¿Cuántas veces le hemos dicho a un chico que su elefante de siete patas debería tener cuatro? ¿O insistimos en que debía pintar los árboles verdes y el cielo azul porque así es como son en la realidad? ¿Por qué dibujaste al perro más grande que la casa? “No hay momento más genuinamente creativo en la vida de una persona que su niñez y no hay nada más rico en la vida de una persona que la libertad para expresarse sin límites ni condicionamientos”, dice Milo Lockett, rodeado de cuadros de colores, con caras de color fucsia o amarillo, cuerpos desproporcionados y pestañas enormes. En su taller-galería de Palermo, el artista chaqueño habla de la creatividad y la imaginación.
Milo niño
–¿Cómo fue tu relación con el arte en la infancia?
–Mis padres fueron, a pesar de que ya eran bastante grandes cuando me tuvieron, muy avanzados en este sentido: siempre nos dieron una gran libertad de hacer y de elegir. Eso es muy claro para lo que uno va a hacer después en su vida. Para que crezca la posibilidad de no tener miedo… No creo que sea casual, en este sentido, que yo no haya tenido miedo de dejar todo lo material de lado para dedicarme a la pintura cuando tenía 33 años. Porque me fue bien, pero me podría haber ido mal, muy mal. Y eso, esa capacidad de arriesgarme, se forjó cuando era chiquito. Eso es lo interesante. Eso es lo que te hace diferente a la hora de elegir y de pensar.
–Fuiste, además, un artista de formación autodidacta, que no entró por el lado de la academia…
–Yo respeté mucho en mi persona el hecho de no tener estructura. Nunca pude incorporar las estructuras de la escuela. Nunca me adapté en realidad. Y eso, trasladado luego a que tuve talleres libres, donde no había una organización o una cosa pedagógica estricta, me hicieron abordar la vida siempre desde la libertad: a la hora de pintar, sin duda, pero también a la hora de tomar decisiones, de vivir.
–El “desorden” parece incompatible con la producción que has logrado…
–Sí, pero en realidad no me trabó. Yo sigo siendo todavía hoy muy desordenado para trabajar. Lo único muy positivo es que soy muy trabajador. Pero no he dejado de ser disperso. No lo digo como algo malo, porque creo que gracias a eso he podido conservar la creatividad y tengo la habilidad de hacer muchas cosas al mismo tiempo.
–Hay algo muy lúdico en tus cuadros, ¿viene de ahí?
–Sí, justamente porque no perdí esa cosa lúdica de la infancia, que para la mayoría de las personas puede ser difícil –sobre todo para incorporarse en el mundo del trabajo–, puedo pintar lo que pinto. Pero ojo, que acá está el tema: cuando era chico, eso era como una debilidad, porque hacía que yo no encajara tan fácil en la escuela y no me adaptara fácilmente. De alguna manera, eso me ponía en inferioridad de condiciones respecto de mis compañeros.
La escuela
–¿La escuela cercena la creatividad de alguna manera?
–Sí, hasta los 5 o 6 años, los chicos son mucho más libres en sus dibujos; como en sus ideas. Pero después, la escuela, los docentes y el grupo, los condicionan: si son diferentes, empiezan a tener vergüenza; sienten la necesidad de adaptarse a la estructura educativa, que tiene reglas e instala la idea de que algo está bien o mal, etc. Eso se nota especialmente en el arte, porque de alguna manera la escuela instala la idea de que la expresión artística es algo menor respecto del resto de los saberes. Y entonces se va apagando la creatividad: todos tienden a dibujar la referencia “real”; o sea que una casa es una casa, un perro es un perro, un árbol es un árbol.
–¿La mirada adulta atenta contra la imaginación infantil?
–Claro, porque hay una vara realista para evaluar. En cambio, los chicos no tienen ese límite: para ellos lo real es lo que está en su cabeza. Entonces, en la primera parte de la infancia, hacen una medusa y dicen que es un elefante, o hacen un elefante con siete patas y seis ojos, o le ponen fuego al dragón y a lo mejor tiene un helado en la mano… Se permiten esa libertad, sin vergüenza, que nosotros los grandes no nos permitimos.
–¿El “error” es un valor?
–El tema es que en los chicos no se trata de un “error”, sino de imaginación, de crear sin estar contrastando con la realidad. Yo tuve que hacer un trabajo propio con eso: antes cuando me equivocaba, por decirlo de alguna manera, me enojaba, porque tenía esa lección de que algo está bien o mal. Y me imponía hacer lo que quería hacer y no otra cosa. Pero aprendí a construir sobre el error, a aceptarlo: ya no tengo complejos a la hora de hacer una forma.
La creatividad
–¿La creatividad en los niños es un don más allá del ambiente en el que se críen?
–Sí, no importa si vive en el campo o en la ciudad ni depende del nivel socioeconómico. Todos los chicos tienen esa habilidad o posibilidad. Su desarrollo depende, por supuesto, del tipo de educación que reciban luego, y en función de eso tardarán más o menos en verse limitados en su expresión. Hoy hay muchos docentes que trabajan de una manera más libre en el proceso de enseñanza. Pero sigue faltando todavía, sobre todo a medida que crecen, un estímulo para preservarla y alimentarla: el secundario es muy aburrido en la enseñanza del arte. Ese es un error, porque en la adolescencia es donde más necesidad hay de arte.
–Podría decirse que hay algo natural, porque casi todos los chicos se sienten atraídos por los colores y las pinturas…
–Totalmente, no hay chico al que le des unas temperas o unas pinturitas de colores y lo rechace. Tal vez no les guste el fútbol o andar en bici, pero dibujar les gusta a todos cuando son muy chiquitos. Y más cuando es con la libertad de rayar, de manchar, de ensuciar y ensuciarse. De hecho, empieza a perder atracción cuando se impone el límite de la escritura guiada, el cuidado, la prolijidad y la regla.
–¿Cómo se estimula esa creatividad natural?
–La primera manifestación del ser humano es la pintura. Uno no nace escribiendo y leyendo. Esas son cosas que van apareciendo con la educación y con la escuela, con la formación. En el primer momento todos rayamos y manchamos, ensuciamos. Por eso es tan importante todo ese primer proceso en la pintura de un chico para que sea sumamente libre y que nadie le ponga estructuras.
–¿Los padres frustran sin darse cuenta?
–Todos los padres corrigen y en la corrección trasladan sus frustraciones a los chicos. Eso es tremendo: cuando el padre le dice “hacelo mejor, que vos sabés. Vos sabes que el elefante tiene 4 patas y no 8”. En la primera infancia la autoestima es todo. A los chicos siempre en esa etapa hay que aprobarles todo porque la autoestima es lo fundamental. En esa etapa se construye la autoestima, sea porque les aplaudís una pirueta o porque se ríen o porque te cuentan algo o porque hacen una mancha. El mejor estímulo es el reconocimiento del padre que les dice que está buenísimo, que va bien, que le gusta, que siga adelante.
En familia
–¿Cómo sos con tus hijos?
–Tengo una hija de 18 que vive en Chaco y a la que criamos muy libremente… Y ahora empiezo de nuevo porque tengo otra de 1 año y 4 meses, y el tercero en camino: mi mujer tiene 5 meses de embarazo. Creo que los más chicos, que ya me conocieron dedicado a la pintura por completo, van a tener mucho arte en su vida.
–Muchos de tus cuadros podrían perfectamente colgar en las paredes de las habitaciones de los chicos. ¿Te parece importante que el arte sea parte del universo infantil?
–Mi dibujo tiene mucho de ese dibujo que se acerca al primer lenguaje, y a los chicos les fascina eso. Porque lo pueden hacer como vos o mejor que vos. Entonces no hay frustración. Hay algunos teóricos que ven a la frustración como buena, como un motor. A mí me parece que no es necesario. Yo no tengo ganas de frustrar a un chico porque no puede hacer algo y que sufra por eso para después encontrar la energía para poder hacerlo. No, me gusta más la posibilidad de que sienta que está bien y que va para adelante cualquier cosa que haga.
–Eso que planteás es todo un cambio de cultura.
–Claro, porque todavía creemos que el éxito se asocia únicamente a la profesionalidad y a lo económico. Muy poca gente habla del éxito en términos de felicidad. Por eso yo siempre le pregunto a los que me vienen a decir que quieren pintar, para qué quieren hacerlo. Porque yo no pinto para vender cuadros. Ese es un segundo momento que viene después. Mi felicidad está en el proceso de pintar y fue por eso que pude a los 33 años largar todo y dedicarme a pintar.
Consejos para padres
-Aprobar todo lo que hacen y animarlos a más.
-No contrastar su imaginación con la realidad.
-Dejarlos jugar con los colores y las formas sin límites.
-Darles a elegir materiales, texturas, formas para trabajar.
-Permitirles el uso de tecnología si es lo que les gusta y aprovecharla como herramienta en favor de su imaginación.
-Escucharlos, acompañarlos, incentivarlos y sentarse a dibujar con ellos.
-No hay dibujos feos ni creaciones malas.
Texto: Paula Bistagnino.
Fotos: gentileza Milo Lockett.