Cuando su mamá vendió el piano con el que daba clases para que él pudiese comprarse una guitarra, supo sin dudas que lo suyo era la música. Oscar Mediavilla inició una carrera como guitarrista y músico en la adolescencia hasta convertirse en productor discográfico y ser el director de su propia compañía, MediaMusic Records. En medio del camino, hubo muchas historias, altos y bajos y una fama mediática que llegó a través de la pantalla chica, como jurado de diferentes certámenes. La gente ya no le pide una foto sólo a Patricia Sosa, su mujer. Ahora él también posa para los flashes.
– ¿Buscaste ser mediático?
–Empecé hace muchos años con Operación Triunfo y Latin American Idol. En esa época era bastante discreto. Ya en Latin… hacía un papel de tipo más duro y, en realidad, no me costaba mucho. Es fácil ser duro aunque no sea mi esencia. Solamente tenés que dejar salir tu pensamiento; así aparecen cosas brutales. Estás escuchando a un tipo y pensás “este canta como el traste”. Entonces, cuando termina su número, lo expresás. Recuerdo que un gringo súper inteligente, uno de los autores del formato American Idol, me dijo que el secreto era decir siempre la verdad. Vos podés decir lo que sea de la manera que quieras; ser duro o blando, pero nunca renunciar a la verdad. Si empezás a mentir, la gente finalmente no te va a creer.
– Y le tomaste el gusto al perfil de duro y lo explotaste en Cantando por un sueño…
–Puede ser, pero en Soñando por cantar el formato cambió porque entramos en un terreno más sensible. Participa quien ya es artista y está buscando la oportunidad, quiere que le abran una puerta y yo me ubico en ese lugar. ¡Ojo! Hay otros que no. Si se me cruza uno que la juega de campeón mundial, le tiro con el escritorio. Si la carrera no se forja con trabajo, paciencia y mucha humildad, terminás dándote contra la pared y trabajando en una fábrica de galletitas. O si no pasa como con los políticos que necesitan que los adulen todo el tiempo y eso no es sano.
El productor detrás del famoso
No por convertirse en el jurado que devuelve lo que piensa –con más o menos dureza–, Mediavilla dejó a un lado su rol como empresario. Desde su productora y estudio de grabación, ubicada en el barrio porteño de Almagro, gerencia el proyecto San Luis Música, lanza los álbumes de músicos consagrados y también brinda su apoyo a artistas incipientes.
– ¿Te dejan muchos demos?
–El otro día, agarré cuatro cajas de discos y las llevé a la baulera de casa. Me daba pena tirarlos, no los escuché pero sé que no tengo el tiempo para hacerlo. Hace rato que hay alguien en la empresa que se dedica a escucharlos y separa los que considera que tengo que oír. Pero a veces, por más que te caigan los Rolling Stones, si las condiciones no están dadas, no se puede hacer nada. Cuando era director artístico en Warner Music, me llegaban cosas increíbles, sabía que eran artistas únicos, pero mi jefe me decía “ahora no podemos, ya vendrá otro atrás”.
– ¿Es muy alto el riesgo económico que se corre al no contar con el respaldo de una multinacional?
– Esto también es una timba. Hay cantidad de discos que pensaba que iban a ser un éxito rotundo, puse toda la plata que tenía ahorrada y me fue mal. En una reunión en Los Angeles, halagué el trabajo de un director artístico, amigo mío y muy talentoso. El presidente regional de la firma me respondió: “Si supieras cuántos muertos hay detrás del éxito de este profesional”. Así funcionan las discográficas. Siempre me dicen que cuento la cuestión pesada y yo cuento lo que quiero porque no tengo nada que ver con nadie, tengo la libertad para hacerlo. No estoy esperando que me llamen de una discográfica, no me interesa ser corporativo. Por ahí, si realmente entendiera este negocio estaría tomando un daiquiri en las Bahamas. Pero igual, hace unas semanas, hablando con mi socio, reconocí que sé mucho. Estábamos con un proyecto y me sorprendí porque dije cosas zarpadas, correctas. Igual me cuesta calzarme en ese rol: soy muy autocrítico.
–Artista, ¿se nace o se hace?
–Algunos artistas se pueden moldear y hay otros que vienen con algo arriba que lo querés investigar porque no sabés qué es, pero lo tienen. Por eso, soy consumidor de artistas que cantan como el cu… Puedo citar mil. Fito Páez se enojó conmigo porque yo sostenía que cantaba mal y sí, desafina, pero soy su admirador profundo. Escucho el tema Yo vengo a ofrecer mi corazón y me tiro por el balcón de la emoción porque es un gran compositor.
– ¿Extrañás las épocas en las que eras vos el que se subía al escenario como parte de La Torre?
–Yo era un guitarrista mediocre, normal. No tocaba mal, pero tampoco era para que hiciera un concierto solo. Pero sí era parte de un grupo, su motor; decía lo que había que hacer y cuando me tocaba a mí, mis compañeros se paraban detrás de la pecera del estudio de grabación y me miraban a ver qué hacía. A mí me daba mucha bronca no poder tocar lo que me imaginaba. Me di cuenta de que lo que más me gustaba, realmente, era la producción. Ahí empecé y produje más de trescientos discos.
El hombre detrás del productor
“Con Patricia nos tomábamos el colectivo 20 desde Lanús hasta Retiro. De ahí, íbamos en tren hasta Saavedra a la discográfica RCA y nos sentábamos a esperar, a ver si podíamos hacer contacto con algún directivo. Finalmente, uno de los porteros –que era un gallego que ya nos conocía–, nos señaló al director y ahí grabamos el primer disco de La Torre”, recuerda Oscar, acerca de la primera oportunidad comercial que tuvo como músico, a principios de la década del ’80. Él era el guitarrista de la banda y Patricia Sosa, la cantante, quien además ya era su pareja. Después de giras por Latinoamérica, España y la ex Unión Soviética, la agrupación se disolvió. Mediavilla se convirtió en productor y Patricia se abrió paso como solista. Ambos forjaron una historia de amor que va de la mano con la profesional. Se casaron, tuvieron a su hija Marta (24), se divorciaron y, luego de cuatro años de distancia, volvieron a ser pareja, aunque no viven bajo el mismo techo.
– ¿Cómo la conociste a Patricia?
–Estamos juntos desde los 17 años. Yo tenía una banda de rock en la que cantaba e íbamos a tocar en un colegio. Necesitaba tres coros femeninos y mi prima estaba en un grupo vocal de folclore con Patricia. Las llamé, vinieron a casa a ensayar –yo vivía en Valentín Alsina y ellas, en Barracas–. Cuando Patricia se puso a tocar la guitarra y cantar, me quedé embobado. Yo estaba con una novia, éramos muy chiquitos; además ella me decía que éramos muy diferentes, que le gustaba la química, la ciencia y que yo estaba todo el día con la música. Después de casi dos años, salimos. Estaba tan nervioso que, mientras íbamos caminando por avenida Santa Fe, me caí. Era el antihéroe total. Nos unió mucho la profesión y por la profesión dejamos muchas cosas, por ejemplo, nos hubiese gustado tener más hijos. Hoy nos arrepentimos pero, bueno, la vida es así. Después de vivir el éxito, que llegó muy fuerte para Patricia –pasamos de Valentín Alsina a un departamento en Caballito, a comprar el auto que siempre habíamos soñado y tenerlo en la puerta para que la gente viera que nos había ido bien–, llegó nuestra separación.
– ¿Y cómo y cuándo fue el reencuentro?
–En el año 2000, Patricia me llama para hablar y la invito con la nena a un crucero por el Caribe. No tenía un mango, ¡lo que me costó pagarlo después! Pero nos dimos cuenta de que podíamos volver. Ella puso en venta la casa de Caballito y se vino a la mía, pero no era fácil estar juntos porque uno aprende a estar solo. Entonces, alquiló otro departamento. Fue cuando entendimos que podíamos estar desde ese lugar, estando en espacios diferentes.
– ¿Cómo vivió tu hija este proceso?
–Normalmente porque le tocó así. Vivió cuando éramos la familia feliz y, en la separación, estuvimos bien porque no la llenamos de dudas. No es un momento grato para ningún chico pero nunca tuvimos peleas de romper la casa, sí nos dijimos de todo en una habitación pero nunca expusimos a Marta.
– ¿Sos un papá celoso?
–Ahora, no. Con el primer novio sí porque fue difícil. Cuando lo conocí le aclaré que si llegaba a hacer llorar a mi hija, le pegaba un tiro en la cabeza. No era verdad pero le quería trasmitir que no la lastimara, se lo pedía desde mi corazón porque es lo que más quiero. Me acuerdo que se quedaban a dormir en la casa de Patricia y, si yo estaba ahí, me levantaba y les abría la puerta de la habitación. Hasta que un día Patricia me dijo: “Oscar, sos un plomazo. Acordate cuando nosotros teníamos 17 años”. Me hizo pensar y me di cuenta que era mucho más sano que no fuera más a abrirles la puerta. Ahora Marta vive conmigo, en Caballito, pero por una cuestión de comodidad, puede moverse mejor que estando en San Isidro con su mamá.
– ¿Y sos celoso como pareja?
–Con Patricia no nos celamos, estamos seguros de quién es cada uno. ¡Ella entendió que también soy conocido! Nos reímos porque hay muchas mujeres que, durante las presentaciones de Soñando por Cantar, me gritan “Mediavilla, te amo” o “Bajá que te doy un beso”.
– ¿Te gusta hacerte el galán?
– ¡No soy para nada galán! Sí soy un tipo que le gusta verse bien, vestir bien, medio rompe con algunas cosas. Tengo la ropa ordenada por colores y mis amigos me dicen que mi departamento parece el de un gay. Soy muy ordenado, Patricia no tanto y mi hija ¡ni hablar!
– Con tu mujer no comparten casa pero sí trabajo…
–En su carrera ella tiene su manager, se maneja de manera muy independiente y yo sólo participo de algunas cosas. Nos tenemos medidos los tiempos: ella sabe y yo sé cuando nos vamos a rayar. Para algunos es raro que terminamos el programa y nos tomemos taxis para lugares diferentes pero estamos felices. No convivimos aunque nos vamos siempre de vacaciones juntos. En septiembre, tenemos planeado un viaje a China. Los fines de semana estamos juntos, los domingos hacemos asadito en la casa de ella y vienen nuestros amigos; a la noche vuelvo a mi casa o me quedo a dormir, me voy el lunes y no nos vemos hasta nuevo aviso. Pasa que después sale un martes de cine, una cena, una obra de teatro, y hablamos veinticinco mil veces por teléfono. También estamos haciendo una casa en Córdoba, entre La Cumbre y Capilla, con vista al Uritorco, donde en algún momento nos iremos a vivir. Es un hogar sustentable, con paneles solares, toda de adobe; muy linda, con muchos cuartos de huéspedes. Es un proyecto legítimo y muy nuestro. Somos una pareja medio independiente en algunas cosas, pero no porque seamos modernos, sino porque encontramos la manera que podemos estar bien. Cuando uno se elige por segunda vez es porque pasa algo fuerte, porque realmente lo sentimos.
Los elegidos de Mediavilla
Un lugar en el mundo: La Cumbre, en Córdoba.
Un sonido: El del viento en la montaña.
Un perfume: Hugo Boss.
Una película: Cinema Paradiso.
Un libro: Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.
Un disco: Jinete del Blues, de Adrián Otero,
Un restaurante: Amici miei, cocina italiana en San Telmo.
Una marca de ropa: Rochas y Agustino Cueros.
Texto: Geraldine Palmiero.
Fotos: Diego García