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29 de agosto, 2013

Atenas, la polis de Occidente

Un viaje a Grecia empieza por su ciudad emblema. En ella se produce el hechizo de viajar en el tiempo y mecerse en la cuna de una civilización que nos signó la vida.

 

¿Qué es Atenas? Una ciudad de cinco millones de habitantes (la mitad de la población del país) que llevan sus vidas cotidianas entre las evidencias de la gloria pasada, la contaminación actual y un joie de vivre deliciosamente mediterráneo. La mezcla explica el caos de tránsito, la amabilidad infinita de la gente, las zonas elegantes de Syntagma (donde vive la millonaria mecenas Marianna Vardinoyanis) y la agitación de bazar árabe que envuelve a Monastiraki, a los pies de la Acrópolis (en sus callejones están los mejores bares para disfrutar de un café frío).

La ciudad es mucho más que una Acrópolis mítica. Llegar a ella por la calle Atenas es un viaje en el tiempo. Sólo hay que ver los edificios que hablan de la gloria de principios de siglo XX y su decadencia, las pequeñas tiendas que ofrecen todo lo imaginable (frutos secos, especias, aceites de oliva, dulces, rosquillas, ropa fabricada en China, estampitas ortodoxas) y testimonian los años de dominación árabe: prestar atención a los carteles y notar que la cerveza se llama Mythos, un hotel Electra, una calle Plutarco…

Caminando por Atenas, flanqueado por tienditas, se abre un portón inmenso, bullicioso: es el mercado central, el paraíso de los pescadores y los cocineros. La vida se vuelve tonnos (atunes) inmensos, pulpos asombrosos, montones de gavros (anchoas, que se comen fritas), un gentío que se pierde entre puestos atendidos por hombres sonrientes que vocean sus mercaderías. De los ganchos, entre turistas desesperados por una foto, cuelgan cerdos enteros… y de los techos de chapa, unos plasmas enormes.

Algunas cuadras más adelante, la calle Atenas termina en Monastiraki, el barrio en el que un enjambre de callecitas nace de una antigua iglesia bizantina. Imitaciones de Prada, Gucci y Vuitton en mantas vigiladas por jóvenes inmigrantes que de tanto en tanto corren para escapar de la policía, kombolois (los pequeños rosarios de cuentas con los que todos los griegos que se precien de tales juegan todo el día) de colores, prendas-souvenirs escritas en griego, discos que harían bailar a Zorba: en estas tienditas todo es posible.

Más arriba, subiendo calles y escaleritas, espera Plaka, con restós coquetos y las mejores vistas que pueden tenerse de la Acrópolis en toda la ciudad. En especial por las noches, cuando la iluminan y se hace la magia.

 

La dieta griega mediterránea

Taramosalata (paté de huevas de bacalao) y tzaziki (pasta de yogur, ajo y pepino), con un vaso de retzina (vino blanco típico) y algunos de los panes más ricos de Europa. Así suelen empezar las comidas: con untables (otros son la melitzanosalata: pasta de berenjenas; skordalia: de ajo), a la que hay que añadir aceitunas carnosas (suaves o picantes, uno de los productos más ricos de Grecia) y hojas de parra rellenas.

Lo que viene después puede variar: ¿moussaka, con su arquitectura de berenjena, carne de cordero y papas?, ¿la brochette que llaman souvlaki?, ¿las increíbles albóndigas con arroz y salsa que son casi un plato nacional?, ¿las salchichas picantes –loukanika– que se cocinan a la parrilla, como los chorizos argentinos, y se comen rociadas con limón? Lo único imperioso es pedir la ensalada griega: tomate y pepino, aliñados con aceite de oliva  y coronados por una porción de queso pheta, especialidad inolvidable que se elabora con leche de oveja y cabra. Los postres clásicos son dos: bandeja de frutas de estación o el yiaourti meli (yogur griego, cremosísimo y ácido, con un poco de miel líquida). Es imperdonable dejar la mesa sin haber bebido un café griego, que deja borra en la taza y un sabor de aventura en la boca, ideal para seguir caminando. Sin prisa pero sin pansa.

En los restaurantes de todo tipo (pero especialmente en los que son frecuentados por gente del lugar) la cortesía es regla: al terminar la comida, el mozo suele dejar en la mesa una sorpresa deliciosa.

 

Museos para elegir

Atenas está tan llena de museos que puede resultar difícil elegir. El Arqueológico (cercano a Plaza Omonia) es definitivamente imperdible: exhibe cerámicos, estatuas, estelas funerarias, restos de casas, alhajas y todo lo imaginable de la época clásica, pero también anteriores y posteriores (tiene también un pequeño café en un patio encantador, decorado por piezas). Otro hit es el Museo Benaki (en el barrio de Kolonaki), sustentado por colecciones privadas.

El de las Cícladas no suele tener todas sus salas abiertas al público, por lo que es preciso consultar antes de entrar. Atenas, desafortunadamente, todavía aguarda la apertura del nuevo Museo de la Acrópolis, una maravilla de la arquitectura museística que prometen para fines de 2008.

 

La Acrópolis, en lo alto

La Acrópolis es todo lo que dicen los libros de historia, las guías turísticas y más. A sus pies, se encuentran desperdigados otros yacimientos arqueológicos (como el que guarda los restos del ágora romana, el templo de Hefestos, o más al Sur el teatro de Dionisios y el restauradísimo de Herodes Ático), por lo que hay más de una entrada para tomar el caminito a las alturas. Conviene subir temprano en la mañana, preferiblemente un día sin mucho sol: aun cuando la colina no es demasiado alta, el viento y el calor se hacen sentir, y pueden volver incómoda la visita.

Los domingos son días libres (los demás se paga entrada) y, asombrosamente, suele haber menos visitantes que durante la semana. Créase o no, no existe servicio de guías ni hay libros o mapas de la Acrópolis a la venta en la entrada: hay que conseguir alguno de antemano, llevarlo en el bolso y detenerse cuando den las ganas.

Desde la cima, dando la espalda al Partenón, aguarda también un mirador: desde allí se comprende porqué una nube parece sobrevolar siempre cada metro de Atenas.

 

Hacerse a la mar

La salida hacia las islas se hace desde el Pireo, la ciudad-puerto a media hora del centro de Atenas. La primera sensación, al salir del metro, es un desconcierto abrumador: remolinos de gente, de autos, de vendedores ambulantes. Para recuperar el aliento, alcanza con subir al puente que cruza una avenida desbordada de autos y buses, usarlo de mirador y ver la actividad del puerto. Desde allí, también, se pueden divisar algunas oficinas donde averiguar itinerarios y comprar pasajes.

Durante la espera, se puede dejar el equipaje en la consigna del metro (hay lockers a la salida del andén), y entrar por una de las calles que terminan en la estación. A sólo dos cuadras está el mercado del Pireo, una maravilla de puestos llenos de frutas, pescados, frutos secos, aceites, quesos. Con algo de curiosidad, se puede encontrar uno de los mejores restaurantes del lugar: lo frecuentan locales, sirven frutos de mar y sus dueños pueden tardar algo en atender las mesas… porque están cantando rembetiko junto a sus músicos y amigos. Por cierto, lo hacen divinamente.

Los itinerarios y horarios de los barcos suelen cambiar de un mes a otro, cuando no de una semana a la otra, por lo que resulta difícil planificar con anticipación un viaje a las islas. La solución es llegar al Pireo y averiguar en una o dos oficinas los que zarpan para ese mismo día o el siguiente bien.

La línea más afamada es Blue Star Ferries: va desde el Pireo a las Cícladas y también a Creta. Por lo general, son barcos cómodos, y con cubiertas perfectas para sentarse a ver el Egeo.

También existen otras compañías con barcos menos confortables (como Nel Lines) y con servicios rápidos en pequeños catamaranes (Flying Dolphin).

Los precios de los trayectos varían de acuerdo con la isla de destino, pero no suelen ser caros.

 

Islas y archipiélagos de ensueño

Decidirse es difícil, pero qué no lo es en esta vida. Desde Atenas se puede llegar a cualquier lugar: las islas Cícladas, las del Peloponeso (cercanas, ideales para viajes cortos), las Jónicas (al otro lado del continente), las Espóradas, las cercanas a Turquía, Creta (casi un día de navegación)… Todas valen la pena. No es necesario reservar hotel antes de llegar: en cada puerto, la llegada de los barcos despierta un bullicio de ofertas, señores y señoras con carteles, folletos y fotos de sus hospedajes; suelen estar dispuestos a llevar y traer a los potenciales clientes para que el visitante eche un vistazo y decida si se queda o sigue buscando.

¿Cómo regresar a Atenas? Tomando un barco que entre al puerto al amanecer. Cuando atraca comienza a hacerse de día, el metro empieza su rutina y todavía hay que despertarse. Qué más que sentarse en uno de los bares del Pireo, pedir un café griego y ver el cielo. Se nubla, y es Atenas.

 

Texto y fotos: Soledad Vallejos.