El camino de Gabriela Tolomei no fue lineal. Parafraseando sus propias palabras, podría decirse que llegó a este presente danzando la vida: hubo vueltas, saltos, quiebres; pinceladas de todos los colores y grosores. Pasaron más de 25 años, diferentes empleos y formaciones, entre que empezó a pintar y se dedicó a pintar. Más de dos décadas en las que, sin darse cuenta del todo, se estaba acercando a este presente: “Todo lo que hice, desde danza hasta teatro y feng shui, un año de arquitectura, alquimia volcada a la estética, mucha meditación, escribir, leer, todo forma parte de una misma búsqueda. Hoy siento que danzo la obra, que la recorro espiritualmente… Uno es un todo y yo soy ese todo, que integra todas esas cosas, y que es el que me lleva, me trae, a la pintura”, dice la artista, en el living de su casa en Béccar, donde vive y tiene su taller.
-Esta pintora no nació en 2009, cuando decidiste dedicarte a la pintura.
-Absolutamente.
-No es fácil dejar todo a los 46 años y largarse. ¿Hubo algún respaldo que te dio la certeza?
–Sí, pero fue un respaldo íntimo, una revelación propia con la pintura. Sentir que abría una puerta en la que al fin me encontraba. Lo sentí cuando estaba pintando mi primera obra, Alegría. Porque si bien había empezado a los 20 años y en aquel momento ya descubrí fue un regocijo y un silencio que me ponían en comunión conmigo y con lo universal, todavía eso era para mí… El respaldo fue descubrir que la pintura es la manifestación más pura de la integridad de mi ser.
-¿Cómo definirías tu pintura?
-Mi obra se gesta y se fundamenta a través de la alquimia de los colores. Es la búsqueda intensa de la luminosidad y de vibrar. Pero logrando que se fusionen, que se amalgamen y que se empiecen a revelar y develar en los encuentros. Mi obra es netamente intuitiva, no conceptual, pero hay tres pilares sobre los que trabajo: el recorrido del gesto a través de la línea, de las grandes formas y pinceladas y de la vibración del color.
-¿Es consciente eso?
-No, es una búsqueda absolutamente inconsciente de hacer visible lo invisible. Tengo un juego con develar lo universal. Para mí, el arte tiene algo muy particular y muy especial: algo despierta en el otro y lo que despierta es algo que el otro está necesitando despertar. Es un mensaje que se abre y que llega de una manera muy intima y particular a cada espectador.
-¿Cómo es el trabajo diario?
-Tengo un trabajo de meditación diario en el que cada obra es meditada y encontrada. Hay un encuentro con el lienzo en blanco, cada obra es hija de su tiempo. Por lo que me es imposible, planificar y repetir obras. Me cuesta horrores pensar una obra. Yo la obra la siento, la vibro. Yo me considero una gran trabajadora: en estos años hice más de cien obras, hago clínica de obra, encuentros con artistas jóvenes y seminarios de grandes creadores.
-¿Cómo hacés con el taller en tu casa?
-Es un gran desafío tener el taller en mi casa, porque hay muchas interrupciones. Pero también tiene su plus: a mí me encanta cocinar, por ejemplo; y entonces estoy cocinando y se me ocurre un trazo y voy lo hago, y vuelvo y sigo cocinando. Antes pinté muchos años en talleres con otros artistas, pero hace ya años que necesito pintar sola.
-Pintaste también muebles y objetos, ¿es otra forma de arte?
–Desde chica, mueble que veía, mueble que pintaba. Me encanta, porque trabajás con una tridimensionalidad que permite muchas cosas. Pero si me decís, como artista… Uno lo hace como algo para uno, para despuntar el gusto. A mí me resulta muy interesante cómo la obra puede adquirir vida a través de objetos, pero eso en el mercado internacional es cuestionado. Si vas a entrar en un círculo de grandes coleccionistas, te puede limitar que la imagen de tu obra se expanda en distintos objetos. Es otro lenguaje y te sucede otra cosa. En el lienzo hay algo que se revela, se expande y sucede, está la obra per se. En un mueble, podés hacer algo lindo, pero siempre es primero un mueble. La función es lo primero. Dejé de hacerlo porque la libertad del lienzo es incomparable.
-¿Sentís la necesidad de explorar nuevos materiales o técnicas?
– Siempre estoy en una línea de buscar algo más. Uso pigmentos, tintas, hago alquimia… Ahora me traje de Nueva York marcadores y crayones, por ejemplo. Pero mi base es el acrílico, porque trabajo mucho con la maceración, la capa tras capa y la fusión de colores.
De Béccar al mundo
Empezó a pintar a los 20 años, hizo talleres con Ana Fuchs, muchos años con Rebeca Mendoza, y ahora hace clínica de obra con Ariel Mlynarzewicz. “Pero estudiar, estudiar, no. No tengo formación técnica. He hecho cantidad de jornadas creativas, trabajando sobre texturas, sobre alquimia. Mi pintura viene desde otro lado, es lírica”, dice. En 2009 fue cuando lo dejó todo y en 2010 su obra ya estaba en Nueva York. “Se trata de la perseverancia, pero no hay que poner la mirada en el exitismo. Es maravilloso y es mágico vender obra, pero lo que te sucede cuando tenés la devolución de quien compra tu obra, no hay nada como eso…”. Y muchas veces la tiene: como cuando expuso la última vez en Nueva York y una joven pareja que compró su obra, una chica de origen chino nacida en San Francisco y su novio italiano, la invitaron a su casa: “Me conmovió lo que esa chica me dijo, la alegría y la luz que mi obra le daba cada mañana cuando se despertaba y la veía”. Pero no son sólo sus compradores: “También me da mucha alegría cuando mi obra va a lugares donde el arte es necesario, como un hospital, o cuando como ahora me invitan a pintar una obra a beneficio de la Fundación de Margarita Barrientos. Lo hago con felicidad y con la única condición de que se venda al monto que se vendería en Nueva York”. Se trata de la primera obra de la serie Drala, que llevará a la Semana del Arte de Nueva York, a fines de noviembre –salvo la que donará, que queda acá-, y que se compondrá de obras más grandes, de más de dos metros por dos metros.
-¿Qué pasa cuando la pasión se convierte en trabajo? ¿Qué se pierde y qué se gana?
-Para mí fue todo ganancia, porque yo me econtré. A mí me generó un placer y una gratitud enormes. La vocación unida a la profesión es algo muy mágico que te sucede. Porque estás ahí todo el tiempo. Sos vos en tu máxima expresión. Fue la primera vez que yo sentí en mi vida que esta era yo plenamente. Fue magia pura. Fue la primera vez en mi vida en la que tuve tantas certezas.
-¿Tuvieron que pasar esos años para llegar a este momento?
-Sin duda. Me agarró en una etapa de la vida en la que ya había una sabiduría adquirida. Por eso los años no me pesan. Porque uno ve que no llego hasta ahí de casualidad, que todo lo que fue haciendo siempre condujo al lugar en el que uno está hoy.
-¿Ya vendías cuadros cuando tomaste la decisión de dejarlo todo para pintar?
-No, los regalaba. No imaginaba venderlos… Creo que el arte no se trata de que te guste o no te guste, sino de que te llegue o no te llegue. Eso me devuelven mis galeristas en Nueva York o París, y eso es lo que yo hago: no quiero que te guste, quiero que algo te suceda, que algo luminoso te suceda con mi obra. Me da una profunda felicidad que mi obra encuentre su destino.
-¿A qué lugares te llevó la pintura?
-Siempre sentí que no había mejor placer e inversión que viajar y sentir que mi trabajo me lleva a otras fronteras, o me quita todas las fronteras, y que tengo un lenguaje universal con todas las culturas… Eso es impagable.
-Si tuvieras que decir cómo creció o se profundizó tu obra en estos siete años…
-En encontrar una forma cada vez más particular de develar lo invisible a visible. En ser cada vez más yo en todo mi ser.
Más información: www.gabrielatolomei.com
Texto: Paula Bistagnino.
Fotos: Ignacio Guglielmi / Gentileza Gabriela Tolomei.