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9 de junio, 2019

El tirol austríaco

La pintoresca cultura tirolesa en un recorrido por una ruta imperdible.

Aunque Innsbruck es una de las principales ciudades de Austria y está repleta de atractivos, es el punto de partida a la hora de conocer la cultura tirolesa: la arquitectura de la ciudad, los negocios que venden el típico jardinero verde masculino, vestidos femeninos y los sombreros puntiagudos, la música que suena de fondo en diversos bares y restaurantes. En un radio de 20 kilómetros a su alrededor se acumulan diversos pueblos que permiten una aproximación más cercana, cotidiana y natural a la cultura tirolesa.

Un granito de sal
Hall in Tirol es conocida fue el sitio clave para la ruta de la sal, cuando este mineral era tan valioso como el oro. Un Museo de la Sal  refleja esta historia. La competencia de campanas se completa con el tañido de las de la Capilla de Santa Magdalena, con su frente rosado y su vecino el Rathaus Café, una taberna de esas a las que asisten los caballeros medievales de las películas para tomar vino en vasijas de metal. A lo alto, dominando todo, el castillo Hasseg, levantado para vigilar la vía de la sal y proteger al pueblo de las naves que atravesaban el vecino Inn.

Apariciones y vida rural
Uno de los aspectos llamativos de la región del Tirol es que no importa cuán pequeño sea un pueblo: seguramente tendrá una característica distintiva. Sin embargo, Absam, en sus pocas calles esconde nada menos que la casa de la aparición: en 1797 una imagen de una mujer se materializó en la ventana de cristal de la joven Rosina Bucher y nunca pudo ser borrada. Además, el Museo Municipal narra la vida y la obra del famoso constructor de violines Jakob Stainer y año a año se celebra en sus calles un famoso Carnaval, dominado por los Matschgerer: unos personajes mitad tiroleses mitad clown que están inmortalizados en una estatua ubicada, casi invisible.

El mundo antiguo
Sobre la vecina localidad de Thaur existen registros escritos de su existencia que datan del año 827. El pueblo parece abandonado, excepto por dos detalles. La iglesia y el cementerio que la circunda por donde la gente va y viene, recorre las tumbas, deja algunas flores, se santigua frente a la puerta del templo.

La Meca del Trineo
Para llegar a Tulfes es necesario ascender 900 metros, ya que se encuentra en la parte más alta. Las casas aquí dejan de lado toda pretensión de humildad. Aquí se puede practicar un deporte de invierno que es exclusivo del lugar: el klumper, una suerte de monopatín de nieve para deslizarse desde lo alto de la Glungezer, la célebre montaña vecina. En los alrededores de la iglesia está el segundo gran atractivo del pueblo: negocios como Tuxer, inmensas pulperías que combinan el aire rústico con ciertos detalles de cuidado y de diseño que les imprime un estilo único.



El reino de cristal
Wattens es la sede mundial del fabricante de cristales Swarovski. Desde la calle principal se visualiza el enorme cartel que marca la ubicación de la planta principal. Pero lo mejor aparece unos 500 metros más hacia la salida del pueblo, donde se ubica el Kristallwelten, un parque de diversiones temático construido por la firma que se inauguró en 1995 y cuyo diseño corresponde al artista multimedia André Heller. La foto para sacar es la del Gigante: un monstruo gigantesco verde con ojos de cristal que alimenta con su boca, de manera incesante, una fuente inmensa. Una rueda de la fortuna, atracciones con luces, la Nube de Cristal y la torre de juegos son algunas de sus atracciones.

Un castillo en el cielo
A diferencia de todas las anteriores, Volders puede considerarse, en el contexto, “una ciudad grande”. Al menos tiene una avenida por la que circulan muchos autos y por las calles van y vienen decenas de personas. Y si es grande de tamaño, también lo es de edad: diversos estudios arqueológicos determinaron que la vida rural en esta zona se inició hace más de 2.000 años. En el camino para llegar se atraviesa la Karlskirche, una especie de palacio ruso, blanco con líneas rosadas, que desborda de su propio terreno y “cae” sobre la ruta. Y ya en la ciudad hay otro castillo que puede visitarse para ver de afuera y tomar algunas fotos: el Friedberg. Para llegar, hay que transitar tres kilómetros montaña arriba, por un camino que, si bien es mano y contramano, tiene espacio para un solo auto.

Texto: Flavia Tomaello @flavia.tomaello