En países con largos inviernos, como Finlandia y Noruega, se pudo comprobar que pocas horas de luz, producen irritabilidad, fatiga, insomnio y depresión. Por lo tanto, bienvenido sea nuestro amigo el sol, que influye positivamente en nuestro organismo favoreciendo funciones tan vitales, como la producción de anticuerpos, el fortalecimiento de los huesos o la fertilidad.
Los beneficios de Febo
Son muchas las evidencias de que el sol mejora nuestra salud y reduce la posibilidad de que podamos contraer ciertas enfermedades.
Uno de los efectos más importantes que produce el sol en nuestro cuerpo es la síntesis de la vitamina D, que asegura el justo equilibrio entre el calcio y el fósforo necesarios para la formación de los huesos y la prevención de la osteoporosis y enfermedades como el raquitismo.
La vitamina A, que aumenta con la radiación solar, es súper importante, no sólo porque mejora el estado de la piel y de la vista, sino que refuerza nuestro sistema inmunológico, haciéndonos menos vulnerables a microbios, bacterias y virus.
Además, es la luz la que estimula al hipotálamo a producir serotonina, la cual suprime la producción de melatonina, hormona generada por la glándula pineal y relacionada con los ritmos del sueño, el estado de ánimo, la aparición de la pubertad y los ciclos ováricos. También, la serotonina hace que la pituitaria estimule al sistema endocrino y su multitud de hormonas, normalizándolo y fortaleciéndolo en forma natural.
Otro beneficio adicional, digno de tenerse en cuenta, es que el cuerpo al estar expuesto a sus rayos, con el fin de bajar su temperatura, produce una abundante transpiración, una de las formas más sanas que posee el organismo para deshacerse de desechos y toxinas.
En síntesis, si la exposición se realiza con los recaudos necesarios para que no nos perjudique, el sol es buenísimo para la piel, activa nuestro metabolismo, estimula la circulación, aumenta nuestras defensas, y, nos da un aspecto atractivo.
Una cuestión de piel
A pesar de la influencia positiva del sol sobre nuestro organismo, la exposición prolongada y sin los cuidados necesarios puede provocar consecuencias negativas como quemaduras de distinta intensidad, manchas, arrugas precoces y, hasta el riesgo de contraer cáncer cutáneo. No nos olvidemos que la capa de ozono, única sustancia en la atmósfera capaz de absorber la dañina radiación ultravioleta (UVB), se debilita año a año… Por lo tanto, antes de disfrutar de la vida al aire libre, es imprescindible elegir el protector solar adecuado a cada uno de nosotros, doblemente eficaz contra los rayos UVA y UVB. Para ello, tengamos en cuenta que la piel es la protección que la naturaleza provee a nuestro cuerpo para defendernos de las agresiones externas, por ejemplo: el frío, el viento, el aire acondicionado o los rayos solares… Felizmente, este delicado órgano (el más extenso que poseemos), cuenta con diferentes mecanismos naturales para protegerse de los efectos del sol como la formación de melamina, la secreción del sudor y el aumento de la capa córnea. Frecuentemente, la cantidad de radiación que llega a él supera su capacidad defensiva, por lo cual es necesario sumarle la protección adicional de los, ya citados, filtros solares.
Debido a que no hay una piel igual a otra, las respuestas ante la exposición solar tampoco son uniformes. Conocer el fototipo al que pertenecemos es lo mejor para saber cómo cuidarnos.
Fototipos: cuál es el tuyo
Fototipo I – Piel muy clara, ojos azules con pecas. No se pigmentan.
Fototipo II – Piel clara, cabello rubio o pelirrojo, algunas pecas. Se pigmentan ligeramente.
Fototipo III – Piel blanca, ojos y cabello castaño. Se pigmentan suavemente.
Fototipo IV – Piel blanca o ligeramente morena, cabello y ojos oscuros. Se pigmentan fácilmente.
Fototipo V – Piel morena, cabello y ojos oscuros. Se pigmentan inmediatamente.
Fototipo VI – Piel negra, presentan siempre pigmentación inmediata.
De acuerdo a esta división, los especialistas recomiendan usar un factor de protección más alto durante los primeros días para, de ahí en más, usar el correspondiente a cada tipo de piel. Tener en cuenta que las pertenecientes a los tipos 1, 2 y 3 necesitan factores de protección altos, siempre mayores a 20. Quienes poseen pieles del tipo 4, pueden optar por protectores con menor factor de protección, por ejemplo 2, 5 y 10. Los niños deben utilizar siempre protectores solares especiales para su delicada piel y que sean resistentes al agua para que su efecto no se pierda con facilidad. Las personas con pieles sumamente sensibles o con enfermedades dermatológicas que puedan agravarse con el sol, deben consultar siempre al especialista para saber fehacientemente qué protector deben usar.
Para que la piel “hable” bien de nosotros, hay que empezar a protegerla lo antes posible (se estima que durante los primeros 20 años de vida, recibimos casi el 80% de la radiación solar que nos afectará a lo largo de nuestra existencia). Y, como dicen los médicos, “la piel tiene memoria” y no olvida.
Texto: Adriana Aboy
Asesoramiento: Dr. Pablo Cacchione, médico clínico unicista.
Foto: Curvas peligrosas, de Maitena, por gentileza de Ed. Sudamerican.