Cuando a fines de los 60, con poco más de 20 años, desembarcó en la televisión, Ricardo Alberto Darín no imaginaba –no podía imaginar- que iba a ser el actor más popular de la Argentina. Pero no sólo el más popular sino además uno de los más prestigiosos y quien ha logrado que el cine argentino traspase las fronteras del país: cada estreno de cine es noticia en los países de Amércia Latina y también de España, donde forma parte de casi todas las coproducciones. Menos seguramente hubiera podido imaginar que iba a ganarse un Oscar. No él pero si una película que protagonizó: El secreto de sus ojos, de Juan José Campnella, que se llevó el segundo Oscar en la historia del cine argentino. En 2015 ganó el Premio Goya por mejor actor, en la quinta vez que estuvo nominado, y la Concha de Plata al mejor actor por su actuación en la comedia dramática Truman. Apenas algunos premios de una veintena que ya recibió en los últimos años, desde que su carrera se volcó completamente al cine y acumuló título exitosísimos tales como Nueve reinas, El hijo de la novia, Luna de Avellaneda, El aura, Carancho, Elefante blanco, Tesis sobre un homicidio, Relatos salvajes y varios más –en total lleva medio centenar de películas hechas-. La última es La cordillera, que lo pone en la piel de un presidente. En 2017, Darín recibe el Premio Donostia de la 65 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, el galardón honorífico más importante por su trayectoria
Una vida tranquila
Ricardo Darín no tiene una formación académica en teatro, pero se crió en el ambiente de la actuación ya que sus padres sus padres, Ricardo Darín y Renée Roxana eran actores. Y con ellos debutó cuando tenía apenas diez años y a los dieciséis ya tenía estabilidad dentro del mundo de la televisión argentina en programas como «Alta Comedia» o «Estación Retiro». Bajo las órdenes de Alberto Migré, mayor realizador argentino de telenovelas, consiguió una popularidad considerable al ser protagonista en varias de sus producciones como parte de los «galancitos», un grupo de jóvenes actores que trasladaron éxitos televisivos al mundo del teatro. Protagonizó en 1987 la telenovela Estrellita Mía, junto a Andrea Del Boca, y dos años después encabezó Rebelde, junto a Grecia Colmenares.
Fue justo en ese momento, después de una relación amorosa de años con Susana Giménez, cuando conoció a su mujer, Florencia Bas. Ya estaba con ella cuando le llegó la popularidad de con la comedia, compartiendo cartel junto a Luis Brandoni en la serie «Mi cuñado». Mientras tanto, consolidó una familia que treinta años después sigue estable, con dos hijos, “El chino” –que sigue sus pasos- y Clara.
Llegar a presidente
“No me lo había planteado a nivel personal…”, se ríe. En La Cordillera, su última película, Darín interpreta al presidente de la Argentina en una historia que muestra una cumbre presidencial en Santiago de Chile y en la que se mezcla una vida personal conflictiva y una vida política agitada. Si bien cada tanto vierte alguna opinión política, en general no ha hecho demasiadas declaraciones y prefiere evitarlas. “Si yo le tuviera que pedir algo a los políticos argentinos, les pediría toda la transparencia posible, un gran esfuerzo, mirar hacia adentro, buscar el gen que los llevó a hacer política, a fijarse solamente en el bien común y a ser mucho más sensibles.
–¿Qué es más difícil: lidiar con el problema de la hija o negociar con un representante de los Estados Unidos?
-Yo creo que siempre lo más difícil es tratar de ponerse en los zapatos del otro. La fusión entre lo público y lo privado que cuenta esta historia es una de las cosas que más me atrajo y lo que más me impactó cuando Santiago (Mitre) me contó esta historia. Yo creo que hay una presión mayor en el rol de Presidente por la cantidad de gente a la que abarca. Pero es algo muy difícil de medirlo en término razonables.
-Pero lo familiar puede ser mucho más duro…
–Cuando uno vive una mini tragedia familiar con un ser tan querido como un hijo no existe comparación posible y creo que es ahí donde se apoya el dilema del personaje. Cómo lidiar con ambas cosas al mismo tiempo es lo más complejo.
-Después de hacer a un político, ¿te podés poner mejor en sus zapatos?
–Nosotros por ejemplo no estamos acostumbrados a medir en términos humanos y personales las actitudes de los funcionarios. Ni tampoco tenemos por qué hacerlo. No es una obligación, pero si alguna vez tuviéramos la oportunidad de mínimamente espiar por una hendija a lo mejor una tragedia que a alguno le toque, quizá seríamos más comprensivos. Pero bueno. Lo que pasa es que
-¿Te inspiraste en algún presidente de la actualidad para el personaje?
-No, estuvimos especialmente atentos a tratar de que el personaje no tuviera anclaje en personajes fácilmente reconocibles ni que estuvieran al alcance de nuestra mano. Y hasta hubo cosas que repetimos porque vimos que podían llegar a hacer referencia directa. Lo que es absolutamente imposible es inhabilitar al espectador a que haga sus interpretaciones. Afortunadamente es una de las libertades que los espectadores tenemos.
-¿Cuál es tu mensaje a los políticos argentinos?
-Les pediría toda la transparencia posible, un gran esfuerzo, mirar hacia adentro, buscar el gen que los llevó a hacer política, a fijarse solamente en el bien común y a ser mucho más sensibles.
-La película habla del bien y del mal casi como valores absolutos: ¿Creés en eso?
-Yo creo que hay gente que todos los días se levanta con intención de hacer el bien y otra con intención de hacer el mal. Puede que después no les salga del todo y no terminen satisfechos. Pero no creo que una cosa sea completamente achacable a una persona y otra a otra. Creo que todos pendulamos entre el bien y el mal, en actitudes, sensaciones, pensamientos, ideas, y estamos todo el tiempo yendo de un lado al otro y haciendo un esfuerzo para no corrernos de nuestro eje o de nuestra intención. Pero sí, creo que existen. Mis reparos son en que una persona sea mala o buena.
-Todos somos un poco y un poco…
-Sí, creo en que somos producto de nuestras circunstancias y que uno a veces desde cierto lugar de privilegio puede decir una cosa pero que seguramente si estuviera en el Congo en otras circunstancias no pensaría lo mismo. La geografía, la realidad, el mundo son perversos en ese contexto. Y juzgar desde acá sería difícil.
Texto: Ana Césari.