La única tira que hizo en su vida, a los 17 años, le bastó para ganar popularidad. Aquel Diego de Clave de Sol quedó marcado a fuego en la memoria de los que hoy declaran entre treinta y cuarenta y pico. Pero el chico lindo de la novela adolescente de la tarde se negó a seguir por ese camino que se presentaba cómodo y prácticamente marcado. En cambio, prefirió salirse de ahí y forjarse una ruta alternativa, menos despejada, pero propia. “No le escapé al galán. O sí, pero no como una elección consciente sino por mi naturaleza personal. Porque no me identifico con ese lugar, y también porque creo que la profesión propone cosas más interesantes. Alguna vez se puede hacer. Y de hecho alguna vez lo hice. Pero yo preferí tratar de hacer lo que me interesa más como persona y encaja mejor con mi identidad. Si no, esto se transforma en nada más que un trabajo, algo que uno hace para ganar dinero. Y yo no lo siento así. Yo me dedico a esto porque amo esta profesión. Ser actor me hace, me desarrolla y me cuenta como persona. Y quiero hacer cosas que me devuelvan ese alimento”, cuenta Leo Sabaraglia (41).
En su manera de hablar no hay nada de acento, ni siquiera un guiño o una palabra importado de los años que pasó en España. “Fueron ocho en total”, aclara él, definitivamente instalado en Buenos Aires, donde no para de hacer cine, su medio de expresión preferido entre las posibilidades que le ofrece este oficio. Entre otras, en los últimos años estrenó Sin Retorno, El Campo y Vaquero, entre otras. Pero también hizo teatro (Contrapunto, con Pepe Soriano y Cock, con Eleonora Wexler, incluso hizo gira por el interior. “Es maravilloso el encuentro con el público de cada ciudad en esos teatros de hace 100 años, pequeños Cervantes con una acústica perfecta y cuidados con mucho amor por la gente. Es agotador pero vale la pena porque es una experiencia muy linda” . Ofertas de televisión tampoco le faltaron ni le faltan y por su labor en En terapia ganó un Martín Fierro en 2013, que recibió en su nombre su madre, la actriz Roxana Randón, porque en ese momento se encontraba en México, filmando una serie para Mundo Fox, a emitirse en México y en la parte latina de los Estados Unidos. En 2014 participó del gran éxito de «Relatos salvajes», protagonizando uno de los segmentos de la película de Damián Szifron.
–A la hora de elegir un trabajo, ¿qué peso tiene la historia que se cuenta?
–Estar de acuerdo con lo que se va a contar es primordial. Está incluso antes que mi personaje. No me vanaglorio de esto, pero he dicho muchas veces que no a ofertas en las que yo sentía que la propuesta no era clara y que iba a ser partícipe de algo que aportaba a la confusión. Uno le pone el cuerpo, el nombre y todo a un personaje para contar algo. Y al menos yo, no quiero contar cualquier cosa.
–¿Qué es lo que te apasiona de esta profesión?
–La profesión en sí misma. Esta posibilidad de meterme en distintos mundos. Cada personaje y cada historia es una invitación a reflexionar sobre cosas, situaciones y universos a los que uno no tendría acceso por su propia vida. Entrar en otras cabezas, ponerse en otras pieles y encontrarles una expresión particular. Por supuesto, que eso va en cómo cada uno se mete en los proyectos. Yo siempre trato de transitar los personajes haciendo experiencia, o sea, transitando sus vidas.
–Empezaste a trabajar siendo un adolescente, ¿nunca dudaste de que era esta tu vocación?
–Nunca tuve una crisis en el sentido de creer que quizá me gusta algo más que actuar. Lo que me está pasando ahora es que, en esta instancia de mi vida y de mi carrera, quiero participar de manera más global de los proyectos, ir un poco más allá.
–¿Entonces, viene Sbaraglia director?
–Algo de eso. Tengo ganas de escribir y dirigir. Quiero aprender. Lo veo como algo complementario y enriquecedor de la profesión de actor. Creo que viene por el lado de una necesidad de expresar más. No ser sólo quien cuenta sino también participar en la decisión de qué contar y de qué manera contarlo.
–El cine no es fácil en la Argentina. ¿Qué le pasa a un actor cuándo las películas no funcionan bien?
–La expectativa de un estreno siempre es muy grande. Y no da lo mismo cómo funcione. Igual yo en Argentina tuve la suerte de que casi todas las cosas que hice funcionaron relativamente bien. Me siento un actor muy reconocido y me ofrecen mucho trabajo. Me pasó un poco más en España. Pero tampoco me dejo llevar por esta cosa tan norteamericana de juzgar a los actores por su taquilla. A mí lo que más satisfacción me da es hacer un buen trabajo y prefiero mil veces hacer un trabajo excelente, en una buena película, y que no funcione tan bien, que algo más o menos y que lo vea mucha gente.
–¿Por qué te fuiste a España?
–Me fui porque el tipo de desarrollo que yo sentí que tenía ganas de tener a los 29 años y con más de 10 de carrera no podía hacerse acá. Sentía que en la tele no tenía la experiencia para hacer algo completamente original, me faltaba más calle y fui a buscarla. Yo quería hacer cine y en ese momento, entre 1998 y 1999, era muy difícil. En cambio en España era muy fácil. Y de hecho tenía propuestas concretas desde hacía tres años.
–En un punto elegiste el camino más difícil, porque allá tuviste que volver a empezar.
–Fue un volver a empezar en muchos aspectos. Trabajar con gente nueva, haciendo cosas diferentes y para un público que no me conocía mucho fue muy importante humanamente, porque implicó un cambio de rol y eso hace mucho bien. Tuve que sacarme la chapa que tenía acá, mejor o peor, pero chapa al fin, y arriesgarme. Además me fui en el mejor momento y dejé cosas de las que después me arrepentí (Nueve Reinas). Pero hubo otras allá que compensaron. Fue un gran aprendizaje como actor y como persona.
–Te fuiste por razones profesionales, ¿por qué volviste?
–Sobre todo por razones personales. Porque quería compartir mi vida y mi cultura con mi familia. En este sentido la paternidad fue determinante. Eso pesa mucho porque uno siente que quiere que sus hijos se críen en un lugar en el que uno se siente cómodo. Madrid es hermoso pero es una ciudad muy árida para tener un hijo, comparado con Buenos Aires. Este es un país particularmente amable para los chicos, cosa que allá no sucede. En cuanto a ofertas para los chicos, de educación y de entretenimiento, en cuanto al vínculo de los padres y los hijos. Justo cuando lo estaba pensando me llamaron para hacer Epitafios. Y no dudé en volver. Igual ya hacía rato que estaba volviendo.
–¿Qué trajo la paternidad a tu vida?
–La paternidad te obliga a rehacerte de alguna manera. Porque aún cuando uno está más hecho en muchos aspectos, un hijo te hace hacerlo todo. Tenés que contarle el mundo y eso te obliga a ser más responsable y sacar el pie del acelerador. Los chicos necesitan una cotidianeidad que es la que pone los cimientos fundamentales y la contención necesaria para crecer y afrontar la vida. Saber que hay una madre y un padre que todos los días van a desayunar, bañarse y cenar con ellos. Creo que ser padre es una oportunidad que nos da la vida de dejar de mirarnos tanto a nosotros mismos y ser más generosos.
–Volviendo a la película, ¿qué situaciones de la vida crees que no tienen retorno? ¿De qué no se vuelve?
–Yo creo que muchas veces es peor el daño que uno puede hacerle a los demás que el que los demás pueden hacerle a uno. Y en ese sentido es importante tener conciencia de cómo no lastimar, de cómo vivir una vida feliz sin joder a los demás. Conozco gente que ha pasado por situaciones terribles en la vida, han luchado y han podido ser felices con ese dolor. Así que en ese sentido tengo esperanzas. Pero un tipo que mató, que mandó a matar o que fue cómplice de cosas horribles, que perjudicaron y dañaron la vida de otros, creo que de eso ya no hay vuelta. Creo que alguien íntegro, que no es mezquino ni cobarde, más allá de lo que le pase en la vida, es una persona que está salvada.
Texto: Ana Césari.
Fotos: Diego García.