Suele formar parte de los elencos que forma su hermano Sebastián Ortega para los programas de su productora Underground. De hecho, fue una de las principales figuras de Graduados, el éxito de 2012. Pero este año se tomó un tiempo, hasta el próximo trabajo.
–¿Vivís el dilema clásico de esta generación femenina entre la maternidad y el trabajo?
–No lo vivo como un dilema. Desde que nació Benito, hice lo que pude y hago lo que puedo. Tengo una profesión que si bien tiene muchos beneficios, como por ejemplo poder llevar a tu niño al trabajo, tengo como desventaja que no es un trabajo fijo. Mis laburos empiezan y terminan todo el tiempo, y a cada rato uno se encuentra a la espera, preguntándose: ¿Y ahora qué hago? ¿Aparecerá algo interesante? Uno vive en una continua incertidumbre que hace que cuando aparece un trabajo, aunque no sea el momento ideal en lo personal para estar todo el tiempo fuera de tu casa, lo agarrás. Porque no sabés cuando se te va a volver a dar esa oportunidad. De hecho, hice una tira cuando Benito tenía 3 meses, contra el consejo de todos, que me decían que esperara hasta que tuviera al menos 6 meses. E hice lo que pude: me lo llevaba todos los días, tenía una cuna en el camarín y una heladerita para las mamaderas… Lo sufrí muchísimo y me estresé, pero es así, porque este trabajo no es cuando uno quiere. Y yo quiero trabajar.
–¿Qué cambió en vos la maternidad?
–Todo se trastoca. Pero lo más interesante que me sucedió fue el hecho de correrme del centro. Es algo instantáneo. Y es un paso adelante en la vida, sobre todo para gente que trabaja de lo que trabajo yo. Porque en esta profesión es constante el hecho de mirarse uno las 24 horas: cómo tengo la cara, si me cambio el pelo, qué dicen de mí… No es que eso deja de importar, pero inevitablemente se corre varias filas. Y eso es muy sano. Es un gran aprendizaje.
–¿Qué cosas le admirás a tu mamá ahora que sos madre?
–¡Que haya tenido seis hijos! Me parece una locura absoluta de su parte. En verdad, un acto de una gran valentía. Mi mamá es una mujer muy fuerte a pesar de que parece todo lo contrario. Su dulzura engaña un poco, pero en mi casa siempre se hizo lo que ella dijo. Y todavía sigue digitándolo todo bastante. Ahora que soy madre, me doy cuenta de que me parezco mucho más a mi madre de lo que pensaba. En casi todo lo que tiene que ver con la crianza de mi hijo. Igual ella conmigo es muy frontal. A diferencia de lo que le pasa con sus nueras, que no son sus hijas, a mí me dice cualquier cosa. Y yo, aunque a veces la hago callar, me lo banco.
–Los Ortega se ven como una familia inseparable. ¿Son ese clan que parecen?
–Suena raro decir clan, pero nosotros jugamos con eso también. Lo que tenemos es una cosa muy argentina, que se da en muchas familias, y es que nos pone contentos estar entre nosotros. Estar con mi familia es un programa que yo elijo y que siempre me da felicidad. Además lo que me encanta es que es una familia bastante poco careta. Quiero decir: yo tengo muchos amigos que no pueden sentirse cómodos con amigos si están sus padres. Y al revés. Yo me siento igual. Yo soy la misma ante mi familia que con mis amigos. Hay mucha naturalidad, libertad y honestidad en nuestra relación.
–¿Soñabas con un matrimonio para siempre como el de tus padres?
–Sí, y todavía lo sueño. Lo que pasa es que sospechaba que no iba a ser tan sencillo. Uno sabe, aún cuando sus padres están juntos, que la realidad indica que hay muchas probabilidades de que el matrimonio no sea para toda la vida. Y más allá de la historia personal y de lo que cada uno persiga, esa es una realidad. Entonces, cuando te pasa, te encuentra mucho mejor parado.
–¿Seguís creyendo en un amor para toda la vida?
–Sí, pero creo que es muy difícil y que son pocos los que lo logran. Sólo algunos, muy afortunados y muy sabios. A mí esas personas me causan mucha admiración. Me parece que está muy bueno envejecer con un compañero, lo encuentres cuando lo encuentres. Nunca tuve muchas fantasías ni con casamiento ni con la familia numerosa. No soñaba con casarme de blanco ni por Iglesia. De hecho, no me casé por Iglesia y me hubiera casado en jeans. Me casé de blanco ¡porque mi mamá me volvió loca! Pero igual me casaría de vuelta. Lo haría todo, otra vez. ¡Y más grande también!
–Creciste en una familia de artistas y casi todos los hermanos terminaron siendo artistas. ¿Nunca pensaste en ser otra cosa?
–No, al contrario. Yo estaba más segura de ser actriz que mis padres de que lo fuera. De hecho, a los doce ya quería trabajar y no me lo permitieron. Mi casa no era una familia de artistas puertas adentro. Cuando yo empecé a crecer, mi mamá ya no trabajaba. Y mi papá no llevaba su trabajo a mi casa. Era un tipo que se iba a la oficina y volvía a la noche. Si estaba haciendo un disco o una película, nosotros ni idea. Yo lo conocí más como empresario que como artista. En ese sentido, lo que pasaba en mi casa era bastante convencional. Mi inspiración fue siempre Ana María Picchio, que es mi madrina, y que era la que venía a casa vestida como sus personajes y me llevaba a las filmaciones. Yo miraba a mi mamá como madre y a ella como actriz.
–¿Tuviste una infancia y adolescencia felices?
–Fueron etapas movidas, interesantes… Todos tenemos nuestras cosas con las que hemos cargado. No hay caja de cristal infalible. Tengo como recuerdos de cosas que me perseguían un poco, sobre todo las que tenían que ver con la exposición pública de mi papá. Nada demasiado traumático, pero el hecho de saber que tenés un papá público, saber que llegaba a un colegio y se hablaba por atrás, cosas…
–¿Te gustaría proteger a tu hijo de esas cosas que sufriste vos?
–Lo voy a tratar de proteger de todo lo que pueda. Seguramente hay muchas cosas que se me van a escapar. En principio trato de mandarlo a un colegio en el que se sienta lo más contento y contenido posible. Con respecto a lo público, todavía no tiene mucha idea. Dicen que chicos más grandes, problemas más grandes. Por ahora, sólo le preocupa él y su universo.
–¿Deseás el anonimato en algún momento?
–La verdad es que no tengo ningún problema con la calle. Yo voy por mi barrio casi en pijamas y no me importa nada. No tengo problemas en hacer una cola en un lugar. No me da fobia. Pero sí se me hace pesado el hecho de ser una persona pública y sobre todo de tener una familia muy pública. Se me hizo pesado de chica y todavía se me hace pesado hoy. Sobre todo cuando se dicen cosas, en la tele, o un comentario que te llega, o en un foro de internet. Para mí hay una noción de que la gente pública tiene una piel muy gruesa y nada le importa. Y la verdad es que es imposible que no te duelan algunas cosas. Yo muchas veces me he quedado muy enganchada… Al punto de soñar con cruzarme al que dijo algo y encararlo. ¡Y también enfrenté a alguno! Y la verdad es que uno debería aprender a pasar esas cosas. Todavía no puedo, pero lo intento. Fuera de eso, yo vivo la profesión con mucha alegría.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Aspiro a que me pasen los años con dignidad. Uno todo el tiempo lucha contra eso. Soy mujer y me pasa lo mismo que a todo el mundo. Por ahí miro una foto y digo: “Uy, tendría que arreglar acá”. Pero después me doy cuenta de que no. ¡No tendría que arreglar nada! Los años nos pasan, más allá de que uno haga cosas. Pero la realidad es que tengo la edad que tengo y lo que hay que hacer es aprender a estar en paz con eso. No digo que lo esté, pero apunto a eso, me lo recuerdo todo el tiempo.
Detalles que cuentan
• Un libro que volvería a leer: “Hay muchos libros que me gustaría volver a leer, pero si debo elegir uno que desde que lo leí me parece fundamental, es La voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita. Lo leí antes de tener un hijo, claro. Son tres tomos y ahora no puedo leer tres tomos de nada. Me hubiera gustado leerlo antes, siendo más joven, porque es un gran aprendizaje sobre nuestra historia. Lo recomiendo a todos”.
• Un consejo de belleza: “ponerme crema en todo el cuerpo cada vez que me baño. Sin falta.”
• Un lugar en el mundo para vivir: “Volvería a vivir en Los Angeles. Es una ciudad que me encanta, donde tengo muchos amigos y, además, podría vivirla de manera muy distinta a cuando estuve allá, a los 20 años.”