Cuesta hablar de él en pasado, pero lo cierto es que David Nalbandián anunció su retiro de la práctica profesional del tenis, en un año que sin dudas será inolvidable, porque en este 2013, además, fue padre de Sossie, su primera hija con Victoria, la novia de toda la vida, que nació el 27 de mayo pasado.
Ese rubio fornido, de pecas salteadas en el rostro y gesto fiero, casi amenazante para el que se plantara del otro lado de la red, se transformaba en lo que todo amante del tenis sueña ser cuando se calza una enseña argentina. Con un compromiso más propio de un deporte grupal (la selección de básquet o las Leonas en el hockey, por citar dos ejemplos de sentimiento volcado a la camiseta) que individual como el tenis, David Nalbandian siempre que pudo, volvió a ofrecer su corazón. Pero la Ensaladera, esa obsesión de los fanáticos del deporte en nuestro país, y hasta de los neófitos después de ver tantas veces de cerca el umbral, lo desvivía. Y esa condición es lo que genera la identificación con el público, lo condecora con el traje de ídolo… Fue número 3 del mundo, supo tener a monstruos como Roger Federer y Rafael Nadal a su merced, pero fue la Copa Davis el gran anzuelo, uno de los motores más potentes de su motivación. El oriundo de Unquillo, Córdoba, saboreó tres definiciones truncas y jugó decenas de partidos: “Para mí la Copa Davis es muy importante ya que es una de las pocas oportunidades que uno tiene de jugar por su país. El tenis es un deporte individualista y uno juega por uno. Y la Copa Davis es la competencia más importante en la que un tenista puede defender los colores patrios. Creo que la gente siempre valoró mucho mi esfuerzo por ganarla y me lo hizo saber continuamente”.
Talento joven y familiar
Al fútbol “me defiendo”, declaró alguna vez. El básquet, el karate, la natación… Todos los deportes, la competencia, le caían perfectos al espíritu del Nalbandian niño. En Río Ceballos, lindante con su Unquillo natal, sus tíos jugaban al tenis y arrastraron a sus hermanos Darío y Javier (a la postre, éste último llegó a ser su entrenador o analista de sus eventuales rivales). La actividad se derramó también en David y el resultado es el conocido. A los 12, ya era una de las promesas que más esperanzas reunía en el tenis argentino, con clásicos memorables en la categoría Junior con Guillermo Coria a nivel local y el suizo Federer a nivel internacional. Fue el despegue para una carrera que lo hizo profesional en el 2000 ante Jim Courier, estadounidense ex número 1 del mundo, y que celebró su primera final en 2001, en Palermo, Italia. Y que confirmó su estrella en 2002, cuando lo transformó en el primer argentino en llegar a la final de Wimbledon, sobre césped, superficie históricamente compleja para los argentinos. Su hito fue aquel Masters en Shangai 2005, donde se llevó puesto a un Federer que lucía invulnerable… Hasta que se cruzó con él. “Esa final fue, quizás, el triunfo más importante de mi carrera”, confiesa. Ha sido respetado por sus colegas y nunca tuvo problemas en el circuito: “Me hacen bien los elogios de otros jugadores, sobre todo porque el circuito es muy competitivo y ellos entienden perfectamente lo duro que es para todos”. ¿Le quedaron espinas clavadas, además de la Davis? “Me hubiera gustado, a nivel circuito, ganar un Grand Slam”.
La Davis… otra vez será
De carácter fuerte, lo que le valió algunos enfrentamientos con colegas argentinos y hasta duelos acalorados por fallos erróneos con umpires, el Rey David, tal su apodo, ostentaba señas particulares especiales para el perfil del tenista medio. Es que, cuando la mayoría de los que se mantienen y mantuvieron en la altísima competencia se dan poco aire para el despeje, Nalbandian necesitaba de sus cables a tierra. Y a ellos recurría cada vez que puede, sin pruritos. Como las reuniones y asados con amigos en su pueblo natal: “Creo que es una cuestión que depende de la personalidad de cada uno. Yo me siento en casa cuando estoy en Unquillo rodeado de mi familia y amigos”.
Con sus amigos, como se mencionó, es seguidor de los deportes. Sobre todo, del Rally. En algún momento, incluso, presentó equipo propio, el “Tango”, junto con el piloto Marcos Ligato. “Me divierto arriba del auto”, comentó oportunamente. En la especialidad top entre sus preferencias, admira al francés Sebastián Loeb. Pero también sigue el Turismo Carretera y la Fórmula 1. El volante no es su única distracción. Jugado como en los courts, aprovechaba los altos durante los certámenes para vivir experiencias extremas, hecho que también lo ha llevado a las tapas de los más importantes medios del mundo. En Australia, se animó a nadar entre tiburones e hizo bungee jumping en Austria. Saltar en paracaídas es otro desafío apuntado entre los pendientes…
Pero la adrenalina en su máximo nivel se la inyectaba, refrendado quedó, la Copa Davis. La que no pudieron levantar leyendas como Guillermo Vilas y José Luis Clerc. La que le mostró el dulce a Nalbandian en tres oportunidades. El idilio de Nalbi con la Ensaladera comenzó en septiembre de 2002 cuando, en pareja con Lucas Arnold, consiguió el punto en dobles ante la experimentadísima pareja rusa compuesta por Yevgeny Kafelnikov y Marat Safin. Ya retirado, entre singles y dobles jugó 50 partidos, con 39 victorias y solo 11 derrotas. Las definiciones de las que fue pieza clave fueron en 2006 ante Rusia en Moscú; la del 2008, ante España en Mar del Plata y la de 2011, también ante el team ibérico de Rafael Nadal, pero en Sevilla. Todas derrotas que alimentaron todavía más el espíritu copero de David. “De las tres finales que yo jugué hubo dos en las que dejamos todo como equipo: en la de Moscú y la última de Sevilla. La final que perdimos en Mar del Plata sigue siendo muy difícil de digerir ya que teníamos todo para ganar y no pudimos conseguirla”, se lame las heridas. Una pena. A lo mejor, el día de mañana, la puede ganar como entrenador. Pero, para eso, falta mucho.-