Agua: no hay mejor manera de mantener la piel hidratada que el agua. Tomar al menos dos litros de agua por día tanto en verano como en invierno es imprescindible para el buen funcionamiento orgánico y en particular para la piel, que es el órgano más grande de nuestro cuerpo.
Frutos secos: nueces, almendras, pistachos, castañas, avellanas y maní –sin sal y sin freír- tienen nutrientes esenciales para la piel y ya que ayudan a prevenir la oxidación celular y mantener la juventud cutánea. Por sus aceites, colaboran a la elasticidad, tonicidad y las avellanas y nueces –por tener cobre- tienen efecto antiinflamatorio.
Frutas y verduras: todas son buenas para la hidratación y nutrición, pero en particular las de color rojo, naranja y amarillentas son las mejores: los tomates tienen licopeno –un pigmento antioxidante-, mientras que la zanahoria y la calabaza poseen betacaroteno, un aliado contra el envejecimiento. Entre los verdes, todos buenos, el brócoli se destaca por la cantidad de magnesio que posee y que contribuye a expulsar los tóxicos del organismo. En cuanto a las frutas, todas ayudan a hidratar por la proporción de agua que poseen. Pero resaltan la banana, por la presencia de zinc, un microelemento antioxidante que tonifica e ilumina. Y, por supuesto, los cítricos: tienen el doble papel de fortalecer la piel y rejuvenecerla gracias a la Vitamina C, productora de colágeno.
Semillas y aceites: todas las semillas, en especial las de calabaza, chía y linaza, aportan el mágico ácido graso Omega 3, fundamental para mantener tersa y joven nuestra piel (el Omega 3 se encuentra también en el pescado, que aporta proteína y grasas saludables). Y si de aceites hablamos, el de oliva es un potente hidratante y protector celular.
Palta: de moda y exquisita, este fruto merece un punto aparte por ser el más rico en Omegas y vitamina E. Ayuda a darle brillo y elasticidad a la piel, reemplazando el aporte de aceites que no se encuentra en otros productos de origen vegetal.