Las vacaciones abarcan algunos días de convivencia en el año y sobre ellos se tejen las más grandes y ambiciosas fantasías. Ahí se ponen múltiples expectativas y se cuenta con que espontáneamente se solucionen muchos de nuestros problemas, por efecto del sol, el calor, el mar, la sierra o la montaña. La experiencia indica que no solo no es así, sino que el período vacacional puede ser la estocada final de más de una relación afectiva. En síntesis: en 10 días no se resuelve lo que no se trabajó ni se le encontró solución en los 355 días restantes. Por el contrario, expone aún más algunos conflictos, porque los integrantes de la familia conviven durante todo el día a lo largo de una o dos semanas, mientras que durante el año son solo algunas horas, porque el resto del tiempo se trabaja o estudia. En una semana de vacaciones no se “cambia” ni se “arregla” al otro (tampoco durante el año; cada uno es como es y viene con un equis bagaje, con su historia a cuestas). Las relaciones se trabajan, se construyen y, en el caso de una familia ensamblada, donde intervienen tantos actores (hijos míos, tuyos, nuestros, ex parejas), esto se acrecienta aún más.
En el caso de las familias ensambladas aplica perfectamente todo lo antedicho. Es por eso que las vacaciones implican una suerte de medidas previas, tendientes a acordar algunos asuntos previamente y evitar conflictos en el lugar de veraneo y a la vuelta.
* Es fundamental que los adultos implicados se pongan de acuerdo con tiempo, tanto la nueva pareja como las ex parejas y padres de los hijos en común. Se pueden consultar algunas cosas con los chicos, pero son los padres los que tienen que acordar y luego cumplir con lo resuelto. Lo cierto es que en vacaciones cambian algunas rutinas, pero tampoco se puede modificar todo: varían lugar y circunstancias pero no los permisos. Se puede ser un poco más flexible, pero siempre con acuerdo del otro padre. Una cosa es comer hamburguesas día por medio, otra salir con desconocidos sin acuerdo con el otro padre. Básicamente, lo que se sugiere es coherencia y respeto por lo pautado con el otro padre y con la actual pareja. Esto corre especialmente para los adolescentes, que en el lugar de veraneo tienen algo más de libertad y quieren correr los límites en exceso, provocando conflictos entre sus padres.
* Resolver fechas y acuerdos con el mayor tiempo posible de antelación. En definitiva, son vacaciones de tres grupos diferentes (pareja y ambos ex), pero a la vez de cuatro adultos diferentes. Cuanto antes se puedan acordar fechas y lugares, mejor será para todos. Es un buen momento, además, para practicar la paciencia y la comprensión, entendiendo que a veces es preferible ceder en algo y ganar en tranquilidad. Si hay roces y discusiones, en algún momento el asunto va a saltar en las vacaciones y los chicos lo van a sufrir antes, durante y después. Cuanto más amable sea el acuerdo, mejor será el resultado.
* Un error habitual consiste en que las vacaciones sea la primera convivencia de la familia ensamblada o la excusa para que se conozcan los hijos de la otra pareja. Es un riesgo innecesario, donde si las cosas salen bien será de casualidad. Es preferible ir haciendo programas durante el año, eventualmente tomarse un fin de semana para ir probando, pero no irse todos directamente de vacaciones.
* Ya en el lugar elegido y todos instalados, es recomendable que cada padre destine algún espacio para estar únicamente con sus hijos y el resto, por supuesto, compartido. En ese sentido, los juegos o alguna salida, por ejemplo, al cine, puede acercar posiciones, ayudar a integrar a los chicos. Lejos de descartar a la famosa playstation, quizás sea un vehículo que facilite los vínculos.
* Entender que las relaciones se construyen, se trabajan y que si las cosas salen bien no es casualidad, sino el fruto de ese esfuerzo. Y cuando se lo ve plasmado, se disfruta en plenitud.
Texto: Florencia Romeo.
Asesoró: Lic. Julieta Tojeiro, coordinadora del Equipo de niños y adolescencia de Sincronía.