Apenas uno entra al local de Perfumum Bue, invade una sensación de placer y bienestar. Este local a metros de la Plaza San Martín de Buenos Aires es el último emprendimiento de Marta Harff, que acaba de cumplir diez años y que ya tiene una identidad propia, como todo lo que ella ha creado.
Emprendedora incansable, su historia es emblemática entre las de mujeres empresarias, pero no sólo empresarias. Porque fue emprendedora cuando pocas mujeres lo eran, porque volvió a empezar de cero una y otra vez, porque superó un cáncer de mama siendo muy joven y después de eso comenzó una segunda vida y, porque ahora que la conocemos, su energía se despliega de una manera cautivadora y contagiosa. “Soy básicamente curiosa. Y aprendo me muevo, estudio, estudio mucho, leo todo, averiguo investigo. Podría haber sido perfectamente una investigadora de laboratorio… Sin duda”, se ríe.
Marta Harff se recibió de contadora y Licenciada en Administración de la Universidad de Buenos Aires y antes de cualquier emprendimiento hizo de todo: fue telefonista en una cooperativa, cadeta y auxiliar de contador. Hizo de todo hasta que con su ex marido, que tenía una empresa de servicios de productos de limpieza para empresas, tuvo una idea que revolucionó el mercado de la jabonería: jabones con formas de frutas y olor a frutas.
-Ese fue el comienzo de todo…
-Después de trabajar en distintas áreas, me fui a trabajar con el que era mi novio y después mi marido y empezamos juntos una empresa en la que llegamos a tener 200 personas. Y ahí es donde nos separamos y ahí empieza mi historia con nombre propio… Con los jaboncitos… Que en realidad es el comienzo del desarrollo de todo un concepto totalmente nuevo en un montón de sentidos, desde el producto hasta la propuesta comercial. Era totalmente novedoso. Era algo que no existía. Pero fue un boom. En una exposición ganadera hizo un stand que parecía una verdulería. La gente se los llevaba a lo loco… Hice jabones de manzana, limón y frutilla… La gente me decía que estaba loca.
-Te enfrentaste con las perfumerías…
-Claro. Lo que yo quería hacer no se hacía, y como no me exhibían como yo quería, entonces empecé a tener puntos de venta propios, en Harrods, en la boutique Para Ti. Así empecé. A generar mi propia identidad también en cómo presentaba y veía el producto.
-¿De dónde venían esas primeras ideas?
-Tuve la suerte de viajar mucho y de ir viendo. Y tomé mucho de las buenas políticas de atención al cliente, de fidelizarlo, de dejarlo satisfecho. Cosas que acá todavía no existen, aún hoy, y que yo creo que tiene que ver con los problemas económicos del país.
“El cáncer fue un antes y un después”
-Tenía 37 años cuando le detectaron un cáncer de mama. “Me palpé un bultito y enseguida me fui a Lalcec directo, porque había una empleada que había tenido cáncer… Me hicieron una biopsia y era un cáncer invasivo. Fue un shock absoluto”.
-¿Por qué decís que fue un antes y un después?
-Para mí fue una cosa buena. Yo creo que no hubiera hecho todo lo que hice, ni mi cabeza hubiera sido así si no hubiera tenido cáncer. Yo no creía que podía tener cáncer. Para mí fue tremendo. Fue antes de emprender todo. Ahí empecé a hacer terapia, y me separé, y empezó mi desarrollo personal y vino el deseo de la maternidad. Yo antes sentía que a mí no me podía pasar nada.
-Un huracán…
-Sí, estaba sin pareja así que estaba decidida a adoptar. Y ya estaba todo listo pero después eso fracasó y se dio la pareja, y a los 47 años hice un tratamiento de fertilidad y en el primer intento quedé embarazada.
-Y en el medio de eso ibas convirtiéndote en una gran empresaria.
-Fue todo junto. Después de que me separé empecé con los jabones, pero sabía que se agotaban, así que empecé a desarrollar otros productos. Todos fue de a poco. Iba aprendiendo y haciendo. Iba tomando riesgos. Creo que toda la cuestión de hacer una marca con identidad propia, pero además con un vínculo diferente con los clientes fue una parte importante. Hice tarjetas de fidelización cuando nadie las tenía. Y, por ejemplo, hice una cosa que a todos les parecía una locura en plena hiperinflación: para las fiestas de ese año, que era todo un caso, permití el pago con tarjeta de crédito. Nadie tenía.
-Era un tiempo en el que en minutos cambiaban los precios…
-Claro. Era una locura. Pero yo pensé: si no vendo ahora no me recupero más. Lo hice sin saber si ganaba o perdía realmente. Y me salió bien; vendí todo. Si yo no hubiese hecho eso, que lo hice intuitivamente, sonaba.
-Después vino la venta de parte la empresa a un grupo inversor extranjero.
-Sí, fue en la época en la que vinieron los grupos inversores y compraron muchas marcas. Cuando la vendí, había sido elegida la primera marca de mejor imagen emergente por la Revista Mercado, por encima de marcas como Freddo y Musimundo. Cuando entraron ellos, se hizo una gran inversión, pasamos de 20 a 40 locales… Pero después lo que pasó fue que ellos tenían ideas diferentes en cuanto al manejo de la marca y eso terminó en que si bien yo seguí en el directorio, ya no tenía injerencia en qué hacían con la marca. Hasta que en 2006 quebró.
-¿Te arrepentiste?
– Es una sensación que no tengo. Fui ingenua. Y si bien creo que ser ingenua es un pecado, no es un atributo, no quedé así. Yo en ese momento no vi lo que hoy puedo ver y no me protegí, ni nadie me asesoro. Pero a mí esto me permitió decir: yo no voy a permitir que esto me arruine la vida. Perdí desde lo económico y lo laboral, pero lo más importante que yo tenía entonces era mi familia: un hijo de 4 años y mi pareja. Así que decidí cuidar eso. Yo tenía siempre la certeza de que podía inventar trabajo. Y entonces no tuve miedo. Me propuse hacer que funcionara lo que más me interesaba.
“Nunca pensé en irme del país”
Marta nació en Posadas, Misiones, pero se crió en Buenos Aires. Hija de dos inmigrantes, padre alemán y madre polaca, que habían llegado a la Argentina escapando de la guerra siendo adolescentes y aprendieron un oficio para sobrevivir: el padre era maestro pastelero y la madre costurera. “Creo que algo de ese desarraigo que tuvieron mis padres hizo que yo nunca pensara en irme del país, en ninguna circunstancias”, reflexiona ahora.
Tuvo una infancia difícil: hasta los 7 años vivió con sus padres en Temperley pero cuando empezó la escuela la mandaron a vivir con su abuela paterna para que pudiera ir al colegio alemán Pestalozzi. “Me mandaron a ese colegio con un gran sacrificio. No sólo económico sino de entrega de mi madre, que por el mandato de darme lo mejor, de alguna manera resignó a su hija a su suegra, que siempre la había mirado por encima del hombro por ser polaca”. El vínculo con su madre se coartó prácticamente a los 11 años porque su mamá tuvo un brote psicótico y fue, por fuerza mayor, una madre ausente. “Tuve una educación alemana, de hecho mi abuela sólo hablaba alemán. Aunque siempre tuve una mirada crítica de eso. Y aunque esa abuela era muy rígida, fue enriquecedor porque era una mujer que había terminado el secundario por ejemplo, algo que en esa época no era común. Y que tenía una cabeza muy abierta, que me decía que si no me quería casar no me casara”.
-Una cabeza abierta, inquieta, disciplinada e independiente. Incluso después de la mala experiencia de la venta de la empresa, no dejaste de emprender.
-No, jamás. Después de eso pensé en hacer algo con productos gourmet no perecederos, aceites, conservas, chocolates, tés, infusiones, mermeladas… Algo que ahora está lleno. Pero con mi marido habíamos hecho un negocio de decoración que tuvimos 20 años. Y me dediqué a eso y a la familia.
-¿Ahí nació todo el concepto de perfumar los ambientes y las telas?
-Sí. Ahí yo desarrollé un perfume, Mantova, que la gente entraba al local y se volvía loca, Lo querían comprar, pero no estaba a la venta…
Fue ella la que empezó con las varas de aromatización cuando nadie las tenía… “Siempre me gustó el desafío de lo nuevo: la idea de perfumar la casa, la cocina, el local…» Todo eso lo fue desarrollando hasta que se convirtió en una tendencia. De las varillas a los bidones para reponer el perfume. Luego las lámparas catalíticas. Toda la línea Hamman, una línea que le llevó tres años desarrollarla hasta que encontró quien la produjera con aceites naturales, como ella quería. Y después agregó líneas de otros ingredientes… Hoy, una década después, casi contra su voluntad, Perfumum Bue tiene 11 locales en la Argentina más 3 locales propios, dos en Brasil, Porto Alegre y Gramado, y uno en Barcelona.
-Perfumum Bue nació después de la quiebra de Marta Harff, ¿por qué volver a emprender?
–Yo podría no haber trabajado más. Pero qué se yo… Lo comencé hace diez años para divertirme, pensándolo sólo como un local. Y con una serie de premisas de: no quiero tener la gran organización. No quiero tener mucho personal, porque después de Marta Harff volví a tener 200 personas. No quería una administración ni una estructura… Quería un local que funcionara bien. Pero me empezaron a venir a buscar para querer comprarme. Y yo les explicaba las condiciones: no tengo depósito ni stock. Te produzco pero me tenés que pagar por adelantado y esperar 15 días… Y empezó a llegar gente que quería poner franquicias y entonces había que capacitarlos.
-¿Cuál es el secreto del éxito de Marta Harff como empresaria”
-Yo siempre hice los proyectos de menos a más. Paso a paso, con tranquilidad, pensando cada etapa, sin desesperarme.
-Te convertiste en un modelo de emprendedora y empresaria, con un gran pragmatismo mezclado con ingenio y riesgo.
-Yo me permito aprender con el error, me permito equivocarme que es algo que los seres humanos nos cuesta, en general uno se paraliza y se flagela. Y es lo contrario: hay que permitirse el error y ahí aprender. Porque si no sí que es un pecado. Si no aprendes perdiste dos veces. El error de buena fe además es perdonado.
-¿En ninguno de esos momentos dijiste: “Listo, no emprendo más”?
-Bueno, lo estoy haciendo ahora. Yo esto podría llevarlo a otra escala y no quiero. Yo voy a cumplir 70 años y si bien tengo pensado vivir mucho, hay un punto en el que ya está, no tengo que demostrarle nada a nadie ni necesito de un proyecto que me supere o trascienda. Tengo que disfrutar.
La clave del perfume según Marta Harff“
El perfume tiene que ser algo íntimo, agradable, gustarle a quien lo usa pero no agredir a los otros ni invadir. Y sobre todo representar. Cada uno tiene una química personal y ese perfume es distinto. No se puede ir con las modas. Y básicamente te tiene que gustar a vos. El perfume es un mensaje. Si nos ponemos uno que lo tapa o lo desvirtúa, no sirve. Siempre cito una frase de Clarice Lispector, esta poeta brasileña tan femenina: «El perfume me representa. No digo cuál es, es mi perfume’”.
Texto: Paula Bistagnino