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21 de octubre, 2013

La isla de los dioses

Bali tiene 11 mil templos, las olas más grandes del mundo, barreras de coral únicas, arte, danza y todo el misticismo de una cultura milenaria que se resiste a la globalización.

 

Cuenta una leyenda que hace miles de años un rey de Java enfureció con el comportamiento de uno de sus hijos y lo desterró. El muchacho marchó con rumbo incierto y una vez que desapareció de la línea del horizonte, su padre trazó con el dedo una línea en la tierra que unió los mares del norte y del sur y separó para siempre ese pedazo de territorio que desde entonces es la isla de Bali. Lo que no dice la leyenda es que aquel trozo de geografía desechado por el rey, lejos de convertirse en el infierno de encierro que él deseó entonces para su hijo, terminaría por ser un paraíso natural deseado por miles de mortales alrededor del mundo y rebautizado como “la isla de los dioses”.

Vista desde el aire, Bali se delinea como la figura de un pez de proporciones perfectas flotando entre  el Océano Índico y el Mar de Java. Con una superficie de 5700 kilómetros2 –140 de largo y 80 de ancho– y una población de 3 millones de habitantes, es la más occidental de las Islas Menores de la Sonda. Está ubicada sobre una cadena montañosa que también atraviesa Java (a apenas 3 kilómetros de distancia) y Lombok (a 18 kilómetros), dos de las más de 17 mil islas que conforman la República de Indonesia y el archipiélago, que es el más grande del mundo. Pero ninguno de los 80 mil kilómetros de costa que todo este país tiene es tan atractivo como los que ocupan las playas sureñas de Bali, que se cuentan entre las de mejores olas del mundo para surfear y las barreras de coral más hermosas para los amantes del buceo.

Con un clima tropical monzónico, las temperaturas habituales son de entre 20º y 33 ºC todo el año. Aunque el momento ideal para ir es de marzo a octubre, que es la estación seca.

 

Una cultura milenaria

Las playas siempre son un atractivo tentador para las vacaciones. Pero a Bali es mucho más que eso lo que la hace un destino único. La riqueza de su historia, que comienza alrededor del 2500 a.C, la convierte en un reservorio cultural al resguardo de los embates de la globalización.

El pueblo balinés es descendiente de una raza prehistórica que emigró a través de Asia central continental, que vivió en estado puro hasta que llegaron los hindúes, cerca del año 100 a.C. Y es ese cruce de culturas lo que le da su particularidad cultural, conservada durante siglos a pesar de los múltiples dominios impuestos en los siglos posteriores sobre el archipiélago indonés: Bali fue el lugar de repliegue de los hindúes expulsados por la invasión musulmana en los primeros siglos de la era cristiana y su idiosincrasia también resistió en los tiempos de la dominación colonial holandesa que se apoderó de ella a mediados del Siglo XIX y permaneció allí casi un siglo.

La supervivencia del hinduismo es indiscutible en Bali, donde más del 90% de la población practica esta religión, a diferencia de todo el resto de Indonesia que tiene por credo el Islam. Aunque el «hinduismo balinés» tiene características propias, ya que mezcla la creencia en los dioses y doctrinas hindúes con las creencias animistas y el culto a santos budistas. Esa gran influencia espiritual se traduce en nada menos que 11 mil templos distribuidos a lo largo de toda la isla, entre los que se cuentan los que poseen los habitantes en sus viviendas.

El más famoso de todos es Pura Besakih, considerado el Templo Madre de Bali. Está situado a gran altura, en la ladera del volcán Agung (3142 m.s.n.m.), que es el punto más alto de toda la isla, y visitarlo es casi una cita obligada para cualquier turista. Se llega desde la capital, Denpasar, luego de una hora y media de auto. En el camino, se puede visitar Tohpati, el centro de fabricación de las telas típicas ‘ikat’ y ‘Batik’ realizadas artesanalmente. También cerca de allí está Klungkung (o Semarapura), la antigua capital de la isla (1740-1908), donde se pueden ver la corte de justicia (Kertagosa) y el pabellón flotante (Bale Kambang), cuyos tejados están decorados con las mejores muestras de las pinturas clásicas balinesas. Una última parada que vale la pena es Bukit Jambul, una colina desde la que se tiene la mejor vista de los campos de arroz, los cultivos más tradicionales de la región. De regreso, está la no menos legendaria Cueva de los murciélagos (Goa Lawah), cuyo templo situado cerca del mar es uno de los más visitados y venerados. Es que el murciélago es un animal sagrado para los balineses y la leyenda cuenta que la gruta se abre paso subterráneo a lo largo de más de 30 kilómetros hasta llegar a Pura Besakih, el templo madre, en donde habitaría el gran dragón responsable del fuego que permanece vivo en el volcán y que se alimenta de estos miles de murciélagos. Por último, al norte de Denpasar (16 kilómetros) también está otro de los pueblos más atractivos, Ubud, que es conocido como el centro cultural de la isla, con su mercado de arte, museos y galerías.

Las playas están al sur de la capital. La primera y más popular es Kuta, ubicada a apenas 9 kilómetros del centro. Es ideal para practicar surf y tiene atardeceres inolvidables. Para los que buscan algo más tranquilo, muy cerca de Kuta está Legian, un paraíso natural en el que predominan los europeos en busca de paz y descanso. También cerca existe una opción joven: Seminyak, con su gran oferta de bares, restaurantes y tiendas. Desde cualquiera de estas playas hay excursiones para hacer snorkel y buceo en las enormes e inigualables barreras de coral que atesora Bali. Y para quienes desean pasar unos días paradisíacos, en ferry se puede llegar a las islas Gili, donde el agua se tiñe de turquesa y se puede ver a las tortugas nadar libremente al lado de uno.

Antes o después de las playas, desde Kuta o Denpasar, el santuario de Taman Ayun se ofrece como un paseo inolvidable: rodeado por canales en los que se pueden ver lotos, contiene diez torres escalonadas en su interior de once alturas, que representan los once montes donde residen los dioses.

El atractivo balinés se encuentra también en sus delicadísimas artes: escultura, pintura, orfebrería y peletería. Pero sin duda la joya balinesa está formada por sus danzas típicas, entre las que se destacan el Kechak y el Barong-Rangda –que recrean de distintas maneras el enfrentamiento entre el bien y el mal–. Pero la más conocida es sin duda el Legong, que es la que protagonizan las niñas de entre 5 y 14 años y cuenta la historia del rey Lassem y la princesa Langkasari. Las tres danzas se realizan de manera tradicional y folclórica en los pueblos pero hay que tener suerte para coincidir en alguna de ellas. Si eso no sucede, se recomienda asistir a algunos de los espectáculos para turistas en los que se recrean estos ritos con todo su color y música típicos. Será, como todo el resto de Bali, una experiencia única y distinta.

 

 

Datos esenciales

*Cómo llegar: Hay que hacer al menos dos transbordos, uno en Europa ( Frankfurt, Amsterdam, París, Londres, Madrid, Barcelona, entre otros) y luego en Asia (lo más común es Singapur y Bangkok, que tienen vuelos directos a Denpasar). Conviene comprar todos los tramos desde Argentina en alguna agencia

*Requisito sanitario: Vacunarse contra la fiebre amarilla.

 

 

Texto y fotos: Paula Bistagnino.