No para un segundo. A los 71 años, la artista plástica más reconocida de la Argentina sigue despilfarrando energía y obras por todo el mundo. “¿Cómo voy a parar? El arte es mi vida. Si paro, me muero”, afirma desde su atelier, rodeada de arte, arte y más arte. Una auténtica trotamundos, que hoy está en Mar del Plata inaugurando un museo y mañana en una capital europea.
Oriunda del barrio de San Telmo, descubrió su vocación de repente, a los 10 años, en la escuela. Y empezó a pintar desenfrenadamente. Pasó su adolescencia encerrada pintando “entre 30 y 40 cuadros por día”. A los 16, hizo su primera exposición personal en el Teatro Agón. Ese mismo año se casó con el economista Juan Carlos Gómez Sabaini, con quien sigue felizmente unida más de 50 años después y tiene dos hijos, Facundo (48) y Gala (33). Pero ni el amor ni la maternidad la detuvieron jamás. En 1960, con 17, recibió la primera beca internacional de su carrera y se fue a vivir a París. Luego vendrían otras 16, entre ellas la Guggenheim y la Rockefeller, cientos de exposiciones y decenas de premios y reconocimientos. Hace tiempo que perdió la cuenta absolutamente de cuantos centenares o, con más seguridad, millares de obras, intervenciones, happenings, etc, etc, ha hecho, participado e inspirado. Es que además de la producción infinita distribuida en colecciones privadas y museos de arte de al menos 50 ciudades del mundo, otras tantas de sus obras se perdieron en los avatares de su existencia: “Destruí, tiré, regalé y abandoné muchas obras. Una lástima, pero soy así”, simplifica con la velocidad extrema a la que. “Mi vida es esto y no me interesa que sea otra cosa. El arte es algo que está adentro y corre por las venas. Es irracional, ilógico, transgresor y desinteresado. Con éxito o con fracaso, yo no haría otra cosa. Aunque fuera con un lápiz en un rincón seguiría siendo artista toda la vida”.
Despidió el 2013 con todo, ya que en octubre inauguró una monumental obra de arte efímero en Plaza Alemania, en la porteña intersección de Av. del Libertador y Cavia. Se trataba de una suerte de templo de Hefesto, de 26 metros de alto por 13 metros de largo, con 32 columnas tubulares, inclinadas y revestida con libros en cuya tapa de colores flúo tienen el título “Agora de la Paz”. Los libros se habían envuelto en plástico, para que no los estropearan las inclemencias del tiempo. En cierta manera, este templo constituye una continuidad de aquel Partenón que levantó en 1983 con los libros prohibidos por la dictadura militar y que se regalaron en el desarme. 30 años de democracia después llegó esta Agora. Pero para. Lo sabemos, así que el 2014 la encontró en la populosa Mar del Plata, donde inauguró la muestra Ola Pop en el flamante MAR – Museo de Arte Contemporáneo, de la que también participaron Edgardo Giménez y Delia Cancela, otros dos grandes artistas argentinos. ¿Cuál fue la pieza de Marta? Un lobo marino de hierro y metal desplegado, recubierto con 80 mil envoltorios de alfajores Havanna, que podían ser canjeados por uno real en cualquier sucursal del negocio en el mundo. Luego, el lobo quedará relleno de pasto y tierra, para que la ciudad costera disfrute de una escultura ecológica, una novedad de… ¡Marta Minujín! ¿De quién, si no?
Marta x Marta
Mi objeto predilecto: mi celular.
Una costumbre que detesto: sentarse a comer.
Mi artista favorito además de mí: Van Gogh. Yo de chica me creía él y lo sigo creyendo.
Lo que nunca hubiera podido ser: burócrata.