Alejandro Paker ha cosechado en su carrera uno de los bienes más apreciados: hacerse un nombre en el ámbito del espectáculo. Quien sea medianamente habitué de las salas teatrales, sabe perfectamente de quién se trata. Lo puede haber visto en dramas como El hombre elefante, comedias como Casi normales o musicales como Cabaret, entre muchas otras obras. Más allá de su talento, es de destacar su ductilidad para pasar de un género a otro y así como la temporada pasada fue el protagonista de Priscilla en calle Corrientes y en el verano en Villa Carlos Paz, en este momento tiene en cartel dos obras para chicos pero muy diferentes entre sí: La Cenicienta – Un cuento musical, en el Teatro del Globo, versión que ya había hecho hace tres años, y El capitán Beto, en el Teatro Nacional Cervantes, lo que lo convierte en un interlocutor válido para hablar del niño/espectador, a quien no es tan sencillo conquistar.
HABÍA UNA VEZ UN ACTOR
La vocación artística de Alejandro Paker nació a muy temprana edad. Rosarino, a los 13 años integraba el coro Ars Nova y a los 15 empezó un taller de teatro… a escondidas.
– ¿Cuándo empezaste a estudiar actuación?
–Empecé a los 15 años, en Rosario. Lo hacía a escondidas, porque en mi casa no me dejaban, y decía que iba al gimnasio, que iba jugar al fútbol, y me escapaba e iba a un taller gratuito que había en la sala Lavardén. Después terminé el secundario y en algún momento tuve que blanquear. Como estaba desde hacía años en el coro, les dije a mis viejos que vinieran a ver un concierto y, en realidad, se encontraron con la muestra de teatro y ahí se quedaron mudos, no lo podían creer. Empezó una guerra sin cuartel para convencerlos de que quería ser actor. Tardó muchos años hasta que lo aceptaron.
–¿Cuándo te diste cuenta de que lo tuyo era el arte?
–Siempre lo supe, fui buscando la corroboración, que me dieran la aprobación de que era realmente lo mío. Empecé Medicina y seguía estudiando teatro, pero la realidad que me chocaba todo el tiempo era la económica. Si bien la medicina todavía tampoco me daba dinero, yo veía que al menos a nivel amateur, el teatro no me daba dinero y la perspectiva no era demasiado optimista. Era algo que me demostraba que iba a tener que tener alguna fuente de ingresos alternativa para mantenerme.
– ¿Cómo cambió esto?
–Cuando vine a Buenos Aires al casting de El jorobado de Notre Dame, en el que, entre más de 2000 personas, quedamos 60 y ahí tuve la primera certidumbre de que podía trabajar y vivir de esto. Por supuesto, después hubo muchos momentos de duda… porque eso duró poco. El trabajo del actor de teatro es bastante incierto, la continuidad es lo más difícil de conseguir. Hubo años mejores y peores. Mientras trabajaba de todo.
–¿Y cuál fue la obra que te permitió dedicarte únicamente al arte?
–No fue una obra lo que me permitió dedicarme al teatro al 100% sino mi jefe en la ART Consolidar. Yo era asistente del gerente de marketing y Luis, que era mi jefe, era violinista y teníamos hermosas charlas. Él había dejado su carrera artística por su familia. Fue como un “hado padrino” porque me decía que aprovechara que era joven y no tenía familia a cargo, que tomara una decisión, me decía que yo tenía talento, que estudiaba, que tenía que dedicarme a esto. Él fue el que más me impulsó a tomar la decisión. Fue en el peor año posible (risas)… ¡en el 2001! Pero la rueda empezó a fluir. Ese año hice Grease, con Florencia Peña y Florencia Otero y ahí sí empezó la carrera profesional y con continuidad. La gran bisagra fue en 2007, con Cabaret. Además del trabajo profesional, obtuve el reconocimiento y la popularidad que te puede dar el teatro, que no tiene nada que ver con la TV. Prestigio, un nombre, que es difícil. En general, los actores que hacen tele esperan que se los reconozca y los de teatro creemos que vamos a pasar inadvertidos y de repente vas en el subte, te saludan y te sorprende. Ganar prestigio y cierta popularidad en el teatro es un camino más largo, no tan inmediato como a veces ofrece la televisión.
PEQUEÑOS EXIGENTES
No es la primera vez que Alejandro Paker hace teatro para chicos y, de hecho, la Madrastra de La Cenicienta – Un cuento musical ya la había hecho hace tres años. Se trata de una versión muy divertida, con libros y letras de Sergio Lombardo, quien también dirige, y música de Martín Bianchedi.
–El teatro para chicos está dirigido a un público diferente. Si bien están siempre acompañados por sus padres, los chicos son un tipo de espectador especial.
–El nene es el espectador más honesto y sincero que existe, no caretea absolutamente nada. Si te compra, te lo va a demostrar ,y si no te compra, también te lo va a a hacer sentir. Cuando no le interesa lo que lo llevaron a ver, vos ves que se pone a hablar con la mamá, empieza a decirle que se quiere ir, o se pone a corretear por los pasillos. Es inmediato, no es que se toma un tiempo para evaluar.
– Mientras transcurre la obra, ¿el público contesta, se mete, opina?
–Contesta, participa muchísimo de la historia. Si bien esta versión no está pensada especialmente para que haya interacción, en el caso de la Madrastra he corroborado que el público infantil le demuestra el odio inmediatamente a los malos (risas). Lo detectan enseguida y reaccionan. Me han dicho fea, mala, gorda, ¡a los gritos! Al malo lo detestan, no lo quieren, y está bien, porque está molestando a su heroína.
LA CENICIENTA 2.0
Se trata de uno de los cuentos clásicos más conocidos y difundidos. Lejos de pasar de moda, de tanto en tanto recobra vigencia gracias a nuevas versiones teatrales y cinematográficas. Si bien en los últimos años se han optado por llevar a las tablas historias ejemplares, con moralejas, los viejos cuentos, con malos y buenos claramente identificados, siguen resultando atractivos.
–Teniendo en cuenta su antigüedad, ¿qué lectura hacemos hoy de esta historia, cómo interpretamos hoy a La Cenicienta?
–En estos tiempos del bullying, que hemos sufrido y que siguen sufriendo los niños, el tema del maltrato – sobre todo al género femenino– me parece que tiene una vigencia tremenda. En realidad, ¡lo tremendo es que tenga vigencia! De todos modos, en esta versión tratamos de reírnos de la situación, de hacerla con cierto humor y no con tanta violencia..
– De hecho, los malos son ridículos…
–Sí, los malos (o malas, porque son la madrastra y las hermanastras de la protagonista) hacen realmente el ridículo, son personajes patéticos. Eso es lo que creo que Sergio Lombardo, el autor, quiso mostrar en esta historia y por eso todavía sigue vigente. Además, todavía tenemos la fantasía de que nuestros sueños se hagan realidad. Otro tema en el que se hace hincapié es el hecho de tener o no tener, de que te valoren por lo que sos y el amor que podés dar y no por lo que tenés, que es lo que le sucede al Príncipe. También se destaca la actitud de desear algo con mucha fuerza y luchar para que se haga realidad. La realidad es que nos podemos identificar mucho con estos personajes según el momento de la vida en que estemos.
–¿Qué cambió en la madrastra que hiciste hace unos años?
– Esta madrastra está más plantada. Si bien nos apoyamos en el clown, tiene mucho humor, inclusive humor físico, se ríen de esa moda que usan ellas, la moda de esa época, con miriñaque, porque en vez de llevarlo bien y con gracia, se lo levanta y pasa por encima de un banquito, y el hecho de que lo haga un varón la hace más ridícula todavía. Pero tampoco seamos implacables. Eran épocas de matriarcados, mujeres/hombres que por necesidad de supervivencia arrasaban con todo. La madrastra, en definitiva, era una viuda que había quedado librada a su suerte, que tiene una ambición desmedida después de haberlo tenido todo.
– Eran mujeres que solo se salvaban con el matrimonio.
– Era tremendo cómo las marcaban la soledad y la viudez. Mantener el estatus social y económico dependía de casar a las hijas. Si bien el cuento tiene una mirada crítica hacia estas mujeres, también eran víctimas de un sistema social que no las incluía del todo. Que si no tenías dinero y no eras de alta alcurnia, podías morir en la miseria.
OTRO CUENTO, OTRA HISTORIA
Literalmente, Alejandro Paker pasa de un personaje a otro… ¡en 200 metros! Porque sale de una función en el Cervantes, cruza la plaza y llega al Teatro del Globo. Cambian las obras y los personajes, pero no el público: nuevamente los niños están en la platea.
– ¿Quién es “El capitán Beto”?
– Es una historia escrita por Walter Velázquez, basada en el personaje de la canción de Luis Alberto Spinetta y, como cuenta la canción, es un viajero del espacio, fanático de River, tiene un equipo con el que viaja en la nave invisible. Esta troupe está formada por un uruguayo llamado Washington Zitarrosa, un ruso Dimitri Tura y una doctora japonesa Aki Yace, todos amigos, que viajan por el espacio buscando un antídoto para salvar a un amigo. Andan por diferentes galaxias y cada planeta representa alguno de los miedos que tenemos cuando somos chicos: el miedo a la oscuridad, a la muerte, a los recuerdos… Finalmente encuentran el antídoto y salvan a su amigo, pero la idea más importante que sobrevuela la obra es lo que uno es capaz de hacer, en general, y por un amigo, en particular.
–¿Cómo salís de un personaje y entrás en el otro, en obras tan diferentes?
–Tengo que cambiar el chip. En las dos cuadras que van de uno a otro teatro transcurre mi único tiempo de adaptación (risas). Ahora en serio, en el caso de la madrastra me sirve toda la preparación, el armado, para ir entrando en el personaje. Después, me voy relacionando con mis compañeros que ya están en la energía que requiere la obra. Ahí puedo empezar a manejar la esquizofrenia y ponerla al servicio de los personajes.
PAKER X 4
Además de La Cenicienta – Un cuento musical y El capitán Beto, ambas para público infantil, durante julio Paker también estrenó dos espectáculos para adultos: Noche corta, dirigido por Ricky Pashkus, en el Teatro Apolo, y el clásico de Julio Tahier, Gotán, con Laura Conforte, dirigidos por Manuel González Gil, en el Teatro Maipo.
Texto: Florencia Romeo.
Fotos: gentileza Punto Tiff y producción de La Cenicienta – Un cuento musical.