Sobre el final de la película Comer, rezar, amar, después de comer en Italia y rezar en la India, Julia Roberts llega a la isla de Bali y encuentra el amor en Javier Bardem. Si algo le faltaba a este oasis del sudeste asiático para convertirse en un hit turístico de los occidentales era que Hollywood pusiera su foco allí e hicieran un film mainstream.
Pero lo cierto es que desde mucho antes Bali es elegida por miles y miles de visitantes en busca de placer, descanso y, sobre todo, una experiencia del hinduismo distinta: porque esta isla es una especie de reservorio de esta religión. Si bien está ubicada, geográfica y políticamente, dentro del archipiélago de Indonesia –que tienen más de diez mil islas en total-, ha mantenido una tradición religiosa y por lo tanto cultural completamente diferente a la del resto del país: además de la danza, la artesanía, las fiestas, las joyas y las telas, la religión con mayor cantidad de practicantes en el mundo se vive acá como en ningún otro lado, ya que tiene una identidad propia que mezcla la creencia en los dioses y doctrinas hindúes con el culto animista y los santos budistas.
En cada esquina, en cada comercio, en cada casa y en los cientos de templos que hay en sus 5600 km2, 140 de longitud este-oeste y 90 norte-sur-, se respira hinduismo: literalmente, porque el aroma predominante en ciudades y pueblos es el de los sahumerios, que se prenden de a miles por las mañanas y las tardes. Así que la recomendación es llegar con algo de información sobre esta cultura, para de esa manera comprender mejor la dinámica de la vida, que está marcada a diario por cuestiones religiosas, tales como las ceremonias, las procesiones, las ofrendas cotidianas a sus dioses, las imágenes infaltables en todas las casas a las que se viste con telas particulares, los ritos y fiestas. La más importante sin duda es la costumbre de la cremación, que dura varios días y convoca a muchas personas.
Bali es parte de las Islas menores de la Sonda y se ubica muy cerca de la línea del Ecuador, por debajo; lo que hace que tenga un clima tropical todo el año. Aunque la mejor temporada para ir es de mayo a octubre, la estación seca, ya que de diciembre a marzo es temporada de lluvias. Sobre todo para disfrutar lo que más tiene para ofrecer: playas. Al sur están las de arena blanca y aguas turquesas, tales como Uluwatu y Kuta; al norte, aguas cristalinas pero arenas negras de origen volcánico que por esas características son un paraíso subacuático: la zona de Tulamben es destino de buceadores y apneístas y freedivers –quienes se sumergen y bucean sin oxígeno- de todo el mundo. No es casual: Bali está rodeada de arrecifes de coral.
Hacia adentro, la isla está atravesada de este a oeste por una gran cadena montañosa cuyo punto más alto es cerca del centro, en el monte Agung (3.142 msnm), que es un volcán en actividad. El paisaje habitual es verde, muy verde: la vegetación es tupida, selvática por zonas y con muchas palmeras, y las llanuras están cubiertas por terrazas en las que se cultiva arroz, base indiscutible de la alimentación de los balineses.
Los balineses son tres millones de personas, que viven en su mayoría en las ciudades más grandes: la capital, Denpasar, al sur; el puerto y antigua capital colonial Singaraja, al norte. Luego, el epicentro y parada obligatoria sucede en la cada vez más grande Ubud –justamente donde se instala la protagonista de Comer, rezar, amar-, que es considerada la capital cultural de la isla: lo fue históricamente por su arte y hoy lo es por su slow life: centros de yoga, filosofías orientales, meditación, tendencias sustentable y comida orgánica.
Una característica de los balineses es la amabilidad y la sonrisa permanente. Por lo demás, sólo hay que preocuparse por cómo trasladarse en la isla ya que es prácticamente inexistente el transporte público: sólo queda alquilar un auto o una moto, medio de locomoción mayoritario y fundamental. Esto quiere decir que las calles de los centros urbanos suelen ser caóticas por la cantidad de motos en las que viajan hasta familias enteras.