Cada año, miles y miles de personas de todo el mundo se aventuran a recorrer cientos de kilómetros, algunos más de un millar, para llegar hasta Santiago de Compostela. Casi como una misión fuera de época, y de toda lógica, se trata de una experiencia religiosa en la mayoría de los casos, pero también mística, deportiva, espiritual, emocional, personal, grupal o familiar, un desafío a los propios límites, un sacrificio, una prueba de superación personal. Cada uno de los peregrinos tiene su propia meta para hacer el legendario y milenario “Camino de Santiago”.
La historia del camino se remonta al comienzo del culto al apóstol Santiago en la Hispania romana, a finales del siglo IX, cuando en la zona que hoy es Galicia se halló su sepulcro y se fundó la ciudad de Santiago de Compostela. Muy pronto después de ese hecho, en el año 950 y por iniciativa del Obispo de la ciudad francesa de Le Puy, comenzó la tradición de peregrinar hacia allí, que pronto se extendió por la Europa cristiana y entonces la ruta se diversificó en una decena de caminos que los habitantes de diferentes asentamientos y poblaciones fueron creando. Así nació el que hoy se conoce como “El Camino de Santiago”, una ruta que durante toda la Edad Media logró gran concurrencia pero que más tarde quedó olvidada y que en las últimas décadas resurgió hasta convertirse en una de las procesiones más místicas de la fe católica: el camino original -llamado francés- se ha multiplicado en una veintena de recorridos e itinerarios que miles de fieles hacen cada año en todas las épocas y climas; algunos desde más de mil kilómetros de distancia -partiendo desde distintas ciudades de España, Francia y Portugal en su mayoría, pero también desde Suiza, Italia e incluso Inglaterra-, con tramos en autos y motos, y luego en bicicleta o a pie durante días hasta converger en la Basílica que contiene el sepulcro del apóstol para agradecer sus milagros, pedirle otros, rezar o simplemente experimentar la fuerza de su fe.
En 2004, la Fundación Príncipe de Asturias le concedió el máximo premio de la Concordia “como lugar de peregrinación y de encuentro entre personas y pueblos que, a través de los siglos, se ha convertido en símbolo de fraternidad y vertebrador de una conciencia europea”.
El Camino de Santiago Francés y las rutas francesas del Camino fueron declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1993 y 1998 respectivamente. Fue también en el Año Santo Compostelano de 1993 cuando el gobierno autónomo gallego decidió potenciar su valor enfocado al turismo y lanzó una gran campaña de publicidad para el Jacobeo de ese año que incluyó la restauración de tramos de la ruta y la infraestructura para los peregrinos.
Desde entonces también, el camino está indicado por flechas y vieiras pintadas de amarillo, postes y otras señales. Y en cada tramo del recorrido se encuentran albergues para pasar la noche. Los hay de dos tipos: públicos (uno en cada pueblo), en los que se les da prioridad a los peregrinos que viajan solos o en grupos reducidos; y los privados (administrados por particulares o asociaciones laicas o religiosas, que normalmente no tienen fines de lucro) y en los que suele haber más lugar para grupos grandes. Además, hay infraestructura hotelera y casas de Turismo Rural. Para tener alojamiento en los albergues públicos del camino, hay una credencial que lleva cada peregrino y que es una libreta de papel que se va sellando en cada parada. Aunque lo cierto es que desde el comienzo de esta tradición, no ha existido un solo camino, sino una decena de rutas. Y cada vez están mejor marcadas, además de que se siguen multiplicando, ya que los propios peregrinos van marcando la ruta.
El recorrido mínimo requiere de hacer unos 100 kilómetros andando y unos 200 en caballo o bicicleta, pero algunas personas llegan a recorrer mil. Hay que calcular un promedio de 20 kilómetros por día a pie, por lo que lleva al menos diez realizarlo y, dependiendo del camino elegido, puede llevar hasta un mes o dos. Si bien se puede hacer durante todo el año, es ahora en la primavera europea -desde abril y hasta junio- el mejor momento para hacerlo ya que el clima es templado y no llueve mucho. Si no, de julio a septiembre, aunque es caluroso. El resto del año sólo se recomienda para personas muy bien preparadas.
Más información: www.santiagoturismo.com / www.caminosantiago.org/
Texto: Ana Césari.
*Fotos Helmut K