Cuando resume el camino que la llevo hasta acá, Paula Rodríguez siente que es algo mágico: “Pero ahí me doy cuenta de que nada fue casual”, dice esta arquitecta que en 1991, tras recibirse, empezó a trabajar con un ingeniero amigo de la familia que era “calculista de hormigón”. Ni idea aun, o sí, de que había algo que se volvería esencial en su vida tiempo después. En el medio trabajó para empresas muy grandes -una del grupo Alpargatas, Sade cuando era de Pérez Companc- y fue parte de obras enormes: la clínica de la Universidad Austral en Pilar, Fleni en Escobar y en Montañeses, Temaikén, Munchis y el Estadio Único en La Plata. No paró unos años, pero apenas tuvo un hueco –con la obra en La Plata dejó de viajar a Buenos Aires- hizo una maestría de Medio Ambiente y después un taller de cerámica y después otro de cemento. Y encontró algo ahí: algo que hoy es la base de Paula Rodríguez Cemento, su empresa y una fábrica de diseño de objetos en hormigón que es única.
-¿Cuándo empezaste a mirar el cemento como material para el diseño?
-Este material me fascinó desde siempre. Cuando estudiaba arquitectura, pasaba todos los días por el laboratorio de ensayos de materiales y en la puerta siempre había probetas de hormigón, que tiraban después de ensayarlas. ¡Esas probetas me encantaban! Y me las llevaba.
-¿Cuál fue el germen de esto y cuánto tiempo tardó en crecer para concretarse?
-El germen fue todo esto que te cuento. Además, en mis horas de viaje a Buenos Aires, leía y leía. Entre mis revistas favoritas estaban Negocios y Pymes a pesar que nunca había pensado en dedicarme a hacer otra cosa que no fuera arquitectura. Se ve que en algún momento todo este cocktail de cosas que hice se mezcló en una y aquí estoy. De mi parte técnica nunca me separé. No puedo dejar de ser arquitecta.
-¿O sea que no fue una meta?
-Estos objetos me encantan pero nunca fueron un proyecto ni una meta concretamente, fue como una sucesión de encuentros con un material que me atrapó. La arquitectura y los objetos son parte de lo mismo. Todo se diseña y se construye, la arquitectura con mayor complejidad, los objetos con mayor inmediatez.
-Desde afuera pareciera algo tan duro y recio de trabajar el cemento. ¿Es así?
-Sí, el material es como vos decís, duro, frío, pesado y contundente. El peso específico del hormigón es 2400kg/m3 y es el mismo para una viga o para un cuenco. Mi desafío desde el diseño es transformarle su aspecto rudo en sensible. Cuando no lo logro, el objeto seguramente no me guste y de eso se trata, de hacer lo que me gusta.
-¿Qué te atrapó del hormigón?
-Me atrapa lo que el material significa y todo lo que su desarrollo produjo en la industria de la construcción. August Perret, Le Corbusier, la arquitectura brutalista, el hormigón a la vista. La tecnología del hormigón avanza continuamente. Es el material ideal.
-¿Cómo fue el proceso de aprendizaje hasta hacer un oficio?
-Primero fueron los cálculos de predimensionado de estructuras de la facultad. Después, en el ejercicio laboral, las muchas obras e ingenieros con los que trabajé que me transmitieron su experiencia. Un albañil que trabajaba en casa me prestó una vez su cuchara y me enseñó algunas técnicas que el usaba para los morteros. No era hormigón, pero fue mi primer contacto con el balde y la cuchara. Igual me dijo: “hay que hacer mucha fuerza”. Y sí, la cuchara de albañil sola pesa como un kilo. Después fui al taller de cemento. Se usaban mucho las venecitas entonces, pero mi primer trabajo fue una hoja muy sencilla: sólo cemento gris con una hendidura en el medio. Todavía la conservo. Me encanta esa hoja. Nada me hacia pensar que iba a hacer otra cosa diferente de la que hacía.
-¿Te da más satisfacciones que la arquitectura?
-No sé muy bien dónde termina la arquitectura y dónde empiezan los objetos, porque no puedo imaginarlos aislados del espacio. Las dos cosas me dan satisfacciones porque son parte de un mismo todo, sólo que con distintas escalas. No podría separar ni imaginar un objeto descontextualizado de su espacio arquitectónico.
-¿Cómo es el proceso de producción?
-El proceso comienza con el proyecto. Mi cuadernito de croquis es fundamental. Después cómo resolver la forma constructiva y, por último, la obra, ir al taller y hormigonar. Una vez que hormigoné, me vuelvo a mi casa y no piso el taller hasta que pueda desencofrar. Sino muero de ansiedad, me apuro ¡y hago desastres! El hormigón tarda mucho en alcanzar su resistencia, hay que tener paciencia.
-¿Con qué empezaste y qué estás haciendo hoy?
-Empecé haciendo cuencos, ahora estoy haciendo mesas para una muestra en la que participaré en octubre.
-¿Estás buscando nuevas materialidades o acá te quedás?
-Sería muy aburrido no buscar nuevas cosas. Cuando tengo poco tiempo se me complica probar, porque muchas veces significa hacer muestras que no siempre funcionan, pero tengo un listado de ideas por concretar. Voy por un camino que no tiene punto de llegada y eso es lo que me divierte. El diseño es así, nunca termina siempre hay algo por mejorar o repensar. Una obra nunca termina, porque las necesidades se transforman, la forma de vida va cambiando y esos cambios se transforman en una necesidad continua.
Texto: Paula Bistagnino.