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23 de noviembre, 2015

Con emociones sanas

Mucho se ha hablado de la inteligencia emocional, que refiere a la habilidad para manejar las emociones, y para evitar que estas nos manejen a nosotros. Un aprendizaje que debe comenzar en casa.

 

Si bien hoy hay muchos especialistas en inteligencia emocional e incluso la importancia que se le da a este tipo de habilidad ha llevado a plantear la necesidad de una ley que imponga la educación emocional en las escuelas, con el fin de ayudar a formar personalidades sanas con dominio sobre sí mismas, sabemos que educar emocionalmente a los niños es una tarea primordial de los padres.

Lucas Malaisi, un argentino psicólogo y especialista en el tema que fomenta la ley que imponga la educación en la escuela sostiene que “educación emocional es una estrategia para enseñar a las personas a gestionar sus emociones. La idea es que las reconozcan, las expresen y las manejen adecuadamente. Las personas que manejan sus emociones tienen mejor calidad de vida y menos enfermedades, tanto físicas como emocionales. La buena noticia es que esto se puede aprender”.

Pero lo cierto es que más allá o más acá de la escuela, que aún no incluye este aspecto educativo en la currícula, la educación emocional debe llegar igual a los niños, y antes de su edad escolar. Ya desde casa, los padres, acorde a sus capacidades, deben ir poniendo atención en la forma en que sus hijos responden al mundo exterior para moldear esas emociones que les permitan lidiar con los inconvenientes, sortear obstáculos, aceptar frustraciones, crecer a partir de las dificultades, y tantos otros aprendizajes que surgen de la vida cotidiana.

A cada paso, durante todo un día y día tras día, los chicos “necesitan saber qué les pasa y adquirir herramientas para poder afrontar eso que les sucede, explican los especialistas de mediciencia.com, un portal dedicado a la divulgación médica y científica en general.

 

SÍ, PERO ¿CÓMO?
Cabe partir de la base de que los padres deben en principio tener cierto control de sus propias emociones o al menos poner sobre el tapete el estudio de las propias y asegurarse de que ellos, en parte al menos, pueden manejar sus emociones, ya que cada padre educa más con el ejemplo que con palabras. En este sentido, una consulta a un profesional puede ayudarlos a ajustar su propia conducta o a tener una visión crítica sobre sí mismos.

Luego, es importante que se pregunten: ¿identifica mi hijo/a todas las emociones? ¿Sabe trasmitir aquello que le ocurre? ¿Está emocionalmente contenido? Bucear en estos temas es fundamental para orientarse sobre cómo anda nuestro/a hijo/a en el tema. Y estas preguntas es conveniente ir haciéndoselas uno a sí mismo desde que el niño nace. “Si hay un entorno donde es imprescindible que se dé el desarrollo de competencias emocionales, este es el de la familia, se dice desde mediciencia.com.

Y son estos profesionales los que nos acercan una serie de claves, a manera de autoayuda, para comenzar a interactuar con los chicos en esta tarea fundamental de modelar su mundo emocional.

1. Es importante ayudar a los chicos a identificar sus emociones. Digamos que es el primer paso. Los niños tienen que aprender a reconocer las emociones positivas y las negativas e intentar trasmitir aquello que les ocurre. Podemos jugar junto a ellos a “descubrir emociones”, podemos tener en una pizarra cada día una tabla de emociones, o fabricar en familia un “emocionario”, con emociones y su definición para poder ponerles nombre y así identificarlas mejor. De lo contrario, es difícil identificar o transmitir, aquello que no tiene nombre. Y, al mismo tiempo, es fundamental hacer un tiempo para el diálogo y para fomentar la confianza de modo que los chicos vayan aprendiendo a expresar lo que sienten.

2. Ser un modelo de comportamiento. Como padres o tutores tenemos que estar constantemente pendientes de nuestras propias emociones. ¿Cómo me siento? ¿Cómo lo expreso? ¿Cómo lo percibe el niño/a? Somos el primer y principal modelo de conducta, por lo qué será primordial que sepamos gestionar nuestras propias emociones. Es importante que nosotros mismos sepamos cómo controlar enojos, expresar amor, hablar de lo que nos ocurre.

3. Las emociones no son buenas ni malas per se. Es importante que los niños sepan que todas las emociones son dignas de ser sentidas, que no pasa nada si sienten tristeza y tienen ganas de llorar, no existe ninguna emoción tabú ni que se tenga que esconder, todos tenemos derecho a tener emociones, las que sean. Simplemente tenemos que aprender a controlarlas, no dejar de sentirlas, sino simplemente reconocerlas y no reemplazarlas por un acto. Si estoy enojado, no tengo que romper todo, tengo que comprender y aceptar que estoy enojado y averiguar o bucear dentro de mí para saber por qué estoy realmente tan enojado y ver de qué manera lo voy a resolver. Si en casa nunca se llora, el niño creerá que hace algo malo cuando siente tristeza y tiene ganas de llorar.

4. Es imprescindible informarse. La cantidad de recursos que tenemos hoy en día pueden facilitarnos mucho el trabajo. Hay que buscar constantemente nuevas ideas para sorprender a los niños, nuevos juegos, nuevas actividades para que no cese nunca la educación emocional que se reciba en casa.

5. Es fundamental conocer la causa de las emociones. Hay que ayudar a los chicos a detectar la causa de la emoción, que verbalicen qué es lo que les ha causado que se sientan de esa manera. Reafirmando los puntos anteriores, no es malo sentirla, lo malo es el comportamiento que nos puede generar.

6. Debemos mejorar la empatía. Para ejercitar la empatía, lo más importante es escuchar a los chicos de una forma activa, haciendo un ejercicio de comprensión y de respeto mutuos, ponerse en sus zapatos. Es muy importante la empatía entre todos los miembros del hogar para consolidar un buen clima en el hogar.

Finalmente, hay que saber que para esta tarea es necesario tener mucha paciencia y dedicación. Pero es que de esto se trata cuando hablamos de criar hijos, es decir, de hacerlos buenas personas, y también, felices, dentro de lo posible.

 

Texto: Silvia Fittipaldi