Prácticamente no habla una palabra de español, pero este jueves frío de abril –recién aterrizado en la Argentina- Paul Auster pretende leer el diario La Nación. O hacer como si pudiera. A su alrededor, una delegación de personas intenta ayudarlo. En realidad, quiere ver qué se dice de la muerte de Gabriel García Márquez. “Sí, claro que me gustaba. Lo leí mucho”, dice. No suelta muchas palabras más: no se lo nota cómodo en ese lugar de popularidad y, más bien, parece que está acostumbrado a lidiar con el revoloteo constante a su alrededor. Podría decirse que lo soporta.
La escena transcurre en el Campus de la Universidad Nacional de San Martín, provincia de Buenos Aires. Él camina por el parque, tratando de no llamar la atención, pero es imposible. Es Paul Auster, uno de los escritores más populares de los Estados Unidos y del mundo, de los pocos que logran ser best-seller sin caer en el prejuicio de lograrlo con una escritura lavada. Uno que se le animó al cine también y con éxito. De los que traspasan generaciones y logran convertirse en clásicos que se leen masivamente. El autor de La trilogía de Nueva York, La música del azar y La invención de la soledad, entre muchos otros libros traducidos a una veintena de lenguas. Es el Premio Príncipe de Asturias y el hombre de los ojos verdes enormes y misteriosos. Y anda mezclado entre estudiantes bonaerenses apenas desembarca. Un día después se mezclará con los miles de visitantes de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y dejará que lo reconozcan y se le acerquen, que le pidan fotos y autógrafos. “Estoy acostumbrado y paso mucho tiempo solo, escribiendo, así que no es nada terrible”.
De vocación, novelista
“Mi primer gran ambición en la vida fue ser novelista y la mayoría de mis esfuerzos entre los 18 y los 22 años fueron en prosa. Comencé dos o tres novelas, escribí cientos y cientos de páginas y no me gustó nada de lo que escribí. Cerré los cuadernos y nunca se los mostré a nadie ni llegué a escribir un segundo borrador de esas cosas. Estaba tratando de abordar cosas que eran demasiado difíciles para mí a esa edad. Llegué a un momento de enorme frustración y una sensación de fracaso en el que casi renuncio a la prosa. Sentía que no tenía la talla para ser un novelista”, cuenta –aunque parezca una burla– uno de los escritores de ficción contemporáneos más prolíficos, con una obra de más de veinte novelas, una decena de guiones cinematográficos, cantidad de relatos y hasta obras de teatro.
Después de aquella gran frustración, durante los siguientes 8 o 9 años se concentró sólo en la poesía. “Fue como vivir dentro de la música… Todo se trataba de las cadencias y los ritmos de las palabras. Yo creo que esta práctica tan intensa de escribir poesía todos los días durante una década me inculcó un cierto acercamiento a la lengua que continué escribiendo prosa como si fuera poesía”.
-Ha dicho que su relación con Siri Hustvedt, su esposa y gran escritora, ha sido una larga e ininterrumpida conversación. ¿Cuánto influye en su escritura?
-No sé si influencia mi escritura, pero ciertamente hace que mi vida sea más interesante. Siri es mi principal lectora, en la que más confío. Es la persona que recibe mis manuscritos y no hay momento en el que no haya aceptado sus consejos. Yo hago lo mismo con ella y tenemos una cláusula de honestidad absoluta que funciona. Hay mucha gente a la que no le gusta mi trabajo y no me gustaría estar casado con ninguna de esas personas, pero Siri puede criticarme porque cree en lo que yo hago y yo creo en lo que ella hace. Por eso podemos ser bastante agudos y punzantes con nuestros comentarios. Probablemente ella sea una de las más grandes inteligencias literarias que yo haya conocido en mi vida y también una intelectual muy entusiasta. Ha sido una gran aventura estos últimos 33 años que estuvimos juntos.
-¿Qué es lo que hace que un episodio sea digno de ser contado?
-Es imposible de responder. Creo que la única forma es por instinto: algo que llamó mi atención, algo en lo que no puedo dejar de pensar, algo que me impulsa día y noche a hacer algo al respecto. Hay muchísimas ideas que me pasan por la cabeza sobre alguna u otra historia de distinta forma y después no vuelven. Pero hay otras que siguen insistiendo, que vuelven a mis pensamientos y eso sí es algo que tengo que contar pero no tengo una regla o método sino que es una sensación.
-¿Hay un nuevo estilo de escritura que se hace cargo de la propia vida pero que no es una autobiografía?
-Escribí algunos relatos en ese estilo, como Diario de invierno o La invención de la soledad, pero no estoy tan interesado en mí mismo. No quiero contar la historia de mi vida, pero sí estoy interesado en lo que se siente ser, en lo que se siente estar vivo y conozco mi historia mejor que cualquier otra. Y hubo momentos en los que yo solo quise sentarme y escribir sobre estas cosas como una forma de compartirlo con otras personas. Creo que estos libros son una suerte de mecanismo que puede inspirar los recuerdos del lector con su propia vida, que es distinto de simplemente querer contarle mi historia. Es esta sensación de humanidad compartida lo que realmente me interesa y, si bien podría decirse lo mismo de las novelas, trabajar en este estado mental de no ficción es distinto.
-¿Escribimos para que algo no se pierda? Como una suerte de rescate de experiencias que, de otro modo, pasarían inadvertidas.
-Si uno quiere olvidar, no escribe. De la misma forma que las familias tienen secretos, hay cosas de las que no se habla. Uno no habla de las cosas que no quiere que la gente sepa. Yo estoy seguro de que muchos o todos nosotros estamos avergonzados de cosas que hicimos en algún momento u otro y la mayoría de nosotros tiende a que cuando nos contamos nuestra propia historia estamos siempre creándola; recontándonos nuestra vida para nosotros mismos y tendemos a saltar los malos momentos y empujarlos afuera de la narrativa. Escribir es al revés: tratar de mantener la herida abierta y explorarla.
-¿Qué piensa de Estados Unidos?
-Estamos viviendo una época muy rara. Hace un tiempo ya que es extraño, una época en la cual las esperanzas que tenía como un hombre joven cambiaron. Esto empezó, si tuviera que poner una fecha, en el 80, cuando se eligió a Ronald Reagan como presidente y repentinamente la derecha tomó el poder. Creo que el país está yendo hacia atrás: ya era bastante malo o suficientemente malo cuando George W. Bush fue elegido, aunque la elección en realidad fue robada. Pero nadie dijo nada. Y luego la forma en la que respondieron al 11S y todo lo que ha sucedido desde entonces ha hecho que los Estados Unidos sea un país casi delirante: estamos tan asustados de las cosas que nos hemos convertido en personas histéricas… Pero a la vez, la elección de Barack Obama fue el momento más extraordinario de mi vida y de la historia norteamericana desde que yo estoy vivo. Somos un país en un conflicto tan profundo consigo mismo, que no estamos haciendo nada bien.
Auster y el azar
“La mayoría de nosotros ha tenido situaciones que podrían haber hecho que hoy no estuviéramos acá sin la suerte de sobrevivir. Cuando pienso en mi obra a lo largo de los años, me resulta interesante ver que está esta idea: estamos caminando en una travesía hacia convertirnos en médicos, por ejemplo, o en lo que sea nuestra mayor ambición en la vida. Y este camino tiene un árbol enorme que se cae; quizá no nos pega y estamos bien, pero si no cae, para seguir en esta travesía tenemos que meternos en el bosque y empezar a esquivar el árbol… Hay determinado momento en la vida en el que el árbol se cae o puede llegar a caerse. Y eso es lo que me interesa: qué es lo que va a ocurrir en el bosque, qué va a pasar si nos caemos en un pozo, nos metemos en grandes problemas, nos cruzamos con otra persona que estaba en su camino y tomamos un tercer camino juntos… No se sabe. Quizás simplemente vuelvan al original. El futuro es incierto. Esos son los momentos que yo quiero explorar y es lo que me impulsa a escribir historias”.
-¿Hay algún libro preferido de su obra?
-En lo más profundo creo que hablo por todos los escritores: a mí, en realidad, mi obra me gusta en particular. Pero yo no voy caminando por ahí diciendo ¡Ay, qué bueno que soy! Sino, al contrario: ¡Qué desastre. Ojalá que algún día Dios quiera que pueda escribir algo bueno antes de morir! Y creo que todo lo anterior es una preparación para algo que va a ser realmente sobresaliente. Así que es como una sensación de fracaso, que creo que la mayoría de los escritores tenemos, con la que vivimos. Entonces, realmente nos conmueve cuando alguien nos dice que algo le gustó, que les importó, que marcó una diferencia en sus vidas y allí uno piensa: quizás no perdí todo el tiempo. La mayor parte del tiempo, por suerte, me siento alentado y me resulta más fácil seguir adelante sabiendo que quizás voy a mejorar. Tengo esa esperanza.
Sus cinco coterráneos elegidos
“Son todos aquellos del siglo XIX, que son los padres de la literatura estadounidense. No podemos entender al resto sin empezar por ellos. Son los mejores. Nadie se les ha siquiera acercado. No hemos producido grandes poesías desde Emily Dickinson, George Emerson y Walt Whitman. Nadie ha superado a Nathaniel Hawthorne como novelista y a Henry David Thoreau como ensayista. Nadie hizo los cuentos de Edgar Allan Poe”.
Paul Auster por Paul Auster
• “Para empezar a leer mi obra, creo que “Palacio de la luna es un buen libro”. Está escrito desde el punto de vista de un hombre joven, de la edad de un estudiante”.
• “Los pensamientos del narrador de mis libros, o de los personajes, no son necesariamente mis pensamientos.”
• “No hay un libro que me guste más. Son todos iguales para mí. Son como mis hijos”.
Texto: Paula Bistagnino (Entrevista pública realizada en el MALBA por el rector de la UNSAM, Carlos Ruta).
Fotos: gentileza UNSAM