Marina Borensztein y será para siempre la hija del gran y tan querido Tato Bores. Pero es también una mujer de 51 años hoy que a los 45, en un momento de plena felicidad, poco después de casarse con el actor Oscar Martínez –ya llevaban varios años juntos-, tuvo un diagnóstico inesperado: cáncer de mama bilateral. Y su vida cambió para siempre. “Fue en 2011, pasaron solo seis años, y sin embargo ha pasado tanto”, dice Marina, y agrega: “Hice un cambio muy profundo a partir del cáncer y estoy convencida de que no me pasó esto porque sí. Así lo entendí desde el comienzo y entonces se convirtió en un gran aprendizaje”.
Inició un tratamiento pero también un cambio de vida rotundo que con los años profundizo y que la llevó a escribir tres libros: Enfermar para sanar (2014, Atlántida), en el que cuenta todo el proceso de sanación y la búsqueda; Así me cuido yo (2018, Planeta), en el que cuenta todo lo que hace, su alimentación, ejercicios, lecturas y más; y el último, Paz, amor y jugo verde (2018, Planeta), en el que hay diarios personales pero sobre todo recetas de jugos verdes, licuados, leches vegetales, sopas, bowls, reomendaciones y tips de nutrición. Lo que pasó fue que de un día para el otro yo me encontré con la enfermedad. “Todo eso que yo cuento y que yo voy iluminando en mi vida, no es que no existía. Estaba medio a oscuras digamos, pero estaba: son todas cosas que yo fui preparando, cocinando a fuego lento, que estuvo listo para servirse en ese momento”, dice.
-¿Este camino comenzó ese día o ya había empezado?
–Siempre fui una lectora compulsiva de los maestros espirituales, de la autoayuda, siempre busqué. Primero con la psicología y después cuando empecé a estudiar teatro con Carlos Gandolfo. Siempre estuve buscándome, siempre estuve queriendo conocerme más, siempre estuve queriendo sanar. Porque de eso se trata. No es que de un día para el otro yo aprendí todo lo que sé. Pero ahí fue cuando dije: “Bueno, basta. No se puede seguir chichoneando con todo esto. Ahora hay que ir al hueso del asunto”. Entendí perfectamente y muy rápido que la enfermedad me venía a contar cosas muy profundas y a decir basta. Que tenía que dejar de chichonear con todo esto y llegar al hueso de la cuestión para resolver y salir adelante.
-¿Decirle “basta” a qué?
-A cosas que yo no tenía sanadas, que no tenía resueltas, que no me hacían feliz, aunque aparentemente, en la superficie y entre comillas, yo era muy feliz. De hecho, estaba recién casada con el hombre de mi vida, una hija hermosa de 11 años… Imaginate que fue un golpe muy grande, a tal punto que tenía que ser sí o sí el puntapié de un cambio.
-Recién te casabas, ¿cómo fue ese cimbronazo?
-Bueno, es difícil. Uno no está sólo, está el marido, los hijos, la madre, los amigos… Algunos pueden acompañar y otros no. Y uno en ese proceso cambia permanentemente y pasa por todos los estados. Yo pasé de estar ocupándome de todos ellos a tener que ocuparme de mí, de repente. En el caso de Malena, ella era chica y yo traté de que no se diera cuenta mucho. Le oculté un montón de cosas y me armé de amigas y gente que me ayudaba con ella cuando yo no podía.
-En esos momentos se descubre también quién está y quién no está…
-Sí, exactamente. Fue revelador en ese sentido. También en ese sentido. Al principio te pasa que hay todo tipo de reacciones en el entorno. Uno puede ver quiénes están y quiénes no. Al principio empezás a fijarte en eso e incluso te enojás. Pero después revertí todo este tipo de enojos y empecé a entender que cada uno hacía lo mejor que podía desde sus miedos, inseguridades e ignorancias. Y cuando me curé perdoné todo y entendí profundamente además la importancia y el valor del perdón. Yo soy una persona que perdona permanentemente. Y pienso que la gente puede arrepentirse, aprender, y ser mejor. La enfermedad me dio también esa sensibilidad, habiendo sido yo una persona bastante rígida para un montón de cosas.
-¿Y cómo fue para la apreja?
Mi marido me ayudó un montó pero también pasó por sus momentos de angustia y miedo a los que yo tuve que asistir como podía porque tampoco es fácil… Está todo bien, recién casado, disfrutando y ocupándote de todo lo más liviano de alguna manera, y de repente entrás en una vida de angustia, de terror nocturno, de no tener ganas de tener una vida sexual como la que venías teniendo… Te pasa todo. Y el otro se da cuenta de que no tiene la misma mujer que tenía hacía una semana. Pero a la vez es una gran prueba para el amor y la pareja, para sentir que pasaron todas las cosas que pasaron y tengo un gran compañero con el que yo me acababa de casar y no me había equivocado.
-Todos sabemos que nos vamos a morir y sin embargo muchas veces vivimos como si no lo supiéramos. ¿Nos convertimos en otras personas frente la posibilidad de la muerte?
-Da la sensación de que uno se convierte en otra persona, pero en realidad no. No es que seas otro, sino que sale a la luz un aspecto tuyo que es el que menos conocen los demás y el que menos conocés también vos. Uno mismo se sorprende de sí, de cómo es o puede ser. A mí me pasó que yo de verdad no sabía que era tan fuerte. Yo siempre me sentí como una mujer un poco debilucha, no me sentí de esas que van para adelante y se llevan el mundo puesto. Y yo descubrí que tenía fortaleza y que ese costado desconocido apareció con la enfermedad. El cáncer me conectó con mi parte poderosa, leona, luchadora, guerrera. Que yo no sabía que estaba y que está. Me di cuenta de que era más fuerte lo que yo pensaba.
-Muchas personas cuando les pasa esto se preguntan por qué a ellas…
–Al principio a uno le da mucha bronca que le esté pasando algo así, pero no me pregunté eso. Nunca pensé en que a mi podía no pasarme algo así. Yo lo viví con mi papá y también vi a muchas personas sufriendo por enfermedades. Así que nunca creí que estaba salvada de eso o que era algo que no me podía pasar. Yo rápidamente encontré que esto venía a decirme algo, que yo tenía que aprender, que yo no iba a rechazar ni enojarme con eso.
-¿Cómo fue el proceso?
-Fue un proceso muy muy largo. Lo primero fue el tratamiento médico, ir al quirófano, estudiarme, descubrir que también tenía en la otra mama, volver al quirófano, empezar la radioterapia. Y darme cuenta de que tenía que abordarme paralelamente, de manera integral, incorporando un montón de cosas que el médico habitualmente no te da, que a mí no me había dado. Y entonces me empecé a ocupar de mi alimentación, de mis emociones, de mi psicología. Cuerpo, mente, espíritu, todo para recuperar mi equilibrio perdido. Hice de todo: homeópata, flores de Bach, nutricionista, yoga… Es imposible de contarlo todo…
-¿Qué te impulsó a escribir los libros?
-Fue un proceso muy largo para pasar de la ignorancia al conocimiento con mucha información. Fue un paso a paso, un descubrir, testear. A mí me hubiera gustado tener el libro que yo escribí, Así me cuido yo, cuando empecé. A mí me llevó años de dedicación y búsqueda. Y entonces volcar todo eso para que le pueda servir de guía a otras personas en su búsqueda y simplificarles algunas cosas, eso fue lo que me impulsó. Sistematizar todo eso. Y también una necesidad propia.
-¿Cuál es la sensación ahora? ¿Querrías vivir cien años más para disfrutar de esta vida consciente?
-Yo ando aceptando las cosas como son. Parte de la teoría de la felicidad que encontré es aceptar las cosas como son. Creo en que las cosas llegan cuando uno está preparado para que sucedan. Así que yo me entrego mucho al universo y confío en que las cosas suceden por algo. Y que cuando la vida me puso frente a esto yo pude hacer lo mejor. Que fue cuando tenía que pasar. Yo hoy me siento muy joven, muy activa, con mucha energía y no pienso en qué va a pasar después. Disfruto hoy. Y creo que esta es una de las claves de la felicidad.
-¿En qué creés?
-En Dios. Creo profundamente en que hay una inteligencia superior, una divinidad que cada uno llama como quiere; creo en que hay muchos mundos paralelos que no vemos, muchas dimensiones; creo en la energía y en que hay un gran plan en el que todos tenemos una misión, algo que hacer en ese gran plan; y que a este plano volvemos varias veces.
“Los libros que me ayudaron a sanar”
Más que libros se trata de maestros, dice Marina Borensztein: “Leer a los maestros fue un pilar fundamental de encontrar una manera de vivir en el presente y de sanar”. Sus recomendados:
-Amar lo que es, de Byron Katie.
-Una nueva tierra y El poder del ahora de Eckhart Tolle.
-Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruiz.
-Usted puede sanar su vida y La enfermedad como camino, de Lousie L. Hay.
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Texto: Ana Césari.
Fotos: Félix Busso / Gentileza Editorial Planeta.