Un paraíso natural y un tesoro cultural, una tierra en la cual la historia milenaria convive con el futuro más tecnológico. Una combinación de caos, tránsito y smog con meditación, budas y templos, un lugar infinito en sorpresas, contrastes y experiencias que cada año convoca a 22 millones de turistas de todos los rincones del planeta. Esa mezcla mágica de playas, selva, budismo, sabores y olores diferentes es lo que hace de Tailandia un país para explorar con todos los sentidos a pleno.
Aterrizar desprevenido en su capital, Bangkok –puerta de entrada casi obligada al país–, puede resultar desesperante: carteles indescifrables sin traducción, taxistas que apenas hablan inglés y que conocen a la perfección su ciudad, pero no el nombre de sus calles y que jamás la vieron impresa en un mapa. Así que el primer consejo es llevar dos o tres referencias del lugar al que se quiere llegar: el nombre de un shopping, de un monumento, de un templo o de un puente para garantizarse el arribo a destino. Pasado ese momento, ya se puede respirar hondo y disponerse a disfrutar de un viaje único e inolvidable.
Como una piedra preciosa
En Phangnga, Khao Lak, las islas de Phuket y Koh Phi Phi –las de la película de Leonardo Di Caprio, La Playa–, nuevos resorts, hoteles, bares y restaurantes vuelven a estar ocupados todo el año después del episodio traumático del tsunami ocurrido hace diez años. Su belleza es incuestionable: agua templada turquesa, arena blanca, atardeceres de postal y barquitos de colores para navegar hasta el medio del mar y tirarse a nadar o bucear.
El mismo encanto se repite decenas de veces a lo largo de los casi 3200 kilómetros de costa que tiene el país: también en el este, sobre el Mar de China, hay playas e islas muy turísticas como Koh Tao, Koh Samuiy y Koh Phangan. A un lado y otro, el ritual playero tailandés es parecido: hamacas, almohadones y colchonetas en todos los bares, licuados y tragos exquisitos con las mejores frutas tropicales como maracuyá, mango, papaya y piña –naturalmente tan dulces que ni siquiera se necesita agregarles azúcar–, platos que mezclan hierbas, especias y frutos de mar y casas de masajes abiertas de la mañana hasta la medianoche.
Pero no todo es mar en este país cargado de historia –en gran parte trágica y sangrienta. Desde Bangkok hacia el norte, el paisaje vira hacia lo selvático y la belleza por conocer aparece en pequeños poblados que conservan tesoros arqueológicos: el más importante es Ayutthaya, a 85 kilómetros de la capital, donde se encuentran las ruinas del reino de Siam (1351-1767). Es una de las paradas del tren-cama (hay que sacar el pasaje con varios días de anticipación) hacia Chiang Mai, a 700 kilómetros, la ciudad más grande del norte y un destino tan popular como las playas. Ubicada en el norte, esta ciudad es la meca espiritual del país: tiene más de 300 “wats” (templos), entre ellos el famoso Wat Phrathat Doi Suthep y uno de los más antiguos del país, el Wat Chiang Man, construido en el siglo XIII. La “Ciudad nueva” –traducción de su nombre– es también una meca cultural: los mejores cursos de cocina, masajes y filosofía budista están ahí y miles de personas van desde todo el mundo cada año para formarse.
Desde Chiang Mai, se accede además a Pai, un pueblo encantador perdido entre montañas –está a 136 kilómetros por una ruta con más de 700 curvas- que es un refugio de hippies, artistas y bohemios en busca de la espiritualidad y paz que en muchas otros rincones de Tailandia ya no es posible encontrar.
Una jungla urbana
Antes o después de ir al norte y al sur, o entre una escala y la otra –porque está geográficamente en el medio– hay que pasar por Bangkok y darse un baño de urbanidad típicamente asiática, en la que la modernidad futurista –a los ojos latinoamericanos– se mezcla con el caos de las ciudades tercermundistas superpobladas llenas de mercados callejeros, calles ruidosas, sucias y desordenadas. Es el lugar ideal para hacer shopping, sea de ropa barata o de la última tecnología y las marcas de los mejores diseñadores.
El epicentro del turismo joven –no excluyente– es Kaho San road. Una peatonal céntrica, donde todo puede suceder: es la postal más conocida de la Bangkok de fiesta eterna y descontrol, un hormiguero noche y día abarrotado de vendedores y turistas. Muchos de los hoteles baratos están en esa zona, que además es cercana al Gran Palacio Real, el más lujoso e imponente de todos los lugares por visitar: un complejo de edificios que fue residencia oficial del rey desde el siglo XVIII y hasta el siglo XX. Ahí está el legendario Buda tallado en esmeralda, perdido por siglos y finalmente recuperado. Se puede llegar caminando desde Kaho San road, igual que al Wat Pho, donde está el famoso “Reclining Buda”, una monumental estatua de 43 metros de largo y 15 de alto.
Y si, aún después de todas estas visitas, quedan ganas de ver más imágenes de Buda, merece un paseo la “Golden Mountain”, un templo en altura desde el que además se tiene una vista panorámica de Bangkok con todos sus contrastes y colores: los grandes edificios atravesados por trenes en altura y los techos de tejas curvados, típicos de la arquitectura thai. Una buena despedida para un viaje inolvidable.
Algunos must tailandeses
• Presenciar una ceremonia budista y conversar con un monje (no todos saben inglés ni tienen buena predisposición, pero en los templos turísticos suelen estar acostumbrados).
• Probar un insecto frito en Kaho San Road: gusanos, grillos, escorpiones y cucarachas (no vale sacarse la foto amagando morderlo).
• Tomarse un “tuk tuk” y perderse en las avenidas y callejones de Bangkok, entrar por mercados de comida y ropa (no apto para fóbicos al tránsito).
• Ver una película 4D (a quien no le moleste mojarse también puede experimentar un cortometraje de 5 o 10 minutos 6D); y meterse en algún shopping de la zona de Sukhumvit para conocer los baños temáticos con inodoros de botonera que regulan la temperatura de la tabla, lavan, secan y tiran desodorante.
• Ir a un cabaret a ver un show de “ladyboys” (en Tailandia, muy lejos de ser discriminados y marginados, son aceptados y hasta admirados).
• Probar el Pad Thai, típico plato de fideos de arroz saltados al wok con camarones, pollo o cerdo. Y de postre el “mango sticky rice” (hecho con leche de coco).
Datos útiles
Cómo llegar: no hay vuelos directos. Lo mejor es viajar vía Emiratos Árabes o Turquía. Otra opción es por Australia.
Costo aproximado del aéreo: US$ 1700.
Alojamientos: hay hoteles de tres estrellas desde U$S 10 o U$S 12 en Bangkok y Chiang Mai.
Vacunas: la vacuna contra la fiebre amarilla es obligatoria.
No se necesita visa para ingresar con pasaporte argentino.
Moneda: Baht (THB).
Texto y fotos: Paula Bistagnino