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9 de febrero, 2014

Cuidado: un adolescente nos mira

La mirada de los teens sobre sus padres es dura, ácida, irrevocable. Pretender competir con los hijos en frescura y juventud es inútil y el asunto se complica cuando los que realmente tienen el saber por el mango son ellos: los adolescentes.

 

Las quejas abundan. “Escriben con faltas de ortografía y no les importa”. “Se la pasan con el celular, tecleando todo el día”. “A su edad yo ya sabía qué quería hacer en la vida”. Padres y docentes miran a estos extraños de pelo largo o corto (o rapado o corte mohicano…) plantean más dudas que el esclavo a Sócrates. Como el libro del gran Jaime Barylko, que desde el título lo decía todo: Miedo a los hijos, con mucho humor, en Yo, tu madre la escritora Christiane Collange expresó el mea culpa de los progenitores permisivos. En las páginas de su libro se revela la nostalgia por las idische mame o las modernas kyoiku mamás (madres japonesas) que logran, a través de la sobreexigencia, educar jóvenes tan súperdotados como un auto nipón.

Pero ¿qué pasa cuando un adolescente sabe más que su padre? En gran medida, la tecnología nos ha llevado a esto. Sebastián no tiene claro qué hacer de su vida en lo profesional y acaba de terminar 5° año de la secundaria. Pelo largo, mirada dulce, jeans, buzo, ama la música, no es un mal alumno. “Estudio para zafar. Me parece tonto quedarme un verano sin vacaciones por dar exámenes. Pero tampoco entiendo a los que buscan el 10. No me gusta ninguna materia. No sé qué carrera seguir”. Sin embargo, en la escribanía de su mamá cada vez más se convierte en alguien imprescindible. Las computadoras se niegan a funcionar sin su ayuda. La mamá lo toma como algo natural. El papá, abogado, no tanto. “Me resulta muy difícil explicarle a él las cosas. Me discute todo. Yo sé que tengo razón, pero él no, siempre quiere tener razón”, se resigna Sebastián.

La computación planteó un antes y un después en muchos sentidos y en la relación padres/hijos, también. Pero no es lo único. “El otro día mi viejo perdió 100 pesos por discutirme cómo se escribía la palabra thrash, hablando de música. El decía que viene de trash, que quiere decir basura, pero el tipo de música se escribe con una hache intermedia y significa paliza, movimiento. Me dio bronca la actitud de mi papá. Era todo por ganarme a mí. Yo nunca apostaría a algo si no estoy seguro. ¡Mirá que le avisé que iba a perder plata!”. En su cara se refleja cierta pena por ese señor que apenas si tiene canas y no acepta que su hijo sabe más que él en determinados asuntos.

La admisión de la propia ignorancia a veces es sano. A muchos padres la formación de los conjuntos matemáticos es chino mandarín. Con los cambios en la geopolítica mundial, los progenitores están más perdidos que sus hijos. En ese sentido, los especialistas sostienen que la actitud de los padres frente al saber de los hijos varía según el nivel social. Los padres humildes sienten respeto y hasta admiración ante ese chico o chica que sabe más que ellos. No compiten. Los adolescentes responden bien a esa actitud. Tratan de disimular la ignorancia de sus mayores, no ofenderlos. En cambio, en los sectores medios y altos la rivalidad es descarnada. Y, de hecho, los chicos tienden a ‘gastar’ a sus padres con el tema informático. El manejo del celular, Facebook y Twitter los divide permanentemente.

 

¿Quién es el dueño de la ropa?
La competencia pasa también por lo físico. ¿No les pasa que ven a una rubia de pelo largo, alta, espigada, buen físico… se da vuelta y tiene alrededor de 50 años? El tema de la ropa es cruel. Es común que el padre, divorciado, esté en pareja con una mujer mucho menor y que se vista como si él fuera mucho más joven. Lo cierto es que a su hijo adolescente no le causa gracia, todo lo contrario… le da vergüenza. Los padres creen que a los chicos les gusta verse parecidos y no reparan en que a sus hijos les gusta que ellos no sean pares sino padres. Hay una letra y mucho más de diferencia. Basta escucharlos hablar sobre otros padres “pendeviejos”: se ríen de ellos y los ven patéticos, les caen simpáticos pero no los reconocen como padres. Otro tema que molesta a los chicos es el de la cirugía estética… y cómo abusan sus progenitores, en especial las madres.

 

Al ritmo de la música
Los adolescentes son semáforos que nos avisan que el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. De eso no se salvan ni los que eligen no tener hijos. Como cuenta Graciela, de 60 años: “La primera vez que me sentí mayor fue hace muchos años, cuando una chica me dijo que los Beatles eran clásicos”. Y agrega: “Después están los hijos de los amigos, los alumnos, cualquier adolescente que se te cruza… No sabía por qué me gustaba más enseñar a grandes y no soportaba a los jóvenes. Un libro de Françoise Dolto, llamado La causa de los adolescentes, me abrió la cabeza, como dirían los chicos. Comprendí que me sentía totalmente cuestionada por ellos. Yo me manejo con un discurso lógico, verbal. En los adolescentes prima el ritmo, lo no verbal, la inmediatez. Es un tipo de comunicación a la que no estamos acostumbrados. Se creen con derecho –y quizás lo tengan- a cuestionar todo, como si el mundo hubiera empezado con ellos”.

 

Al margen de las ideologías
Mi hijo sí que es ahistórico” señala una psicóloga. “Lo político y lo social que conmovía a mi generación no le interesa en lo más mínimo”. La rebeldía es sustituida por una mirada cínica o escéptica en jóvenes que parecen haberlo superado todo cuando en realidad todavía no conocen nada. En los hijos de padres más tradicionales, la rebeldía puede pasar por otros temas. El papá que lucho toda la vida por un bienestar económico no comprende cómo su hijo tiene una actitud de desprecio por los bienes materiales… aunque está lejos de vivir con austeridad. El joven siente que es absurdo que le exijan que coma en nombre de que otros niños se mueren de hambre en África. ¿Por qué él habría de pasar por las mismas penurias que sus padres cuando él fue criado de otra manera?

Según el filósofo Saúl Karsz, “no sólo es un asunto intelectual. A mi abuelo le encantaba escribir cartas a los diarios, pero no conocía el castellano. Yo se las escribía. Era diferente. No se lo vivía como una competencia”. El padre o el abuelo, en otras épocas, veían en el “saber” del joven un logro propio, una justa recompensa por sus afanes.
Muchos padres no se resignan a dejar de ser los rebeldes. Son los últimos mohicanos, pretenden ser hijos de sus propios hijos. Muchas contradicciones de una época en que se idolatra a la juventud, pero a la vez combate y margina a los jóvenes.