Hija de un director técnico de fútbol y hermana de un jugador, Eduardo y Santiago “el indiecito” Solari, Liz creció en Rosario –aunque nació en Colombia, donde su padre trabajaba entonces, en 1983-, entre cuatro varones y lejos de cualquier pasarela. Nunca imaginó en ese tiempo que el modelaje era una carrera posible. Y no tuvo que luchar demasiado para hacerlo: a los 18 años ganó un concurso de la agencia de Pancho Dotto e inició una carrera que llegó a ser internacional. Vivió en Estados Unidos y en Europa, donde trabajó –entre otros- para diseñadores como Roberto Cavalli y Jean-Paul Gaultier y fue la cara de tiendas y marcas de moda y belleza. Pero nunca puso ahí toda su energía: “Más allá de la fecha natural de vencimiento de la carrera de modelo, para mí siempre fue un pasaje a otra cosa”, dice Liz (33). Está de paso por la Argentina, para presentar la película Permitidos, en la que comparte cartel con Lali Espósito, y luego regresa a Italia, donde filmará otra película y donde ya hizo cine y televisión, además de publicidad, claro. Su primer paso televisivo en la televisión argentina fue en 2007, cuando participó en Bailando por un sueño. De ahí, donde llegó a ser semifinalista, pasó a debutar en la actuación e hizo de todo un poco. Su carrera recién estaba empezando cuando en 2010 falleció su novio, de manera repentina y trágica, por muerte súbita y en sus brazos. Y ahí, su vida cambió para siempre. Primero fueron el shock y la tristeza. Y luego, como parte de su necesidad de superarlo, decidió irse a Europa. Allí, hizo un máster actoral en la Central School of Speech and Drama y un perfeccionamiento en la London Academy of Music and Dramatic Art. Entonces empezaron las oportunidades actorales: filmó en Italia bajo la dirección del reconocido director Carlo Vanzina, y eso le abrió las puertas de la televisión. Luego filmó en la Argentina con Adrián Caetano acá y volvió al Bailando en 2012. En el camino, todo un proceso y cambio espiritual estaba en marcha.
-Tuviste que hacer casting para esta película, ¿estás entrenada o te suelen llegar propuestas directamente?
-No, hace siete años que hago castings. Muchas veces pasa que un director te quiere directamente, pero así y todo en general tenés que pasar un casting para ver si es lo que quieren. Y tenés una previa con los directores y los productores, así que tengo experiencia. Y además reivindico el casting, porque se aprende mucho.
-¿En qué momento te diste cuenta que el modelaje no era para siempre?
-Desde el inicio tuve esa sensación: si bien aprovechaba y disfrutaba de una carrera que es muy generosa, supe que era un paso a otra cosa. Sentí que necesitaba otro tipo de búsqueda y enseguida me puse a estudiar teatro y baile y canto.
-¿Tuviste que lidiar con prejuicios por venir del mundo del modelaje?
-Sí, no es un paso natural el del modelaje a la actuación, porque hay muchos prejuicios. Y si bien yo no hago las cosas para demostrarle nada a nadie, me formé para hacerlo seriamente.
-Muchas veces se cree que con la belleza alcanza…
-La belleza es algo que está ahí, pero no creo que sea un camino. O sí, pero corto. Yo quería un desafío. Yo quería profundizar. No reniego de la belleza. Creo que el problema no es la belleza, sino la sociedad que la sobrevalora. Y es riesgosa, porque puede ser una trampa. Termina siéndolo para la mayoría de las personas que buscan eso más que otras cosas y que valoran a las personas por eso.
-¿Cómo era eso en tu casa?
-Yo me crié entre cuatro hombres y había un prejuicio, pero al revés: no les gustaba que fuera modelo. Que yo me metiera en ese mundo superficial y tan frívolo, como se suele ver. Quizá ahí ya sabía que no era el fin, sino más bien un puente. De todas maneras, el modelaje no es sólo ser linda. Aprendés un montón, además de que viajás y eso hace que tengas que lidiar con muchas cosas.
-¿Te parece que el mundo de hoy es frívolo?
-Siento que en el mundo de hoy falta amor. Que falta mucho amor. Que falta que la gente se conecte con el amor propio y que entendamos que estamos acá sólo para volvernos más amorosos. Siento que el ser humano se olvidó de su propia esencia. Que tenemos que ser más compasivos y menos agresivos. Estamos acá para amar y no para odiar. Cuando uno se conecta con eso, todo es más fácil y liviano.
-Suele pasar que para hacer un cambio espiritual hay que atravesar momentos críticos. ¿Tu cambio tiene que ver con lo que te tocó vivir?
-Siempre fui espiritual. Creo que, si estás atento, hay un montón de situaciones que te ofrecen la oportunidad de volver a vos mismo. Mi punto de inflexión fue la muerte de un ser querido y yo decidí tomar eso como una oportunidad para ser mejor. Las dificultades son una gran oportunidad para volverse mejor persona. No hablo de cambiar el mundo, eh. Sino de cambiar el mundo de uno, lo que a uno lo rodea. Es saber que somos energía y que lo que emanamos se contagia.
–¿Seguís alguna filosofía?
-No, es más un camino propio, una búsqueda de autoconocimiento. Fui buscando y encontrando lo que a mí me hace bien. Ser responsable y enfrentar lo que me tocó sin enojarme. Tenía dos opciones: encerrarme a llorar o aprender. Y decidí aprender.
Texto: Ana Césari.