En persona, no son tanto las cejas como las pestañas largas y redondeadas lo que delata su herencia siria. Nació hace 53 años en Paraná, Entre Ríos, y fue el cuarto de cinco hermanos. Su padre trabajaba como viajante de comercio en el interior del país y su mamá tenía una peluquería en su casa. “Soy de una familia de clase media baja y para mis padres tener hijos profesionales fue siempre un anhelo. Yo y todos mis hermanos empezamos una carrera universitaria. El mayor estudiaba medicina; el segundo, arquitectura; el tercero, agronomía y mi hermana, ciencias económicas como yo. Pero tuve que torcer el deseo de mis viejos. Yo fui el primer desertor, después me siguieron otros dos. Romper fue difícil. Le tuve que prometer mucho a mi padre que me iba a dedicar al teatro tanto como a la facultad, que iba a poner todo de mí”, dice Dayub en un ritmo pausado que contrasta con la velocidad de la avenida Corrientes.
–¿De dónde sacaste la convicción de ser actor?
–La verdad es que no lo sé. En Paraná había una sola escuela de teatro y se entraba con 18 años cumplidos. Yo tenía 16 cuando fui a preguntar por primera vez y me dijeron que esperara un año. Volví a ir al año siguiente y me dijeron que no porque tenía 17. Como insistí empecé a ir de oyente. Y después me olvidé un poco de esto porque entre que no lo podía hacer y no había muchas posibilidades traté de aplacarlo. Pasaron dos o tres años y empecé a estudiar ciencias económicas. En esa época empecé a ir al teatro a ver obras. Un día iba a la facultad y me bajé del colectivo porque vi a uno de los actores que trabajaba en una de las obras que había visto el fin de semana. Lo paré por la calle y le dije que me gustaría mucho hacer lo mismo que él y me dijo que iba a un ensayo, que estaban armando una obra y que faltaba gente. Me presentó al director, me preguntaron qué me parecía y si quería seguir yendo porque había algunos roles para interpretar.
–¿Cuál fue tu primer papel?
–Cuando llegué estaban ensayando El médico a palos de Moliére. Había un personaje, que es como el de un galán y me dijeron si quería empezar por ahí. Les gustó. Después el director me preguntó si quería componer un personaje distinto, el de un viejo; como me parecía más atractiva la experiencia también lo hice. Armábamos los vestuarios, la iluminación y me di cuenta de que la economía iba por la escalera y el teatro por el ascensor, ¡fluía mucho más!
–Y tus padres agarrándose la cabeza…
–Trataba de cumplir con mis viejos, pero me daba cuenta de que iba a rendir los exámenes y saliera bien o mal, llegaba a casa, me sacaba la corbata y me iba al teatro caminando, era una felicidad… ¡era libre! Y estoy feliz de haber intentado probar porque es tan distinto vivir de lo que uno ama. A esta altura creo que es algo sagrado saber qué querés y qué te hace bien. ¡Es maravilloso! Cuando vos ves a alguien que tiene claro lo que quiere aunque no lo esté pudiendo hacer, hay un paso más adelante que el de aquel que va para un lado y para otro con una insatisfacción extraña.
Desde hace más de dos años Dayub protagoniza Toc Toc en el Multiteatro, obra en la que seis personajes –interpretados por Daniel Casablanca, María Fiorentino, Diego Gentile, Eugenia Guerty, Melina Petriella– que padecen trastornos obsesivos compulsivos van a visitar a un psiquiatra. El trastorno de su personaje es el llamado síndrome de Tourette que consiste en que alguien no puede dejar de insultar y hacer gestos obscenos. Desde su estreno y sea cual fuere la plaza en la que se presenta, Buenos Aires o Mar del Plata, es un éxito descomunal.
–¿Cómo construiste tu personaje?
–Cuando empecé a ensayar no sabía que quería decir TOC y a medida que lo iba comentando, me enteré de que era algo mucho más conocido de lo que imaginaba. En cuanto al trastorno de mi personaje, no pude conocer casos reales mientras ensayaba, así que me guié por casos que vi en internet. Lo veía como algo muy dramático.
–¿Te psicoanalizás?
–He hecho tearapia, no soy muy psicoanalizado, pero he hecho períodos cortos por cuestiones muy puntuales. La primera vez que lo hice fue porque quería resolver un tema de pareja y la segunda, quería enfocar algo laboral. En su momento fue muy útil y me gustó.
–¿A qué le atribuís el éxito de la obra?
–Nunca podríamos acertar a qué se debe, porque si no, nos anticiparíamos y haríamos cosas que funcionan y eso es muy difícil. Yo creo que lo que familiariza a la gente es el trastorno obsesivo compulsivo. No es para atribuirle el éxito, pero la gente se siente muy identificada con lo que pasa en la obra. Como actor, uno espera que funcione el trabajo, haber acertado en la elección del rol, pero una afluencia de público tan continua no es parte del proyecto. Cuando viene tanta gente es algo fabuloso, se disfruta muchísimo y confirma que uno tiene que dedicarse a lo suyo simplemente porque la otra parte está resuelta, da alivio y felicidad. Pero el misterio está en lo que le pasa al público en la hora cuarenta que dura el espectáculo y no tanto en lo que hace que la gente venga.
–¿Qué devolución te hace la gente?
–Me encuentro con el público en el hall y me dicen que sintieron cosas o vieron cosas que yo no leí en la obra. Entre terapia y terapia, la obra sedimenta algo que al espectador lo moviliza y lo divierte muchísimo.
–Empezaste con la actuación, pero también escribís, dirigís…
–Yo amo el teatro y en esa atracción de a poco he ido haciendo casi todos los rubros. Empecé actuando en un grupo que autogestionaba su escenografía, luces, vestuario. Después empecé a producir y a andar con un teatro ambulante a cuestas porque me iba de gira por todos lados. Escribí, dirigí y puse un teatro.
–¿Qué te motivó a hacerlo?
–La necesidad. Empecé a escribir porque las propuestas que me hacían no me ilusionaban todo lo que quería. Lo que me ofrecían era menos de lo que podía llegar a significar para mí no sólo como actor sino como autor de lo que transmitía y entonces me animé a escribir para poder vivir esa experiencia. Cuando puse el teatro –Chacarerean Teatre junto a Luis Sartor, Martín Cortés y Gabriel Goity– fue porque el país estaba muy mal, veníamos del 2001 y quería tener un lugar cerca de mi casa donde poder hacer mis cosas. Fue como armarme un micromundo como reacción a lo que pasaba. El batacazo la dirigí porque el director tenía una dificultad con las fechas y yo tenía que hacerlo en ese momento porque me había quedado ese espacio libre.
– Como espectador, ¿cuál es el otro rol fundamental en el teatro que te gusta ir a ver?
–Dentro del teatro, creo que puedo hasta disfrutar de ver algo que no está bien hecho porque ves cómo hace el actor para arreglárselas con algo que no se sostiene y me parece que está bien que estén ahí porque es parte del teatro. Se hace tanto teatro en Buenos Aires que uno está siempre sin cubrir las expectativas de sus amigos, más cuando estás haciendo teatro. No te dan los días para ver lo que hay que ver, hay tanto que yo, dedicándome a esto a full, no conozco a la mayoría de los buenos directores que van apareciendo.
–¿Para qué personajes te suelen llamar?
–En la televisión he hecho de malo, probablemente por mi rostro de talibán. Pero en otros programas me han descubierto la veta para la comedia, que me gusta mucho. Oscilo entre el malo y el típico argentino, un poco pillo, un poco ingenuo.
–¿Y cuando escribís, qué tipo de personajes te asignás?
–Tengo una línea de escritura donde los personajes miran la ciudad desde afuera, tienen ganas de entrar, pero no se animan del todo. Son tipos con muchos deseos de desarrollarse, pero con mucha imposibilidad para hacerlo. Muchas veces sorprenden al espectador porque desde ese lugar aparentemente poco auspicioso logran metas que van más allá. Creo que nunca hice una síntesis de lo que escribo más clara que ésta que te acabo de decir.
–¿Cómo te cuidás?
–Voy cambiando, pero siempre hago algo. Ahora trabajo mucho el cuerpo en la función y empecé a probar pilates, porque lo siento más liviano y viable. Hago dos veces por semana.
–¿A Paraná vas?
–Trato de ir porque tengo a toda mi familia ahí. Me gusta el río y no alejarme demasiado.
Texto: Julieta Mortati
Fotos: Diego García y gentileza SMW Press.
Agradecimientos: Novotel, Av. Corrientes 1334, CABA.