En general, hay dos o tres clichés que definen a Venecia como destino turístico: la Piazza San Marco y sus innumerables palomas, las góndolas en los canales y el Puente de los Suspiros, entre otros. Sin embargo, para los viajeros con espíritu de conocimiento, la ciudad esconde miles de tesoros entre sus calles laberínticas, sus cafés, sus palacios. Por lo pronto, ni siquiera hay que alejarse mucho de San Marco para comenzar a vivir esa cara oculta de Venecia: cuando el público empieza a escasear, porque los grupos de turistas se alejan, los cafés tradicionales que la circundan, como el Quadri, el Florian o el Lavena, disponen de músicos en vivo para tomar un café al lado del campanario de la plaza.
El vaporetto, la lancha colectivo, traslada lentamente hacia todos los puntos de la ciudad y transporta al visitante a los distintos sestieri (barrios). Dorsoduro, por ejemplo, en la espalda del barrio donde se ubica la Piazza San Marco, que invita a descansar en alguno de sus tantos zattere: terrazas de madera sobre el agua en las que se sientan a tomar un café o un helado muchísimos venecianos y muy pocos extranjeros. El sitio elegido puede ser el Bar Gianni, con su hermoso farol antiguo sobre el toldo de entrada, la pizzería Alle Zattere o la heladería Gelatti Nico. Es lo de menos: lo importante es el placer de ver pasar, a lo lejos, botes que transportan verduras, lanchas ambulancias y todas las embarcaciones que forman parte de la vida cotidiana de los locales.
¿Tomamos un café?
Cruzando el ancho canal al que dan los zattere se llega a la Giudecca. Si los turistas que llegan hasta Dorsoduro son pocos, los que atraviesan el agua ya son prácticamente nulos. De este lado, hay un encantador Harry’s Dolce, un café pequeño perteneciente a los Cipriani, los mismos dueños que mantienen el tradicional Harry’s justo donde termina la vereda en San Marco. ¿Por qué todo tiene por aquí un aire de abandono, aún cuando la cadena Hilton acaba de montar un hotel gigantesco en las antiguas instalaciones del molino Stucky? Puede ser, tal vez, por la cercanía con el Instituto Penal Femenino, “escondido” en la calle trasera y con unos barrotes de hierro en su ventana que recuerdan a las cárceles de los dibujos animados.
De regreso a la isla central, hay diferentes opciones para ver cómo y dónde los venecianos hacen sus compras, como la Via Della Schiavone, anchísima para lo que se acostumbra en Venecia, en el barrio de Castello o la Nuova Strada en Canareggio, cercana al antiguo ghetto judío. Por supuesto, el Rialto es un infaltable: el mercado que se ubica al lado de uno de los puentes más famosos de la ciudad, si bien se infesta de turistas, mantiene una excelente y pintoresca oferta de pescados, verduras y carnes que suele ser aprovechada por los nacidos en la zona.
Caminar, saborear…
La recomendación principal es mantener los ojos abiertos al máximo posible en cada caminata, casi siempre errática debido a lo laberíntico del trazado urbano, porque es imposible predecir dónde va a emerger la siguiente sorpresa. Algunos locales mágicos, imperdibles, maravillosos, son Gilberto Penzo (fabricante de barcos y góndolas de madera, en San Polo), Ottica Carraro (uno de los mejores diseñadores europeos de anteojos, en la Calle della Mandola, donde suele hacerse sus modelos el filósofo español Fernando Savater), Papier Mache (una de las pocas fabricas artesanales de máscaras venecianas, en la Santa Maria de Formosa), Aqua Alta (tal vez la mejor librería de Venecia: tiene tanto material que incluso en la parte trasera, en una especie de patio, los libros están apilados en forma de escalera para que el visitante se suba y obtenga una peculiar vista del canal), Ceccato (productos para gondoleros, al lado del puente del Rialto)… La lista es arbitraria y siempre resulta incompleta.
A la hora de comer, el visitante tiene una ventaja: es casi imposible no encontrar dónde hacerlo. Los bares y restaurantes se multiplican y, salvo excepciones raras, sirven exquisiteces. Se recomienda evitar los que cuentan con menús turísticos, ya que suelen ser los de menor calidad. Hay dos tipos de establecimiento, no obstante, que no se pueden dejar de visitar: las pizzerías al paso (en este rubro, prestar principal atención a L’Angelo… aquellos que se acerquen hasta Ottica Carraro la tendrán a pocos metros) y las cicchetterías.
El cicchetti es el equivalente veneciano del tapeo español: una serie de pequeñas comidas que se consumen con los dedos, que tienen un costo bajo por unidad (el promedio es un euro y medio), como polpettes (albóndigas), croquetas de carne, berenjena o atún, sándwiches de fiambre, bacalao enmantecado, aceitunas, bruschetas de pescados ahumados, mozzarella frita, quesos, pickles o corazones de alcaucil. Tienen que acompañarse con un buen vino, el ombra, que se sirve en vasos pequeños. Se trata de una costumbre típicamente local, por lo que es muy raro ver turistas en estos bares. En este rubro, hay un ganador indiscutido: Cantina Do Mori (429, Sestiere de San Polo) un bacaro (bar tradicional veneciano) cerca del puente del Rialto con dos entradas pequeñas, cada una da a una calle diferente, con mucha madera oscura en mostradores y mesas para comer de parado, aunque la mayoría prefiere elegir algo y degustarlo directamente en la calle. Tampoco se puede dejar la ciudad sin haber probado el spritz, una bebida que incluye Campari, vino blanco y un chorrito de soda.
Por las islas
Incluso, Venecia tiene la posibilidad de planear “escapadas” a las islas vecinas, a las que se llega, en todos los casos, con vaporetto. Murano es pródiga en fabricantes de objetos de vidrio cuyas instalaciones pueden visitarse. Burano, con sus casas pintadas cada una de un color diferente, es sinónimo de encaje. Torcello es dueña de El trono de Atila, una silla de piedra sobre la cual pesa una leyenda que dice que si un soltero se sienta allí, se casa en el transcurso del año siguiente. El Lido, referente de una aristocracia de otra época…
Estos son sólo algunos de los botones que demuestran que “conocer” Venecia no es lo mismo que “haber estado” allí.
Texto y fotos: Walter Duer