La historia comenzó como un antídoto para los temores paternales, por la cercanía del río con su hogar. Y terminó cincelando una figura ineludible para la natación contemporánea nacional, modelando un personaje que popularizó una actividad que no suele coleccionar luces, acumulando olas autogestionadas en las piletas más cotizadas y, como bonus track, suspiros.
José Meolans, hoy con 35 años, supo ser campeón mundial en los 50 metros estilo libre, participó de cuatro Juegos Olímpicos y sirvió, aunque él prefiera compartir el crédito, de inspiración para nuevas generaciones que hoy se tiran al agua. Más: porta la zanahoria que imanta a nuevos talentos, porque desde hace cinco años, cuando decidió su retiro, lleva sus consejos, en formato de clínicas de la disciplina, a todo el país. Además, está a full con el reciente lanzamiento de su marca de trajes de baño, Meolans Swimwear.
Radicado en Córdoba, casado con Valeria Lebeau, la madre de su hijita Martina, Meolans repasa su carrera y sus vivencias con Mujer Country.
–En aquellos comienzos más bien lúdicos, de experimentación en la actividad, ¿soñabas o imaginabas un camino como el recorrido?
–Verdaderamente no lo imaginaba. Se fue dando como se dice en el fútbol, paso a paso, año a año, de manera progresiva, a partir de los objetivos que me iba planteando. Esto comenzó cuando yo era muy chico. Recuerdo que, luego de una de las primeras competencias en las que participé, salí del agua y mi vieja me abrazó y me dijo: “Hasta los Juegos Olímpicos no paramos”. En esa época tendría cinco o seis años, y ninguno de los dos tenía demasiada idea al respecto. Pero con los años la carrera fue madurando, fui sumando experiencia, creciendo.
–El hecho de haber alcanzado un alto rango a nivel profesional supuso también sacrificios grandes y privaciones. El hecho de tener que levantarte todos los días a las 4 de la mañana, los extenuantes entrenamientos de ocho horas de duración, o la diferencia de obligaciones con respecto a los chicos de tu misma edad durante la adolescencia…
–Yo sentía placer por lo que hacía. Me iba más o menos bien, y eso me motivaba y hacía que no me pesaran los sacrificios. Por supuesto que de adolescente me tuve que privar de algunas cosas, por caso, tenía una vida distinta a la de mis compañeros de colegio. En mi vida había otras prioridades; en definitiva hice lo que quería. Además, se formó un grupo de amigos en el club, que se dedicaba a lo mismo que yo, por lo que eso hacía que día a día me dieran ganas de ir a entrenarme y compartir con ellos la pasión por la natación, y la amistad de la que hablaba. Claro que, también, el aporte de mi familia y los entrenadores fue determinante. Atesoro muchos recuerdos de los inicios. Me desarrollé en el deporte que me gustaba y me dio alegrías en muchos casos. Me formó como persona, me generó oportunidades, me inculcó valores, y eso, justamente, se valora por encima de las medallas. Es algo muy lindo e importante.
–¿El hito más destacado de tu carrera tiene que ver con los triunfos o con tu ayuda a difundir un deporte no tan masivo que permanecía en una meseta de un tiempo bastante prolongado?
–Mi logro más resonante fue deportivo: el haber sido campeón del mundo (Moscú 2002); y el hecho de haber participado de cuatro Juegos Olímpicos, es muy especial, es el sueño de todo deportista amateur. Yo conté con la chance de estar nada menos que en cuatro… En cuanto a la difusión para que la disciplina volviera a ser reconocida, creo que, a partir de fines de los ‘90, principios del 2000, se generó una camada, en la que todos los integrantes aportamos nuestro granito de arena. Fuimos varios los que cargamos con esa mochila, aportándole trascendencia al país a nivel internacional y consiguiendo un lugar interesante en los medios de comunicación. No me siento el único que lo logró, fue toda una generación.
–No hay deportista amateur que lo describa sin un halo mágico, ¿qué significa participar de los Juegos Olímpicos?
–Es diferente a todo. Los mejores deportistas del planeta se encuentran situados en el mismo lugar: la villa olímpica. Y todos están compartiendo estadía, entrenamientos, en un plano de igualdad. No es un eufemismo: están los mejores. Y para cualquiera es una alienación permanente con lo que se ve. Estar sentado en el comedor, espalda con espalda con el tenista Roger Federer, o el basquetbolista Kobe Bryant; o compartir unos minutos con Manu Ginóbili. Por ser argentino, quizá no se tiene la dimensión de lo que representa Manu a nivel global. Y en los Juegos está ahí, como uno más, al lado tuyo. Es una semana, o diez días, en los que tratás de sacarle el mayor provecho a todo. Y donde debés responder como deportista en la competencia, porque te transformás en un embajador de tu país.
–Tu aspecto físico y el carisma (supo, incluso, hacer el portfolio en el programa Sábado Bus, conducido por Nicolás Repetto), lograron atraer a la mirada femenina. ¿Eso ayudó al talento para que se popularizara tu figura?
–Es posible que haya ayudado, pero es probable, también, que no a todo el mundo le cayera bien mi personalidad… Siempre tuve el mismo perfil, porque eso es lo que me inculcó mi familia: que no me la creyera, que mantuviera, en toda circunstancia, los pies sobre la tierra. Y los sigo manteniendo.
–Por todo el boom que se generó alrededor tuyo en un deporte no tan popular, ¿sentiste en algún momento las presiones?
–Yo me traía las presiones… En algún momento se habló de más sobre mí. Y por ahí las personas que lo hacían no eran idóneas en este deporte en particular. Y hacían que las ganas de que consiguiera resultados de elite y el sentimiento se contagiaran en la gente. Así, en algún momento, me gané, mediáticamente, el título de posible medallista de oro en un Juego Olímpico. Y yo sabía que eso era algo muy difícil, por la dura competencia. Mi objetivo era otro. Y me terminé confundiendo, esa presión me absorbió en esa competencia puntual. Son cosas que te va dando la experiencia. Y lo vas entendiendo.
–En los últimos Juegos Olímpicos, los del 2012, participaste pero como comentarista. ¿No extrañás la competencia?
–Como deportista no la extraño. Sí me gustó experimentar los Juegos en el lugar donde se realicen, pero del otro lado, como espectador, en carne propia. Tampoco extraño para nada el día a día. Por ahí, cuando veo una competencia grande, por ejemplo un Mundial, me da un poco de nostalgia. Mi presente es lo que hace que no sienta tanto la nostalgia. Suplanté muy bien a la actividad. Sigo relacionado a la misma y recuperé el tiempo perdido con mi familia.
–¿Cómo es el contacto con la gente en las clínicas? ¿Te reconforta la tarea? ¿Qué alcance creés que pueden tener?
–Hemos logrado una muy buena repercusión. Llevamos 5 años con este proyecto junto con Eduardo Otero (también nadador olímpico). Recorrimos gran parte del país y vimos diferentes realidades; en cuanto a lo deportivo, algunas muy buenas y otras no tanto. Hay predisposición y trabajo, pero también nos chocamos con limitaciones que van más allá de la voluntad. La propuesta es transmitir los conocimientos adquiridos, contar nuestras experiencias y estar sobre las bases.
Tanta agua corrida sobre el lomo, a Meolans no le borró el costado romántico. El año pasado se casó con Valeria, el día del cumpleaños de su hijita Martina, por lo que en la estancia alquilada para la ocasión compartieron protagonismo el vals y una gigante torta de Mickey. Para completar el combo de ensueño, los novios llegaron a la ceremonia ¡en helicóptero! Sí, en su vida particular, José también hace su trabajo con seriedad, como en sus épocas de entrenamiento para la alta competencia.
–¿Y cómo sos como esposo y padre?
–Diez puntos. Lo que trato es de compartir el mayor tiempo posible con mi hija y mi mujer, esperando a futuro sumar un miembro más a la familia, ja.
–¿Y cómo se lleva Martina con el agua?
–Por el momento le gusta. Ni mi mujer ni yo le estamos encima con el tema ni la tiramos para ese lado. Más adelante, si le sigue gustando, le pondremos un profe.
–¿Y por qué no vos como profe de la niña?
–Nooo. Yo profe no, soy el papá, no el profe. Eso sí, voy a estar acompañándola siempre, bien cerquita, al lado de la pileta.
Meonlans en números
Nacido en Córdoba, el 22 de junio de 1978, la huella de José Meolans todavía puede observarse en los récords argentinos alcanzados que aún no han sido batidos (son 5). Entre sus conquistas más rutilantes, además de su participación en cuatro Juegos Olímpicos (Atlanta 96, Sydney 2000, Atenas 2004 y Beijing 2008), figuran 4 medallas mundialistas (2 de plata, 1 de bronce y la de oro en los 50 metros estilo libre de Moscú 2002) y ¡8! en los Juegos Panamericanos (6 de plata, 1 de bronce, y la de oro en los 100 metros estilo libre en Santo Domingo 2003). Se retiró hace 5 años, tras los Juegos Olímpicos 2008.