“¿Y dónde pasan las fiestas?”, era la pregunta obligada en las familias de antes cuando promediaba diciembre. Era “el problema” a resolver. Pero claro, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Aunque “Las fiestas” conservan su carácter de ritual comunitario de antigua raíz, (como las bodas, aniversarios, funerales, etc.), la consabida “proliferación de los formatos”, propia de nuestro tiempo, hace que las preguntas se hayan también diversificado: dónde, puede no sólo ser en qué casa, sino en qué ciudad o país. Lo mismo pasa con ¿con quién/es? que hoy puede incluir o (excluir) personas inimaginables hace unas décadas, o cómo, que puede significar desde un viaje a Disney a una cena íntima, o un megaevento en un hotel de lujo.
Las fiestas, como otros eventos humanos, son rituales que invitan a compartir momentos significativos con personas significativas de nuestra vida. Tuvieron, y aún tienen una carga emocional y simbólica importante, destinada a consagrar una especie de continuidad de un grupo en tiempo y espacio con el compromiso recíproco que eso implica. Aunque con las ambivalencias y contradicciones propias de las relaciones humanas. Así como hay gente que hace chistes en los velorios, en las celebraciones suelen salir a relucir viejos o nuevos conflictos, ocultos durante la vida corriente. Tales conflictos pueden ser anticipables, o no, y de eso depende en gran medida que se pueda cumplir el viejo anhelo “pasemos la fiesta en paz”. Veamos:
- No siempre la familia que a uno le tocó -incluida la “política”- está formada en su totalidad por personas agradables para nosotros. Asumirlo y adaptar nuestra conducta a eso, ha sido y es parte de la posibilidad de una vida civilizada. Es conveniente tener en cuenta también que en torno a la mesa navideña, por ejemplo, además de los regalos y confituras, los abrazos, los regalos y los brindis, estarán: la que se acaba de separar, o el que fue bochado en su último examen, o el padre de éste enojado por eso, o el que perdió un ser querido, o el abuelo que rezonga por la jubilación. Por tanto, si hubiera algo pendiente que arreglar, simplemente ese no es el momento…
- Un asunto potencialmente conflictivo, y por eso relativamente anticipable, son los temas de conversación. Enmarcada en un principio general que vale para toda relación interpersonal: enfoquémonos en lo que nos asemeja y nos acerca, y no en lo que nos distancia y nos confronta. Más en lo que nos alegra que en lo que nos amarga. Y aún cuando le hagamos un lugar a la tristeza, por las razones que fueran, deberíamos tratar de no confundirla con amargura o agresión. Muchas veces basta con una intervención inteligente y oportuna (un buen recuerdo compartido, una broma de buen gusto, una expresión de gratitud, una oferta de ayuda) para enderezar el tren de la convivencia cuando está a punto de descarrilar…Y de paso le damos un buen ejemplo a los niños, con los que luego, según su edad, podremos hablar sobre eso. Igualmente, todo tiene un límite, y si lo que se puede anticipar es realmente un “muy mal momento”, es saludable explorar otras opciones, hoy mucho más posible que en otras épocas.
- Un factor también importante, habitualmente poco considerado, es la duración. Una reunión apacible de dos o tres horas puede convertirse en un ámbito incómodo tras cinco o seis. Ya que está comprobado que a mayor duración de las interacciones humanas en un mismo espacio, mayor es la probabilidad de aparición de conflictos. A veces suele bastar con que alguien esté enojado. O se enoje por algo en el curso de la reunión.
- Como en casi todo lo demás, es bueno escuchar la opinión de los chicos, aún cuando no esté en sus manos la última decisión. Al menos por dos razones: 1) los adultos son los responsables de su bienestar y en principio deberían tener eso muy en cuenta para no exponerlos a situaciones de tensión adulta que no pueden manejar, y 2) ellos suelen tener un fino olfato para detectar, aunque no lo manifiesten, los signos reales o posibles de malestar.
- Como planteo, entre otras cosas, en mi último libro “Cuentos de todos los amores”, los sentimientos humanos son intensos, ambiguos y a menudo desconcertantes. Y los vínculos afectivos entre las personas también. Aún cuando no podamos prescindir ni de unos ni de otros, si queremos tener realmente una buena vida. Por eso, las Fiestas pueden ser una oportunidad de compartir un tiempo grato con seres significativos de nuestra vida, o todo lo contrario. Y eso, en alguna medida, depende de ciertas decisiones que podemos tomar para que sea de un modo u otro.
De todos modos, desearnos mutuamente Felicidad, no es poca cosa. Así que: ¡Felices fiestas!
*Rolando Martiñá es licenciado en Psicología y autor, entre otros libros sobre vínculos y niñez, de “La comunicación con los padres” y “Escuela y familia: una alianza necesaria”. Su último libro es “Cuentos de todos los amores”. (Del Nuevo Extremo).