Le llevó muchos años darse cuenta de que podía escribir. En realidad, escribir era algo que hacía desde muy chica y muy bien –ya sus maestras de la escuela primaria le habían dicho a su madre que conservara los cuentos que su hija escribía porque, quien sabe, en el futuro…–. Pero de poder escribir a vivir de escribir hay un abismo. Uno muy grande que Claudia Piñeiro (54) tardó décadas en saltar. Quizá porque a una mujer de clase media, nacida en 1960 en el conurbano bonaerense –Burzaco–, la posibilidad de hacer de las Letras una profesión o un oficio le estaba vedada.
Como sea, antes de ser escritora, pero mientras además escribía, ella estudió la carrera de contadora pública en la Universidad de Buenos Aires y llegó a ser gerente administrativa de una empresa. Le iba bien, muy bien, pero lloraba más de lo que reía. Y una casualidad, que ella tomó como oportunidad, cambió su vida: era 1991 y estaba en un avión, rumbo a San Pablo, para hacer una auditoría de tornillos en la sucursal brasileña de la empresa en la que trabajaba: “… Una cosa tremendamente aburrida. Yo iba en el avión, supongo que iba llorando, y leo en un recuadro muy chiquito en el diario el llamado a concurso de La sonrisa vertical, el certamen de la editorial Tusquets (…) Lo único que pensé fue: ’Vuelvo y me pido vacaciones y escribo una novela para esto, porque si no, yo me voy a quebrar’. La novela se llamaba El secreto de las rubias y quedó entre las diez finalistas, aunque luego no se publicó. Me di cuenta de que escribir era algo demasiado fuerte y, aunque siempre escribí, ya no podía postergarlo. Apareció como un salvavidas que me tiraron en ese momento«.
Fue el comienzo de una vocación. O mejor dicho, la asunción de una vocación.
Todavía faltaba más de una década, una y media casi, para que su nombre llegara a la primera línea de las editoriales y las librerías, pero ella ya estaba en marcha: empezó a escribir más y más, y empezó a concursar más y más. Obtuvo un premio en España por una obra infantil – Serafín, el escritor y la bruja –, en 2003 fue finalista del Premio Planeta con la novela Tuya y en 2005 el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil del Grupo Editorial Norma por Un ladrón entre nosotros. Esos, que ya eran hitos para un escritor, fueron apenas unos escalones más cuando, en 2006, ganó el Premio Clarín por Las viudas de los jueves y dio el salto a ser una best seller. Pero no una más, una de esas que logran reunir una buena historia y un buen relato con un tema de actualidad sociológica –la vida en los barrios cerrados-, la popularidad con la venta y el respeto de sus pares. El libro hizo un camino casi directo al cine de la mano de Marcelo Piñeyro. Y así, Claudia se recibió de escritora para los argentinos.
Una década y cuatro novelas después – Elena sabe (2006), Las grietas de Jara (2009), Betibú (2011) y Un comunista en calzoncillos (2013), además de guiones de cine, obras de teatro y hasta un ensayo periodístico-histórico –, crece en popularidad y reconocimiento. Sin fórmulas, como dice el gran escritor Guillermo Saccomano, quien la tuvo como asistente a su taller de escritura: “Hay en Claudia una escritura vertiginosa, eficaz, cinematográfica. Su profesionalismo es notable y no tiene competencia. La suya es a la vez una escritura de género y también una escritura popular”.
Hoy, luego de una trombosis cerebral que la tuvo en terapia intensiva y de la que se recuperó completamente, está a punto de cumplir 55 años, divorciada del padre de sus tres hijos entre adolescentes y adultos, y en pareja con Ricardo Gil Lavedra, con su próxima novela lista y a la espera del estreno de la película de su libro Tuya. Mucho, muchísimo, pero como ella misma dice: “Yo no soy best seller, mis libros pueden serlo. Yo soy Claudia Piñeiro”.
Texto: Paula Bistagnino.