Una pecera de varios metros de largo, un gato con nombre en inglés, vidrios enormes e impecables y un largavista son algunos de los objetos que se pueden encontrar puertas adentro de la casa de Diego Reinhold. También un gran sillón, donde el actor se deja hundir, listo para que allí transcurra la entrevista. Justo frente a un jardín interno con una pileta que invita a zambullirse.
–¿Cómo te definís?
–Un navegante del tiempo. Porque siento que la vida es una cuestión mucho más trascendental que ser actor, que estar arriba de un escenario, que ganar plata o tener hijos. La vida es algo que va mucho más allá que eso, tiene un aprendizaje emocional. El tiempo y el espacio son la pista a través de donde se realiza el viaje. No son reales ni determinantes, son la crealina con la que se arma la propia vida. Uso el tiempo para ir realizando instantes.
–¿Qué cosas te gustan de la profesión que elegiste?
–Que siento que no trabajo, que no lo vivo como una carga. Cuando me gusta lo que hago y lo disfruto, soy un apasionado. Y creo que tiene que ver con sentir que tengo una habilidad.
Diego estuvo junto a Nicolás Repetto en televisión, le dijo que no a Tinelli para bailar y a principios de este año fue convocado para formar parte del panel de Desayuno Americano junto a Ernestina Pais. Pero poco tiempo después renunció.
–Una vez dijiste que en la TV no llegabas a soltarte. ¿Por eso te fuiste del programa?
–Bailando es dónde me siento feliz, cómodo, holgado. En la televisión me pasa eso, que no llego a soltar. Lo de Desayuno Americano fue otra cosa. Yo no me sentí cómodo porque no podía hablar sobre lo que yo quería. Si asumía el Papa Francisco, teníamos que hablar sobre eso. Máxima fue nombrada Reina de Holanda y teníamos que hablar de eso, y la verdad es que no era libre para opinar sobre todos los temas. No resultó lo que pensé que iba a ser. Por eso me terminé yendo.
–¿Qué cosas de tu crianza creés que te ayudaron para ser el Diego que sos hoy?
–Mis padres y sus canciones de jazz, también mi hermana mayor, que me llevaba a ver miles de obras. Creo que soy quien soy por haberme rebelado ante muchas cosas que no me gustaban, como, por ejemplo, el colegio o situaciones familiares. Yo respondí con arte a todo aquello que me disgustaba.
–¿Qué te atrapa de los monólogos?
–No creo que a mi se me conozca por hacer monólogos. Hice stand-up durante mucho tiempo, nos fue muy bien, pero no me reconocen por eso. Sí tengo una facilidad para asociar palabras y hacer reír con eso. Es eso lo que me atrapa, lo que me gusta y lo que me sale solo.
La gran apuesta
En septiembre Diego estrenó BULeBU junto a Ivana Rossi y Sebastián Códega, una gran propuesta teatral-musical.
–¿Cómo armás una obra?
–Voy pensando ideas, palabras, a esas palabras le sumo un vestuario, y así se va dando todo. A veces pienso mil cosas que no uso todas en la misma obra, sino que guardo para otras. Anoto en papeles, pero sobre todo les cuento estas ideas a las personas que me ayudan, un círculo de amigos que están siempre y que me dan su opinión sincera.
–¿Con qué sos obsesivo?
–Con todo. Quiero que las cosas salgan bien y no descanso hasta que eso pasa. Por ejemplo, para la obra BULeBU uno de mis amigos me dijo: “Me parece que Ivana debería ponerse en tal número un saco tipo Chanel”. Fui al barrio de Once a buscar la tela para hacer el saco. Me pasó lo mismo al construir esta casa: para poner un mosaico especial fui a buscarlo lejísimo y, hasta que no lo encontré, no paré.
–¿Cómo nació BULeBU?
–Es una mezcla de radio con cine. Nació después de entrar a la sala Siranush (en Armenia y Av. Córdoba). Vi que había mesas y sillas, entonces me imaginé un radioteatro y que haya comida. Apenas puse un pie sentí que viajaba por los años ‘30. En este caso la musa inspiradora fue la sala. A partir de allí comencé a imaginarme todo. Hoy puedo decir que es un orgullo para mí BULeBU, y que como toda ópera prima me da hasta dolor de panza. Pero estoy muy contento. Siento que tiene el mismo glamour que imaginé en el momento que la soñé.
–¿De dónde proviene el nombre?
–El nombre era por la canción Voulez Vous del grupo Abba. A medida que fue pasando el tiempo vimos que el tema no encajaba en ningún lado. Pero que de todas maneras quisimos que Bulebú, la fonética del título, sea el nombre de esta obra. Y quedó.
–¿Cómo es dirigirse a sí mismo?
–No siento que sea así. Porque siempre estoy rodeado de este grupo de gente que me contiene, que me ve y me dice qué cosas están bien y cuáles no. Sería imposible dirigirme, porque no puedo desdoblarme y verme. Estas personas son mis amigos, los de siempre. Obviamente que les consulto, pero si veo que a mí me gusta algo y a ellos no, lo dejo. Me pasó con una lámpara para la obra. Me costó carísima y cuando la pusimos, me dijeron que creían que no iba con el estilo. Pero a mí sí me gustaba, así que la dejé.
–¿Estás atento a cómo reacciona el público?
–Jamás me abstraigo. En este “controlar todo” está la parte en dónde necesito usar el termómetro de la risa y saber que el público la está pasando bien o no. Con BULeBU me pasó que la primera función la gente se reía muchísimo. Pensé que había sucedido porque era la primera vez, pero al ver que en la segunda función pasó lo mismo, me quedé muy tranquilo.
–¿En qué te gusta invertir?
–En mi casa. Me gusta poder tener un espacio dónde estar cómodo. Ahora estoy construyendo una casa en Córdoba y estoy invirtiendo mucho ahí. También invertí mucho en este espectáculo.
–¿Qué aprendiste en este último año?
–A llevarme bien con la gente. A tejer relaciones sanas. También aprendí que muchas veces hay que frenar, parar un poco para tomar envión y hacer lo que uno ama y tiene ganas de hacer.
Texto: Daniela Godachevich.
Fotos: Diego García.