, cuando llegan las primeras, a diciembre, cuando se van las últimas. Si bien existen varios puntos geográficos del mundo –Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica– donde este hecho maravilloso de la naturaleza puede ser observado directamente, es en la Argentina, exactamente en el Golfo Nuevo, donde cada año se registran las congregaciones más numerosas: unas 3600 de las 8000 que se estima como población total del hemisferio sur. Durante su estancia tienen su proceso de copulación, amamantamiento y educación de las crías. Y para deleite de los observadores, todo esto sucede a apenas una decena de metros de la costa de Puerto Madryn. El lugar ideal para verlas es desde los acantilados de El Doradillo, a 19 kilómetros de la ciudad, camino a la entrada de la península. Verlas saltar y escuchar sus sonidos es una experiencia inolvidable. Pero sin duda lo mejor es embarcarse para navegar entre ellas y ver en primera fila sus piruetas, imposibles de comparar con el mejor de los circos. Las excursiones salen de Puerto Pirámides, el único pueblo de toda la península, así bautizado porque desde el mar las elevaciones del terreno guardan similitud con las legendarias pirámides egipcias. Se accede desde Madryn por la ruta 2, siguiendo la línea de la costa del Golfo Nuevo.
Casi en simultáneo con las ballenas, Valdés recibe también para su temporada de reproducción a las colonias de lobos y elefantes marinos. Desde Puerto Pirámides se accede a Punta Pirámide, donde de diciembre a marzo se forma una de las mayores colonias de lobos marinos de un pelo –las otras grandes son en Punta Norte, también dentro de la península y Punta Loma, al sur de Madryn, aunque lo cierto es que, al igual que los elefantes marinos, las orcas, las ballenas y los pingüinos, ¡están por todos lados!–. Luego de enseñar a nadar y alimentarse a las crías aquí nacidas, migran aprovechando las corrientes marinas hacia aguas más cálidas donde pasar el otoño y el invierno.
Los elefantes marinos se encuentran varios kilómetros más al norte. A partir de Punta Delgada, a donde se llega por la ruta 2 luego de atravesar estepas y salinas, y siguiendo hacia el norte por la ruta 47 empiezan a aparecer varias colonias de estos enormes mamíferos marinos. Pero es en Caleta Valdés donde parecen sentirse más a gusto, ya que la mayoría se congrega aquí durante su estadía, de diciembre a marzo. La caleta es una especie de lengua de tierra con islas interiores que penetra 30 kilómetros en el mar. Hay un mirador público desde el que se tiene una vista privilegiada: los machos de hasta 5 mil kilos luchando cuerpo a cuerpo entre sí para defender cada uno su harén –tienen hasta 15 hembras preñadas a la vez– y ellas pariendo y cuidando a sus crías. Sólo dos kilómetros más al norte de Caleta Valdés, también de septiembre a marzo, se forma una pequeña colonia de pingüinos de Magallanes, que merece una visita, claro, pero es apenas un adelanto de lo que puede verse en Punta Tombo, ubicada unos 170 kilómetros al sur de Puerto Madryn pasando por Trelew. Declarada Área Natural Protegida en 1979, sus 175 mil parejas reproductoras que llegan cada temporada la convierten en la mayor colonia del mundo de estos pingüinos, que además conviven con numerosas especies de aves y mamíferos marinos y esteparios, como cormoranes, gaviotas, skuas, guanacos, maras y choiques. A diferencia de los elefantes, los pingüinos son monógamos y son las hembras las que eligen al macho para que sea el padre de sus crías.
Pero el espectáculo no está completo sin las siempre misteriosas y cautivantes orcas. Octubre es también su momento de salir a escena: desde Caleta Valdés hasta Punta Norte, y especialmente a su alrededor se las puede ver merodeando. Es apasionante observar cómo se varan de manera intencional en la costa para sorprender con sus filosos dientes a los distraídos lobos marinos recién nacidos que hacen sus primeras incursiones en el mar. Luego de 15 años de estudio, los especialistas locales han podido establecer su “método de cacería”, que las hembras transmiten a sus crías: sin dejarse ver estudian la situación con sigilo y sólo una vez que están seguras del cálculo saltan sobre la costa directo a su presa. Basta con observar ese tarascón feroz para entender de dónde ha salido el mito de “la orca asesina”, que persiste a pesar de las miles de demostraciones científicas de que en verdad son animales pacíficos.
Un capítulo aparte se cuenta en la Isla de los Pájaros, ubicada en el Golfo San José a apenas 800 metros de la costa. Considerada zona intangible desde 1974 se puede disfrutar desde el excelente mirador del Centro de Visitantes Istmo Ameghino.
Un poco de historia
Corría 1865 cuando un barco llamado Mimosa se detuvo en estas costas para desembarcar a una veintena de familias galesas que no sabían siquiera en qué parte exacta del mapa se ubicaba la tierra que pisaban. Huyendo del acoso y sometimiento de Inglaterra, habían salido de su tierra en busca de un lugar donde vivir en paz según su propia cultura. Y así llegaron hasta acá, invitadas por el entonces presidente Bartolomé Mitre y el ministro Rawson para poblar estas inhóspitas tierras. Y apenas pusieron un pie en la costa de este paisaje no dudaron de que habían encontrado su nuevo lugar en el mundo. Ellos bautizaron al lugar Puerto Madryn, hoy una ciudad de más de 100 mil habitantes que, por su ubicación y tamaño, es el centro estratégico de toda la costa patagónica. Es Capital Nacional del Buceo, pero también puede practicarse en la zona mountain bike, kitesurf, windsurf y todo tipo de excursiones de aventura. Además por su capacidad y nivel hotelero, es un buen destino de relax en la naturaleza. Y por supuesto, si de Patagonia y cultura galesa se habla, la gastronomía es sin duda uno de sus principales atractivos, sobre todo luego de tanto desgaste energético en la naturaleza. Aunque los pescados y frutos de mar son por supuesto una de las opciones más tentadoras, también vale la pena dejarse tentar por un clásico cordero patagónico. Y a la hora de los dulces, la elección es unánime: un clásico y exquisito te galés no tiene competencia. La recomendación es hacerse un tiempo para viajar un poco más y disfrutarlo en Gaiman, uno de los pueblos más auténticamente galeses de la Patagonia.
Texto: Ana Césari.